Columna

La libertad como excusa

El 15M de los pijos, como lo han llamado algunos, sigue al pie de la letra el manual del populismo

Vecinos del barrio de Salamanca protestan contra el Gobierno, este lunes en Madrid.Tomas Calle (Europa Press)

¿Pudo la tan famosa estos días gripe española influir en el ascenso del nazismo? Es lo que afirma un reciente estudio del Banco de la Reserva Federal de Nueva York. El documento rastrea la correlación entre el declive demográfico causado por la pandemia, el menor gasto público local, el aumento del desempleo y la crisis económica, y el mayor apoyo a partidos extremistas, como el Nacionalsocialista, en determinados lugares de Alemania.

Pese a que sus conclusiones han sido cuestionadas por diversos historiadores del nazismo, el estudio llega en un momento de preocupación por el impacto qu...

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¿Pudo la tan famosa estos días gripe española influir en el ascenso del nazismo? Es lo que afirma un reciente estudio del Banco de la Reserva Federal de Nueva York. El documento rastrea la correlación entre el declive demográfico causado por la pandemia, el menor gasto público local, el aumento del desempleo y la crisis económica, y el mayor apoyo a partidos extremistas, como el Nacionalsocialista, en determinados lugares de Alemania.

Pese a que sus conclusiones han sido cuestionadas por diversos historiadores del nazismo, el estudio llega en un momento de preocupación por el impacto que la crisis del coronavirus pueda tener en el escenario político, especialmente en Estados Unidos y en Europa. Es cierto que las diferencias entre los momentos históricos son abismales. La gripe española afectó sobre todo a hombres jóvenes, una parte de la población que ya había sido diezmada por la guerra, mientras el coronavirus amenaza especialmente a los mayores. La economía alemana se vio lastrada —y humillada— por las reparaciones, mientras que la covid-19 ha llegado en medio de la recuperación —más marcada en Estados Unidos que en Europa— tras la crisis de 2008.

En el arranque de la pandemia diversas encuestas europeas mostraban un retroceso general de las posiciones populistas: ante un desastre de este tipo, la gente prefiere la seguridad de los científicos y los expertos, tan denostados por aquellos.

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Pero no hay que perder de vista que el desplome económico nunca había sido tan brusco ni tan intenso como ahora y que las nefastas perspectivas ofrecen un potencial caldo de cultivo para las posiciones más extremas. De hecho, puede que estemos asistiendo ya a algunas sesiones de calentamiento.

En Estados Unidos, alentadas por el populista en jefe, miles de personas protestan contra el confinamiento, por lo que consideran un asalto a sus libertades individuales; entre ellas, algunos grupos radicales están aprovechando para lanzar su mensaje xenófobo y racista.

En España, la revuelta de las caceroladas utiliza también como lema el falso dilema de libertad frente a confinamiento; de la decisión individual frente a la salud colectiva. Amparada en el legítimo —y justificado— derecho a protestar, y espoleada por una excesiva atención de los medios, no hace sino profundizar una polarización que viene de lejos.

El 15-M de los pijos, como lo han llamado algunos, sigue al pie de la letra el manual del populismo: el señalamiento de un enemigo, el exceso de rabia, los símbolos, el nacionalismo como vacuna frente a la amenaza, los antiguos fantasmas...

Con un Gobierno que patina en la incoherencia, en la incapacidad de organizar un diálogo constructivo, con un Congreso convertido en un zoco, se aleja a marchas forzadas el breve espejismo de lograr remar todos en el mismo sentido. De momento, el ruido metálico de las cacerolas está acallando el de los aplausos. Mala noticia.

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