Columna

Innegable

Tal vez, sin ser conscientes de ello, suframos una confusión entre el mundo analógico y el virtual

Una pareja se toma una foto.

Imaginemos una ciudad en la que todo fuera plateado y brillante y reflejara cuanto quedara a su alcance provocando duplicados de las calles, de las fachadas de los edificios, de los autobuses o automóviles, así como de las personas que circulasen por las aceras. Las réplicas especulares resultarían tan perfectas que se confundirían con el mundo real. En ocasiones, al caminar por una avenida verdadera, se metería uno inadvertidamente en una calle falsa de las que, producto de la reflexión permanente, se abrirían a derecha e izquierda. Iríamos y vendríamos del otro lado del espejo todo el tiempo...

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Imaginemos una ciudad en la que todo fuera plateado y brillante y reflejara cuanto quedara a su alcance provocando duplicados de las calles, de las fachadas de los edificios, de los autobuses o automóviles, así como de las personas que circulasen por las aceras. Las réplicas especulares resultarían tan perfectas que se confundirían con el mundo real. En ocasiones, al caminar por una avenida verdadera, se metería uno inadvertidamente en una calle falsa de las que, producto de la reflexión permanente, se abrirían a derecha e izquierda. Iríamos y vendríamos del otro lado del espejo todo el tiempo, de manera que, cuando nos detuviéramos a saludar a un conocido, nos expusiéramos a hablar con su reflejo. A veces, y dado que nuestra propia vivienda se prolongaría en la imagen fantasma del fondo del pasillo, podríamos vivir durante semanas en la zona irreal de nuestros domicilios.

Tal vez, sin ser conscientes de ello, suframos una confusión semejante entre el mundo analógico y el virtual. Una amiga me cuenta que su hijo está convencido de ser el que aparece en Instagram. “No hay forma de convencerlo de que es el de aquí”, añade la pobre mujer con desaliento.

Regreso a casa un poco agobiado por la revelación de mi amiga, preguntándome si habré cogido la calle que da a mi hogar real o al virtual. Tomo el ascensor, subo, abro la puerta, y accedo al interior con la impresión de que nadie me ha sentido llegar, de modo que vuelvo atrás para rehacer el camino, igual que los informáticos reinician el ordenador cuando algo falla, y esta vez consigo meterme en la calle auténtica que conduce a la vivienda genuina, donde me encuentro con mi familia innegable. Lo que no sabría decir es cuánto tiempo llevaba en el otro lado.

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