Desordeno y mando
El mando único ha difuminado aún más la borrosa asignación de responsabilidades en nuestra estructura de gobernanza
En España todo el mundo quiere mandar, pero nadie quiere asumir responsabilidades. El coronavirus ha hecho visible este déficit de nuestro sistema de gobernanza: las cadenas de rendición de cuentas no están definidas ni son transparentes. Las competencias caen en la intersección pantanosa entre varias Administraciones. Y sus máximos dirigentes se dedican al “acúsese a quien pueda”. Quieren erigirse en jueces de los demás para evitar ellos ser juzgados. Así, los Gobiernos, nacional y autonómicos, y sus susodichas oposiciones, dedican más tiempo a atacarse en los medios que a conversar en privad...
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En España todo el mundo quiere mandar, pero nadie quiere asumir responsabilidades. El coronavirus ha hecho visible este déficit de nuestro sistema de gobernanza: las cadenas de rendición de cuentas no están definidas ni son transparentes. Las competencias caen en la intersección pantanosa entre varias Administraciones. Y sus máximos dirigentes se dedican al “acúsese a quien pueda”. Quieren erigirse en jueces de los demás para evitar ellos ser juzgados. Así, los Gobiernos, nacional y autonómicos, y sus susodichas oposiciones, dedican más tiempo a atacarse en los medios que a conversar en privado.
Es cierto que no todos los políticos son iguales, pero ninguna ideología está libre de pecado. En el PP está Almeida, pero también Ayuso. El PSOE emite mensajes sensatos, pero tuitea que la Comunidad de Madrid es un ejemplo de gestión ineficaz e irresponsable ante la crisis. En cada uno de los partidos hay gente obsesionada con hacer sangre del rival político a la mínima ocasión.
Pero no es un problema de personas, sino de diseño de las instituciones. En Alemania, Ayuso o el community manager del PSOE no se comportarían así, porque las responsabilidades de cada nivel de gobierno están claras. El Ejecutivo federal recomienda, pero los länder, con competencias en sanidad, trazan los planes de desconfinamiento. Las regiones alemanas son tratadas como adultos responsables. Nuestras CC AA son adolescentes: se les deja cierto margen, pero el Gobierno ejerce la patria potestad. Una autonomía no tiene el poder para hacer un plan adaptado a sus necesidades. No puede combinar elementos de la fase 0 y la 1 para ajustarse a la incidencia particular del virus, la densidad poblacional y el tejido económico de la región.
Moncloa no se fía. Y en esta crisis ha quitado el poder, pero también la responsabilidad, a los Gobiernos autonómicos. En consecuencia, estos se sienten libres para asumir más riesgos de los que tomarían si el peso de los errores recayera exclusivamente sobre sus hombros. Y muchos piden a gritos una desescalada veloz, porque, si las cosas van mal, siempre podrán echar parte de las culpas al Gobierno central.
La paradoja es que el mando único, diseñado para aclarar quién tiene el poder en esta coyuntura crítica, ha difuminado aún más la borrosa asignación de responsabilidades en nuestra estructura de gobernanza. Es el desordeno y mando.