Cucufata
Sánchez nos ha traído la buena nueva de la única política posible, la que nos llevará a la ignota Nueva Normalidad, un pedazo de concepto digno de Montesquieu
“Santa Cucufata parió por un deo. Será verdad, pero yo no me lo creo”. El tan elogiado saber popular español, profundo como un pozo sahariano y lleno de ironía como el discurso de un gobernador franquista un 18 de julio, se muestra una vez más como de inexcusable consulta ante los hechos políticos que rodean al bicho asesino.
El miércoles pasado pudimos asistir en el Congreso a algunos prodigios dignos de Cugat, que es como se llamaba el santo, que no era santa, en catalán. Un regalo del coronavirus para celebrar su posible último periodo de relativa libertad, amparada según algu...
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“Santa Cucufata parió por un deo. Será verdad, pero yo no me lo creo”. El tan elogiado saber popular español, profundo como un pozo sahariano y lleno de ironía como el discurso de un gobernador franquista un 18 de julio, se muestra una vez más como de inexcusable consulta ante los hechos políticos que rodean al bicho asesino.
El miércoles pasado pudimos asistir en el Congreso a algunos prodigios dignos de Cugat, que es como se llamaba el santo, que no era santa, en catalán. Un regalo del coronavirus para celebrar su posible último periodo de relativa libertad, amparada según algunos sabios de extrema derecha, por los sucesivos estados de alarma que les ha pedido el presidente Sánchez a los diputados.
El jefe de la derecha franquista española, Santiago Abascal, se ha llevado los mejores galones. Abascal defendió la libertad en alguna de sus variantes, ya ni me acuerdo, y le cuesta decir la palabra, al pobre. Defender cualquier libertad, aparte de la de fusilar, le tiene que ser difícil.
Pero le llegó el turno a Casado, que tenía que explicar al público su oposición al plan del Gobierno. Y no encontró las palabras, por mucho que Cayetana le diese ánimos a distancia. La exigida por el estado de alarma. Y el jefe de la oposición volvió a lucirse con una exhibición argumental que pretendió demostrar su sentido de la lealtad al Gobierno con ideas que lo rechazaban de plano.
Los nacionalistas catalanes actuaron juntos esta vez, al toque de corneta de san Cugat, para demostrar que los socialistas no son de fiar, como no lo han sido nunca. Azaña, aunque no era tal cosa, se habrá removido en su tumba. Arrimadas decidió, por fin, que Ciudadanos es un partido de centro, y Joan Baldoví dio, como siempre, el mejor y más libre de los discursos.
En medio de un solar donde se pudieron escuchar tan escasos argumentos genuinos, el presidente Sánchez, arropado por una tranquilizadora aritmética que Carmen Calvo le dio en una bandeja de plata, nos ha traído la buena nueva de la única política posible, la que nos llevará a la ignota, pero indeclinable Nueva Normalidad, un pedazo de concepto digno de Montesquieu.
Los muchos seguidores de san Cucufato, o san Cugat, hemos tomado un pañuelo y lo hemos atado con un cordel, para decir: “San Cucufato, los cojones te ato, y hasta que no me encuentres el discurso, no te los desato”.