Columna

La democracia contra el virus

Este virus está actuando como una llamada de atención sobre algunas de las disfunciones del sistema político

Sesión de control al Ejecutivo celebrada este miércoles en el Congreso en Madrid.Pool (Europa Press)

Este virus está actuando como una llamada de atención sobre algunas de las disfunciones de la democracia. La primera y fundamental es su cortoplacismo. Estábamos advertidos de la posibilidad de una epidemia de estas características, pero nadie hizo nada por prepararse frente a ella. El calculo del decisor democrático pocas veces va más allá de una legislatura; todos los recursos disponibles se ponen, pues, al servicio de decisiones cuya rentabilidad puede medirse en términos de ventajismo electoral.

Segundo, la difícil traslación de evidencias científicas en decisiones políticas. Para e...

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Este virus está actuando como una llamada de atención sobre algunas de las disfunciones de la democracia. La primera y fundamental es su cortoplacismo. Estábamos advertidos de la posibilidad de una epidemia de estas características, pero nadie hizo nada por prepararse frente a ella. El calculo del decisor democrático pocas veces va más allá de una legislatura; todos los recursos disponibles se ponen, pues, al servicio de decisiones cuya rentabilidad puede medirse en términos de ventajismo electoral.

Segundo, la difícil traslación de evidencias científicas en decisiones políticas. Para empezar, porque muchas veces, como ahora es el caso, aquellas son provisionales. Hay que actuar políticamente bajo cierto grado de incertidumbre respecto de las consecuencias de la decisión tomada. Pero el responsable es siempre el político, nunca los científicos. Lo cómodo es actuar como si fuera a la inversa.

Tercero, y esto es en parte consecuencia de lo anterior. En los Estados compuestos como el nuestro, ¿quién está obligado a rendir cuentas, la Administración central o las comunidades autónomas? En la situación actual mi respuesta sería que ambos, aunque tengo mis dudas después de ver el protagonismo del Gobierno en la gestión del estado de alarma y su dirección de las medidas sin apenas contar con ellas. Si se requiere su colaboración, ¿por qué limitarse a transmitirles lo ya decidido?

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Cuarto, el juego gobierno-oposición. ¿Debe apoyar la oposición acríticamente al gobierno en nombre del interés general? Desde luego, hay que admitir una crítica constructiva, pero ¿es lícito que la oposición juegue al ventajismo político en momentos de aflicción y consternación colectiva? Es curioso cómo en EE UU las dos opciones políticas —desescalada o mantenimiento del confinamiento - siguen al pie de la letra las líneas de la confrontación partidista. Aquí no se sabe bien, porque ni el Gobierno parece tener ningún interés en consultar con la oposición, ni esta es capaz de salirse de su guion anterior a la crisis. Más que hacer propuestas parece interesada en soldar los estados de ánimo y las emociones que cohesionan a los suyos.

Por último, está todo lo relativo a la necesaria limitación de derechos de las situaciones excepcionales —ese “autoritarismo” del que a veces se habla—, y la cuestión de las obligaciones cívicas de los ciudadanos. Ambos apuntan, a lo mismo, a la presencia o no de una sólida cultura política democrática. En esta tan importante es velar por la defensa de los derechos como honrar los deberes cívicos. Al final todo resulta bastante claro: los países que mejor han combatido la pandemia son aquellos que más venían invirtiendo en servicios sociales, gozan de un buen liderazgo, de vertebración territorial, de cooperación gobierno— oposición y de una ciudadanía responsable y unida. La ecuación perfecta. Serán también los que mejor sepan salir de la próxima crisis económica. Ya que hemos tenido una mala entrada, tengamos una buena salida. Conocemos la fórmula, solo falta saber y querer aplicarla.

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