¿Formal, informal o te da igual?
El mercado laboral funciona para pocos, ignora a muchos y condena a millones a la precariedad como si fuera algo natural
Estas líneas tendrán más preguntas que respuestas y empiezo por la que quizás determina mucho de la forma en la que nuestro mercado laboral opera. Cuando empieza tu búsqueda de empleo, ¿qué te es más importante: tener un trabajo con una paga regular o que este trabajo tenga las prestaciones que manda la ley? Las preguntas seguirían: ¿sabes cuáles son esas prestaciones que en teoría se te deberían otorgar? Si tuvieras acceso a todas esas prestaciones que acompañan a un empleo formal, ¿las usarías? ¿cuáles sí? ¿cuáles te son te poca relevancia?
Ahora, estiremos un poco la liga. Si la empr...
Estas líneas tendrán más preguntas que respuestas y empiezo por la que quizás determina mucho de la forma en la que nuestro mercado laboral opera. Cuando empieza tu búsqueda de empleo, ¿qué te es más importante: tener un trabajo con una paga regular o que este trabajo tenga las prestaciones que manda la ley? Las preguntas seguirían: ¿sabes cuáles son esas prestaciones que en teoría se te deberían otorgar? Si tuvieras acceso a todas esas prestaciones que acompañan a un empleo formal, ¿las usarías? ¿cuáles sí? ¿cuáles te son te poca relevancia?
Ahora, estiremos un poco la liga. Si la empresa para la que trabajas es grande -más de 250 trabajadores de acuerdo con la definición aplicable en México- la probabilidad de que tengas esas prestaciones será significativamente más alta. No es mera coincidencia que los estados del norte del país tengan menores tasas de informalidad que los estados del sur. En Nuevo León, Coahuila y Chihuahua menos de 35% de la población ocupada lo hace sin prestaciones. En Guerrero, Chiapas y Oaxaca más de 75% de quienes trabajan no tienen prestación alguna. Nada.
¿Que Movimiento Ciudadano promueve más días de vacaciones para un trabajo digno? Qué bien. Lástima que a más de 54% le dará lo mismo porque no tiene ni media prestación. ¿Que ahora hay una ley que obliga al patrón a proporcionar sillas para que los trabajadores no estén de pie durante toda la duración de su jornada laboral? Es lo mínimo esperable, pero de nuevo, solo una fracción verá los beneficios. De las afores, mejor ni hablamos. Grandiosa -lo digo sin ironía alguna- la contribución de esos recursos al ahorro del país y a las posibilidades de inversión a nivel agregado. Pero para la mayor parte de los trabajadores será simplemente un concepto, en el mejor de los casos.
En esa suerte de pensamiento mágico en el que todos caemos de vez en cuando asumimos que el mercado laboral es una especie de imposición marciana. Un buen día apareció México -hecho y en forma- y tenía las leyes laborales que tenemos hoy. Gran error. Las fracturas de nuestro mercado laboral son de nuestra hechura. Nosotros las fabricamos al crear a mediados del siglo pasado un sistema de seguridad social vinculado al empleo, como se solía hacer en ese momento. Claro, en su momento la expectativa de vida era 50 años y la edad de jubilación 65. El sistema funcionaba. Pero ya no.
La tasa de desocupación más reciente, la correspondiente a septiembre de este año, fue 2.7%. Gran dato en términos históricos. Daría, incluso, para que desde la mañanera se presumiera ese dato como uno de los más bajos de la historia reciente. Pero, exactamente ¿qué captura esa métrica? Cuando el INEGI les pregunta a las personas su situación laboral, si responden que trabajaron al menos una hora en la semana en la que se levanta la encuesta, listo, palomita, cuentan como personas ocupadas. Ese número se divide entre la Población Económicamente Activa, básicamente las personas -en edad de trabajar- que quieren y pueden tener un trabajo. Esa es la tasa de desocupación.
Con esa definición -que sigue las recomendaciones de la Organización Internacional del Trabajo- no sorprende para nada el porcentaje. No debería de llamarle a nadie la atención y mucho menos llamar a festejo. En México, la tasa de desocupación es sobre todo un indicador de la flexibilidad del mercado laboral. Si el mercado laboral formal -ese que paga todas las prestaciones- se encarece, el mercado se moverá al informal -ese que tiene cero restricciones.
Pero de nuevo, es un mercado que hemos creado. Lo hemos diseñado legislación tras legislación, incluyendo los cambios positivos que solo lo son para el mercado formal.
Es fácil pensar en el mercado laboral como un conjunto que se divide en dos: los formales y los que no. Pero la realidad es mucho más compleja. Todos transitamos por la informalidad y la formalidad en algún momento de la vida. Las mujeres, en particular, se mueven más en la informalidad porque las pocas -o nulas- restricciones de ese mercado les otorga la flexibilidad que necesitan en ciertos momentos particulares de la vida.
Pero, además, el mundo ha cambiado y el ritmo se ha acelerado después de la pandemia. No es nada raro encontrar a quienes tienen un empleo formal y otro sin prestaciones. Uno formal – sin valorar y mucho menos utilizar algunas de las prestaciones- y otros tantos para complementar el ingreso. Mucha razón tiene Santiago Levy al plantear que no solo la estructura laboral que tenemos es insostenible pero no se ve en ninguna fuerza política el interés, el deseo y mucho menos la voluntad de intentar el cambio.
La conversación pública suele quedarse en la superficie: más vacaciones, más días de licencia, mejores condiciones, más elementos “dignificadores” del empleo. Todo eso importa. Pero importa solo para una parte del mercado. Seguimos diseñando la política laboral como si los incentivos, las reglas y las obligaciones aplicaran de manera homogénea, como si todos compitiéramos en la misma cancha. No es así. La mayor parte de los trabajadores está completamente al margen de aquello que se discute en redes, en el Congreso o en los discursos. Y mientras sigamos ignorando esa disfuncionalidad de origen, continuaremos creyendo que la informalidad es un accidente y no el resultado de decisiones públicas acumuladas durante décadas.
Nada de esto es inevitable, pero sí requiere una revisión profunda: separar la seguridad social del empleo, simplificar la contratación, reducir los costos de la formalidad que no generan bienestar y, sobre todo, aceptar que las nuevas formas de trabajo no caben en moldes diseñados para la economía de los años cincuenta. El verdadero reto no está en añadir más obligaciones al mundo formal, sino en construir un sistema que no expulse a la mayoría hacia la informalidad. Lo contrario —seguir parchando un modelo agotado— nos llevará exactamente al mismo lugar: un mercado laboral que funciona para pocos, ignora a muchos y condena a millones a la precariedad como si fuera algo natural.