La oportunidad histórica de la presidenta: gobernar con perspectiva de género
La primera mujer en gobernar México tiene la responsabilidad de usar el espacio de poder para no reproducir las fórmulas patriarcales que se han perpetuado por siglos
En los movimientos feministas, alcanzar un horizonte nos ha llevado al siguiente. Respecto a nuestra representación política, el primer horizonte fue lograr “mujeres en el poder”. Esa meta se logró por medio de las cuotas de género que en un principio fijaron una proporción del 70–30, pero no fue suficiente. Muchas de las mujeres que llegaban al Poder Legislativo no tenía acceso a presidir comisiones y cuando lo lograban eran comisiones sin presupuesto y de poca incidencia para el desarrollo del país. En el Poder Ejecutivo sucedía algo parecido: los partidos colocaban a las mujeres en candidat...
En los movimientos feministas, alcanzar un horizonte nos ha llevado al siguiente. Respecto a nuestra representación política, el primer horizonte fue lograr “mujeres en el poder”. Esa meta se logró por medio de las cuotas de género que en un principio fijaron una proporción del 70–30, pero no fue suficiente. Muchas de las mujeres que llegaban al Poder Legislativo no tenía acceso a presidir comisiones y cuando lo lograban eran comisiones sin presupuesto y de poca incidencia para el desarrollo del país. En el Poder Ejecutivo sucedía algo parecido: los partidos colocaban a las mujeres en candidaturas de Estados o municipios que daban por perdidos o que les parecían políticamente irrelevantes.
Entonces exigimos: mujeres en el poder con poder y paridad total. Lo logramos. En 2018, se integró la primera legislatura realmente paritaria. La misma conformación se logró en el Gabinete Federal así como en la Suprema Corte de Justicia y, en 2024, fue electa la primera mujer presidenta de México.
Ahora tenemos un nuevo horizonte: que las mujeres ejerzan el poder con perspectiva de género y ello debería de implicar cambiarlo todo.
Las instituciones y las prioridades del Gobierno han sido ideados –para bien y para mal– desde una perspectiva preponderantemente masculina. Nos dijeron que las leyes que nos rigen son producto de un “pacto social” pero la realidad es que ese pacto había sido un pacto entre hombres que definieron por siglos lo que es prohibido y lo que es permitido, así como la forma de castigar a quienes rompen ese pacto. Esta es la primera vez en la historia que esta responsabilidad es compartida y eso debe reflejarse –justamente– en idear nuevas formas de gobernar y hacer política.
Los principales reclamos que se le han hecho a la presidenta Claudia Sheinbaum es que ha fortalecido el militarismo, que sigue privilegiando las energías fósiles, que sostiene obras de desarrollo que atentan contra la biodiversidad y que las víctimas de la violencia siguen olvidadas. Es decir, que aunque nos gobierna una mujer sigue replicando las mismas formas de poder que reproducen el extractivismo, el punitivismo y el machismo.
Gobernar con enfoque de género implica necesariamente cuestionar las relaciones de poder y de dominación que existen en nuestra sociedad y cambiarlas para lograr una realidad más equitativa. La mayoría de los movimientos feministas actualmente coinciden en que es a partir de “agenda de cuidados” desde donde podemos aportar una nueva visión al ejercicio del poder.
Esta agenda parte de la urgencia de reconocer, redistribuir y retribuir los trabajos de cuidado que, de manera desproporcionada, han sido desempeñados por las mujeres a lo largo de la historia perpetuando con ello la desigualdad.
Sin embargo, la agenda no se limita a exigir la corresponsabilidad en el cuidado de las infancias, las personas enfermas o adultas mayores. Es mucho más ambiciosa: se trata de asumir una responsabilidad política y social que ponga la sostenibilidad de la vida y del planeta en el centro de la legislación y el gobierno.
Ello significaría por ejemplo, evitar proyectos de desarrollo a costa del despojo o que causen estragos ecológicos; invertir en energías limpias aunque no sean tan redituables al capital como las fósiles; regular las drogas apostando por la reducción de daños entendiendo que mantener la prohibición y la guerra contra el narcotráfico deja muchos más muertos y que esa violencia sólo beneficia a los mercados ilegales, a los vendedores de armas y a los ejércitos.
Además, la visión de cuidados pasa por sanar heridas pasadas y prevenir futuras. Enfocarse en la reducción de los homicidios es sin duda fundamental, pero también hay que hacerse cargo de los menores de edad que en el contexto de violencia han quedado huérfanos o cuyos padres están desaparecidos o en la cárcel. Otro ejemplo sería reconocer las consecuencias emocionales que décadas de violencia ha dejado en nuestra sociedad, fortaleciendo la reparación colectiva particularmente en territorios que estuvieron o están expuestos a la violencia a gran escala como Sinaloa, Michoacán, Guerrero o Guanajuato.
La primera presidenta de México, Claudia Sheinbaum, tiene la responsabilidad con los movimientos feministas de gobernar diferente y usar el espacio de poder que hoy ocupa para no reproducir las mismas fórmulas patriarcales que, casi por inercia, han perpetuado por siglos las naciones, los partidos políticos y los hogares, generando un sistema que nos lastima a todos: mujeres y hombres.