Columna

Algunas violencias que oculta la lengua

El lenguaje inclusivo no busca normativizarse. Todo lo contrario: quiere descentralizar, desestabilizar y cuestionar el carácter patriarcal y hegemónico del español

Colectivos feministas protestan en Puebla (México), en diciembre.Hilda Ríos (EFE)

¿Qué relación hay entre realidad y lengua? ¿Se puede cambiar la realidad cambiando las palabras que usamos? ¿En ese orden? Estas son algunas de las tantas preguntas detrás del debate global sobre el uso del lenguaje inclusivo. En el caso del lenguaje inclusivo en español es un debate complejo y amplio pues al contrario de ser una lengua oculta o clandestina es hablada por más de 600 millones de personas en el mundo y su esparcimiento ha sido consecuencia del colonialismo, racismo, clasismo, imposiciones por parte de los gobiernos y de una enorme disparidad de género, además de que ha implicado...

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¿Qué relación hay entre realidad y lengua? ¿Se puede cambiar la realidad cambiando las palabras que usamos? ¿En ese orden? Estas son algunas de las tantas preguntas detrás del debate global sobre el uso del lenguaje inclusivo. En el caso del lenguaje inclusivo en español es un debate complejo y amplio pues al contrario de ser una lengua oculta o clandestina es hablada por más de 600 millones de personas en el mundo y su esparcimiento ha sido consecuencia del colonialismo, racismo, clasismo, imposiciones por parte de los gobiernos y de una enorme disparidad de género, además de que ha implicado la desaparición de miles de lenguas a lo largo del continente.

Lejos de desaparecer, el español es después del inglés el idioma más hablado y en Estados Unidos, por ejemplo, convergen una gran diversidad de formas de hablarlo. El tema del lenguaje inclusivo es relevante en el presente, y por lo tanto, en varias lenguas, pero vamos a centrarnos en el caso del español, lo cual me recuerda la primera frase de inicio de una de las películas de El Santo, el enmascarado de plata, cuando en la primera escena un extraterrestre le dice a otros extraterrestres: “A partir de ahora vamos a hablar español que es la lengua que hablan en el país que vamos a atacar: México.”

Aunque en México se hablan 68 lenguas y se habla principalmente español, alguna vez, hace no demasiado tiempo, fue un idioma minoritario que fue impuesto por parte del Estado. Basándose en la Academia Francesa, surgió la Real Academia Española, que buscaba el llamado buen uso de la lengua en el siglo XVIII y de la fecha hasta ahora hay 150.000 palabras en su diccionario histórico. ¿Cómo podemos ver las violencias de género que oculta el idioma en el presente? Habrá que remontarnos al origen de esta hegemonía. Veamos la primera entrada al Diccionario de Autoridades, la letra “a”, algo así como el ADN del idioma: “En el orden es la primera, porque es la que la naturaleza enseña al hombre desde el punto de nacer para denotar el llanto […] y aunque también la pronuncia la hembra, no es con la misma claridad que el varón”. Tomo I, 1726.

El significado de madre, durante siglos tuvo la misma definición para animales y mujeres, ambas al mismo nivel, es decir: “Hembra que ha parido”. Históricamente palabras como alcaldesa, entre tantas otras profesiones y puestos laborales carentes de términos femeninos, significaba “mujer del alcalde”, hasta 1992. O palabras como escritorio que tenían la siguiente entrada en el diccionario hasta 2001: “Aposento donde tienen su despacho los hombres de negocios, como los banqueros, los notarios, los comerciantes etc.”. O la palabra costurero: “Mesita, con cajón y almohadilla, de que se sirven las mujeres para la costura.”

Muchos de estos estereotipos son claros si en lo coloquial vemos las diferencias de significado que hay entre las mismas palabras según el género: hombre público/mujer pública, zorro/zorra, perro/perra. En español todos los sustantivos tienen género, como pasa con los pronombres. Pero el histórico genérico masculino que vemos desde las primeras líneas de la Biblia hasta los titulares en los periódicos del día de hoy es herencia directa del patriarcado.

El tema del lenguaje inclusivo es también un tema político. Y también necesario cuestionar desde los gobiernos. Fue a inicios de este año que desde el Gobierno español, una mujer solicitó a la RAE un informe sobre el uso del lenguaje inclusivo para la Carta Magna. En un punto el informe señala: “Pero tal sexismo y misoginia no son propiedades de la lengua, sino usos de la misma. […] No son responsabilidad del medio, sino de los hablantes. No se corrigen mejorando la gramática, sino erradicando prejuicios culturales por medio de la educación”. Sin embargo, también reconoce que la lengua española es sexista e implica que el idioma favorece las estructuras que ocultan la presencia de la mujer en la comunicación. Pues si algo se oculta estos días no es el uso del español en el mundo, sino, al contrario, el sinnúmero de violencias en contra de la diversidad.

El debate en torno al lenguaje inclusivo nos muestra esta urgente discusión, por un lado, y por otro lado, la inestabilidad de un lenguaje, la imposibilidad de normativizarlo. Usar la “x”, la “e” son unas de las tantas formas que tiene el lenguaje inclusivo para desestabilizar y cuestionar la lengua, pero no se puede fijar, tampoco creo que se quiera fijar ni que la RAE busque o deba hacerlo.

En uno de los tuits de la RAE en torno al lenguaje inclusivo dice: “La arroba no es un signo lingüístico; el uso de la “x” como supuesto morfema inclusivo genera secuencias ilegibles”. Así que el lenguaje inclusivo no se puede leer y a la fecha no se puede hablar de una forma correcta, pero la pregunta natural sería ¿por qué buscamos hablarlo de una forma correcta? ¿Por qué buscamos normativizar el lenguaje inclusivo? ¿No es esta búsqueda de estabilización del idioma una contradicción con la necesidad de desestabilizarlo? Buscar normativizarlo está, de hecho, en contra de la imposibilidad de abarcar las diferencias desde una sola lengua. Y esto se expande aún más. Pues este argumento es desde el punto de vista comunicativo y funcional de una lengua, porque también está la literatura. También están los millones de mensajes de texto en español que se mandan al día y también está Bad Bunny.

Hay un poema breve de Fernando Pessoa que lleva esto un paso más adelante y quizás pueda ser también una maqueta de este debate grande: “La gramática es más perfecta que la vida. La ortografía es más importante que la política. La suerte de un pueblo depende del estado de su gramática”. Sin embargo en el estado de la gramática actual urge cuestionarlo desde la perspectiva de género, especialmente en territorios que son violentos en contra de las mujeres.

En palabras brillantes de Santiago Kalinowski: “La lucha del inclusivo es una lucha en serio, es una lucha realmente en serio, que se mide en mujeres muertas, mujeres muertas todos los días, entonces ahí tenemos que remarcar este hecho. Las mujeres muertas, las mujeres no cobran lo mismo por el mismo trabajo, las mujeres no pueden caminar en paz por la calle, las mujeres que sufren abusos dentro y fuera del hogar, esa es la lucha del inclusivo”. No es que el inclusivo sea una transición, o que busque ser una evolución como fue del latín al español, no es que el inclusivo busque volverse una lengua central o quiera normativizarse. Todo lo contrario: es la búsqueda por descentralizar, desestabilizar y cuestionar el carácter patriarcal y hegemónico de este idioma que nos habita.

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