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Del tsotsil al catalán, las lenguas minoritarias se abren camino junto al gigante español

La chiapaneca Victoria Díaz, el gallego Antonio G. Teijeiro y la barcelonesa Núria Cadenes reflexionan sobre la literatura en sus idiomas maternos y el papel de las traducciones

Tenían a su alcance un transatlántico de 520 millones de hablantes, el español, pero decidieron subirse a embarcaciones más pequeñas que, sin embargo, avanzan desde ambos flancos con vigor: la lengua indígena tsotsil, el gallego y el catalán. A ellas han trepado la chiapaneca Victoria Díaz, el vigués Antonio G. Teijeiro y la barcelonesa Núria Cadenes, respectivamente. Entre una y otros, hay un océano de por medio y un contexto dispar que imprime su propio sello al empuje de cada idioma. Los separa, también, el tamaño de sus navíos: medio millón de personas se comunican en tsotsil, algo más de dos en gallego y cerca de 10 en catalán. Sin embargo, para los tres, premiados por obras publicadas en su lengua materna, escribir es un acto de resistencia y un acto de amor, no solo para que su idioma no muera sino para que continúe floreciendo.

Victoria Díaz, de 30 años, procedente de la pequeña comunidad de la Candelaria, no aprendió el español hasta que llegó a la secundaria y no se enfrentó a la discriminación lingüística hasta que cursó la preparatoria, equivalente al bachillerato. Fue en la universidad donde ambas lenguas se armonizaron y donde descubrió su vocación literaria y la voluntad de defender su cultura, dos deseos que se entrelazaron hasta ser uno y que resuenan en el camino que emprendió, a 10.000 kilómetros, Antonio G. Teijeiro, de 73 años. El poeta creció en la España franquista que ahogaba las otras lenguas y no se encontró con el gallego hasta casi los 20 años, cuando descubrió lo que le habían “robado” gracias a las lecturas de Rosalía de Castro o Celso Emilio Ferreiro.

“Quiero demostrar que los pueblos originarios también tenemos la capacidad de crear, quiero darle valor a todas las lenguas indígenas”, dice la primera. “Cuando me di cuenta de que me habían robado la lengua, la literatura y la cultura, decidí que iba a apostar fundamentalmente por escribir en gallego, porque se necesitaba”, plantea acorde el segundo. Algo diferente fue para la niña y adolescente Núria Cadenes, 55 años hoy. Ella siempre habló ambas lenguas, porque vivían “sumergidos en el castellano”, pero en su casa y en su escuela, formada por una cooperativa de padres, todo se hacía en catalán, “al principio muy a escondidas y luego se fue legalizando”, relata. Eran los últimos coletazos del franquismo.

El vínculo emocional es más profundo con sus lenguas maternas, el único, en realidad, en el caso de Cadenes, que se relaciona con el español de forma más instrumental que afectiva. No es lo mismo sostener a un niño en el regazo que en el colo, apunta Teijeiro. No hay tampoco forma de traducir al castellano el ch’ulel, la forma en la que la comunidad tsotsil se refiere al alma, señala Díaz. La catalana, por su parte, ilustra esa distancia con el “momento poético, casi mágico” que vivió el poeta valenciano Josep Piera en un paseo con sus amigos. “Tomó una ramita de hinojo y estaban hablando de ello, y él se dijo para sí mismo: ‘Pero esto es fenoll, no hinojo’. La planta es la misma, claro, pero esa palabra le conectó con su raíz, con su abuela, con las canciones que escuchaba de niño", reconstruye. La cosa era y no era la misma.

Algo parecido ocurre con la literatura: es y no es la misma que sus versiones en castellano, con las que tienen una relación compleja. Victoria Díaz, premio de Literaturas Indígenas de América por su colección de cuentos Sokem Viniketik / Hombres absurdos, se autotraduce, siempre del tsotsil al español, casi como una “necesidad”. “Si solo escribo en tsotsil, siento que nadie me va a entender. En los pueblos indígenas casi nadie lee, se dedican al trabajo de campo. Entonces, ¿quién más nos lee? Los extranjeros, los que viven en la ciudad. Si no traduzco, nunca tendría lectores ni apoyo institucional“, argumenta: “La lengua española es universal”. Es, además, un camino de entrada en su propia comunidad: la traducción le da una visibilidad fuera que funciona como un llamado de atención en su pueblo para que indaguen en ello. Nadie es profeta primero en su tierra.

La relación de Díaz con sus idiomas es paradójica. Domina el tsotsil más que el castellano en el terreno hablado, pero le cuesta más leerlo por la falta de materiales y su vínculo con la tradición oral. La lectura es, todavía, dominio del español. A la hora de traducirse, intenta prescindir de préstamos como la palabra avión, una forma autoconsciente de conservar la lengua, aunque sea a costa de perder precisión. Le ayuda practicar con ancianos, dice, porque son quienes se han intoxicado menos por la mezcla que genera la convivencia: “Me sirve para rescatar palabras”. Su forma de abordar la traducción es similar a la de Antonio G. Teijeiro. “Siento que es una doble creación, porque si lo traduzco literalmente, se pierde el sentido, el ambiente, el clímax. Entonces, ¿qué hago? Construyo, cambio si es necesario, para que tenga la misma intensidad en ambas lenguas", explica la chiapaneca.

Es esa intuición afectiva la que funciona también para el gallego. “Lo que hago es dejarme llevar por la capacidad poética que uno ya tiene. Lo importante es que no pierda la emoción que me produce al escribirlo. Se pierde precisión, pero se gana también emoción si en la traducción intentas que no sean unas palabras intercambiadas únicamente”, afirma Teijeiro, premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil en 2017 por su poemario en gallego Poemar o mar. El autor, que cree que a los jóvenes “hay que darles la mejor literatura posible”, publica en sus dos lenguas y de las dos se autotraduce, un reto que Cadenes solo asume muy, muy puntualmente, porque no se siente tan segura con el castellano. “Creo que hay gente que lo puede hacer mejor”, reconoce.

También para ella hay cierta extrañeza en ver sus obras traducidas, normalmente por otros. “Pasarlo al castellano era raro, pero digo, ¿por qué es raro? Leo libros traducidos que me hablan de todo el mundo. Entonces me quité ese prejuicio propio", admite la ganadora del VII Premio Proa, con el que se hizo con su novela Qui salva una vida. Su último libro se remonta a la Roma de hace 2.000 años y “quería que sonara a latín”, así que trabajó mucho el ritmo. “La música es muy importante”, apunta. “Era muy difícil trasladar los sonidos a otra lengua. Y es impresionante. Cuando lo leía se me hacía raro, era como si fuera otro libro, pero poco a poco dije, no, no, es él. Es el pam, pam, aquí está, aquí está. Es una sensación muy rara y muy bella”, celebra.

La mayor diferencia entre los países está, quizá, en el respaldo editorial de sus lenguas cooficiales. “Escribiendo en catalán formas parte de una literatura muy potente y esto va siempre por delante”, dice Cadenes. “Numéricamente, somos los que somos, pero culturalmente, en red literaria, andamos sobre gigantes”, agrega: las traducciones hacen el resto. Para Teijeiro, las dificultades para publicar no están tanto en el gallego como en el hecho de escribir poesía. “He llegado a alguna editorial que me ha dicho: ‘Me gusta cómo escribes. Prefiero que me hagas un mal cuento que un buen poema”, se lamenta. En cuanto al idioma, como apuntaba Díaz, cree que todavía persisten los prejuicios sobre las lenguas “minorizadas”: “Si no son traducidas, es muy difícil que sean valoradas”.

La hablante de tsotsil es, quizá, la más optimista de los tres a la hora de hablar del apoyo institucional, y alega que el Estado “está trabajando muchísimo” para que todas sus “voces sean escuchadas”. El número de hablantes de su lengua, de hecho, aumentó un 22% entre 2010 y 2020, según los datos del Inegi, el organismo público de información. “Las instituciones del Estado español a veces parece que no se ocupen del catalán. Tenemos que exigir que faciliten la plenitud de las lenguas, pero si no lo hacen, lo hacemos nosotros. Es lo que hemos hecho hasta ahora y y lo continuaremos haciendo”, dice Cadenes, y Teijeiro concluye en una línea similar. “A pesar de las zancadillas y los problemas, la literatura en gallego está siendo reconocida fuera. Es muy bonito que se pueda lucir, que se pueda mostrar al mundo lo que somos capaces de hacer desde sitios más pequeños y con muchas dificultades”.

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