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David Rieff: “Para lo woke habría que censurar hasta las pirámides de Tenochtitlan”

El historiador y ensayista estadounidense, que acaba de publicar ‘Deseo y Destino, lo woke, el ocaso de la cultura y la victoria de lo kitsch’, repasa su vida de trotamundos intelectual y las razones para convertirse en un “antiutopista”

Si en los noventa, la publicidad de Burger King decía “a veces hay que romper las normas”, ahora Kellogg utiliza una mujer trans para anunciar sus cereales. Las dos anécdotas sirven a David Rieff (Boston, 73 años) para sustentar la tesis de que, al menos desde finales de los sesenta, la rebeldía contracultural le está haciendo el juego a los intereses de las grandes empresas, es decir, al capitalismo. El escritor, historiador y corresponsal de guerra presenta en el ensayo Deseo y Destino, lo woke, el ocaso de la cultura y la victoria de lo kitsch (Debate) una feroz crítica a una izquierda que, considera, se olvidó de los sindicatos, el trabajo y la clase para abrazar otras causas como la raza, el género o el medio ambiente.

Esta podría ser una definición aproximada de “cultura woke”, ese término despectivo nacido en EE UU para descalificar a las políticas de diversidad, equidad e inclusión y sus derivadas en el mundo de la cultura y la academia. Para Rieff, el resultado es una paradoja perversa: “Un mundo cuyas buenas intenciones destruirán lo que esta civilización tiene de bueno, sin mejorar sus muchos aspectos asimismo crueles y monstruosos”. Y como expresiones de esa paradoja, el autor resalta en el libro el discurso que dio Angela Davis, la histórica líder de los Panteras Negras, ante Goldman Sachs, el gigante financiero de Wall Street. O Black Rock, el fondo de inversión más grande del mundo, con la bandera del arcoíris el día del orgullo trans.

Este nuevo ensayo de Rieff sigue la línea de sus últimos libros, marcados por el desengaño o las trampas que pueden esconderse detrás de ideas como progreso o desarrollo. Rieff no se considera de izquierda. Es más bien un pesimista o “un antiutopista”, pese a que uno de sus primeros maestros fue Ivan Illich, el lúcido sacerdote y pedagogo cercano al anarquismo, al que conoció en la universidad experimental que montó en el México de los 70. Luego fue discípulo en París del filósofo Emil Cioran, el gran pesimista. Editor en Farrar, Straus and Giroux , símbolo de la alta cultura estadounidense y la casa de su totémica madre, Susan Sontag, una de las grandes intelectuales del siglo XX. Corresponsal de guerra en Kosovo, Bosnia, Ruanda o Afganistán. La vida y la obra de Reiff es la de un trotamundos intelectual, como demuestra el excelente español con el que responde a las preguntas de esta entrevista en la sede la editorial en Ciudad de México.

Pregunta. ¿Con Illich aprendió a creer y con Cioran a desengañarse?

Respuesta. Yo nunca compartí su fe. Él, como cristiano, tenía todavía esperanza. Pero optimismo y esperanza son categorías completamente diferentes para mí. El optimismo necesita una justificación empírica. La esperanza es una categoría moral, metafísica. No hay necesidad de pruebas o de probabilidades. Nunca estaría en contra de la esperanza, aunque no la comparto. Siempre he sido un pesimista, el hilo conductor de mi trabajo es una especie de antiutopismo vertebral. Por eso nunca he podido ponerme del lado de la izquierda. Creo que para ser una persona seria de izquierda, tanto moral como políticamente, hay que cultivar un cierto optimismo.

P. ¿Ese pesimismo tiene que ver también con su biografía familiar?

R. Bueno, mi madre era muy de izquierdas.

P. Pero su padre fue uno de los grandes expertos estadounidenses en Freud, ya sabe, el maestro de la sospecha y el mensajero de malas noticias.

R. Creo que mi padre tenía razón en su idea de Freud como un pensador conservador. Lo cómico de mis antecedentes es que tuve un padre muy conservador y una madre radical. Puede que de ahí vengan muchas de mis confusiones.

P. Muy psicoanalíticas. ¿Nunca se ha analizado?

R. No. Tuve un colapso psicológico total con 30 años, fui a un psicólogo para que me diera pastillas. Pero nunca me he psicoanalizado. Tengo una pareja argentina, pero no podemos debatir sobre psicoanálisis. Es un tema prohibido

P. En el libro habla de lo woke como una mezcla precisamente del subjetivismo freudiano, del desprecio al pasado y el hombre nuevo de Mao, del espiritismo de William Blake y el insaciable apetito capitalista de Schumpeter y su destrucción creativa.

R. Más allá de que es una mezcla, es una idea emancipatoria absolutamente legítima. Tiene que ver con la idea bíblica de que “los últimos serán los primeros y los primeros, los últimos”. Me parece fundamentalmente un movimiento de reforma moral. Esta tradición ha sido mucho más atendida desde el pensamiento de izquierda. Pero lo woke es el único movimiento que se imagina revolucionario que no tiene un análisis económico. Me recuerda más al calvinismo, a la contrarreforma católica del siglo XVII. Judith Butler o Wendy Brown se identifican como personas de la izquierda y anticapitalistas, pero no suponen ninguna amenaza al sistema. Las grandes empresas están muy cómodas incorporando una visión, digamos, light de lo woke.

P. ¿A qué se refiere?

R. Pienso, por ejemplo, en la reacción en Silicon Valley a las manifestaciones anti Israel. Google o Meta no van a abandonar un contrato millonario con un contratista israelí. Pero sí pueden aceptar ser amigables con el Trans Pride. El único espacio de nuestra sociedad en la cual tienen poder es en la cultura. Y para mí, este rechazo del pasado cultural, salvo la cultura ocultada de las víctimas, no es antisistema, es más bien anticultura. La moralización del artista es el ejemplo clásico. Picasso era un hijo de puta. Y según su lógica, una persona horrible no puede hacer arte. Esto es el anti principio del arte. Para lo woke, habría que censurar hasta las pirámides de Tenochtitlan porque han sido lugares dónde ha habido horror.

P. Ha recibido críticas por hacerle el juego a Trump y a otros líderes autoritarios.

R. Sí, hay personas muy inteligentes que me han dicho “¿por qué te ocupas de lo woke cuando hay estos populismos de derecha infernal?“. Mi respuesta es sencilla. El asalto a la historia cultural es para mí algo muy grave y esto va a sobrevivir a Trump. Hay una frase que dice: la cultura es una conversación que ha tenido lugar mucho antes de tu nacimiento y que va a seguir mucho después de tu muerte. Para lo woke, todo es prólogo a su reforma moral.

P. Pienso en el feminismo que pone en el centro los cuidados y la vulnerabilidad de la vida. ¿Eso no es una crítica a la lógica capitalista de la rentabilidad a cualquier precio?

R. Sí, pero para mí esto es completamente privilegiado. Lo woke es un movimiento un poco de lujo. No por casualidad, sus logros más importantes han estado en las facultades, en los museos. Pienso también en la frase feminista de los 60: “lo personal es lo político”. Son ideas psicoanalíticas. Suponen que un cambio de moral va a llevarnos a un cambio fundamental también en lo económico. No lo creo.

P. Su madre ayudó mucho a popularizar esa frase, precisamente aquí en México, en una conferencia en 1971.

R. Bueno, ya había esto en los primeros años de la revolución rusa. La pareja de Lenin, Alexandra Kolontái, ya había pensado esto, pero desapareció del debate comunista sobre todo después de los años 30. Pero quizás no solamente soy un pesimista, también soy demasiado materialista. Este es un libro casi brechtiano en el sentido de que la moral va después de lo material. “Primero la comida, luego la moral”, decía su frase.

P. Hay una izquierda nostálgica que añora la cultura obrera, las fábricas. ¿No cree que hoy esa clase trabajadora sería representada, digamos, por una mujer migrante y precaria que trabaja, por ejemplo, conduciendo un Uber?

R. Si, pero a esos trabajadores de hoy les ayudaría más un sindicato. Ya no hay fábricas como en el siglo XIX pero el problema del salario sigue vigente. Obviamente estamos en otro mundo. Pero creo que en lo woke hay ideas, digamos, antimaterialistas que son un desprecio para las necesidades materiales de la gente. Son fantasías de personas privilegiadas. Pero bueno, no soy de izquierda y no quiero servirme de armas del marxismo clásico. Lo que más me preocupa es el destino de la cultura, de la gran cultura. Y creo que los efectos de lo woke será que no vamos a ver un un arte como el imaginado por las vanguardias, sino a Taylor Swift y el K-pop.

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