Diego Zúñiga: “La dictadura no solo rompió el país sino también la lengua”

El escritor chileno publica ‘Tierra de campeones’, una novela inspirada en la historia de un campeón de caza submarina con el Chile de Allende y Pinochet como telón de fondo

Diego Zuñiga en las oficinas de Random House, en Ciudad de México, el 27 de junio.Aggi Garduño

La leyenda cuenta que fue el primero en descubrir cuerpos de desaparecidos arrojados en sacos al fondo del mar. Campeón mundial de caza submarina en 1971, Raúl Choque se encontró de frente con el horror una de las tantas veces que se sumergió en el agua: la dictadura chilena había convertido en una fosa común el que hasta entonces había sido su hogar. Puede que aquella experiencia le hiciera enmudecer o puede que sea simplemente eso, una leyenda, lo cierto es que él nunca quiso hablar del tema y lo negó o lo esquivó cuando algún periodista le preguntó por ello. “Yo era chico, y es muy impactante escuchar eso. Estuve muchos años pensando en si había que escribir algo”, explica el escritor, editor y periodista chileno Diego Zúñiga (Iquique, 1987), oriundo de la misma región en donde Choque se convirtió en campeón. Casi una década después de comenzar a rumiar esa historia e inspirado por este episodio, terminó de escribir Tierra de campeones (Random House), su tercera novela.

“Su silencio me parecía muy curioso. Ese fue mi primer impulso para desear escribir esta historia, pero uno propone y el texto dispone”, reconoce Zúñiga, que está de visita en Ciudad de México para presentar el libro. El mito dio paso a la imaginación y su inquietud se desplazó hacia esos individuos que reclamaban cobrar vida. Pronto se le aparecieron Chungungo Martínez, el buzo que protagoniza su ficción, la Caleta Negra y una familia de pescadores poco ortodoxa que lo acogen en ella y que forman una comunidad vital para el desarrollo de su personaje principal. “Cuando uno viene de una clase social no privilegiada”, señala, “la comunidad tiene un lugar mucho más preponderante. No es una idea, es una realidad, porque tú sabes que estás solo y necesitas al otro, y el otro también te necesita”.

La configuración de esa comunidad estaba estrechamente ligada al espacio en el que se desarrolla la historia, el Iquique natal de Zúñiga, que es el otro gran protagonista de la novela. El escritor dejó la ciudad cuando tenía 12 años, pero nunca ha podido salir de ahí desde la ficción. Sus dos novelas anteriores, Camanchaca (2009) y Racimo (2014), también transcurren allí, siempre en una época distinta a la actual. “Trato de salir, pero no puedo. La escritura ha sido básicamente intentar volver a ese espacio, pero ya no es la ciudad de la que escribo. Ha cambiado tanto que para mí es como una ficción, aunque mantiene esa sensación como de lugar suspendido en el tiempo”, incide.

La repentina mudanza del escritor a la capital facilitó su encuentro con la literatura: algo tenía que hacer en los largos trayectos hasta el colegio en un entorno en el que todavía se sentía solo. “Los libros se terminaron convirtiendo en una suerte de refugio”, recuerda. La escritura llegó de forma natural casi simultáneamente, a los 15 o 16 años, animado por algún profesor y otros compañeros que leían y escribían con él. “Muy rápido me di cuenta de que yo quería hacer eso para siempre”, admite. Eso también marcó una visión de la literatura que para él es siempre colectiva, pues leer o escribir son solo la primera parte del proceso, luego llega la conversación.

Para el chileno, los lugares determinan la forma de ser y de mirar el mundo, “sobre todo cuando son paisajes tan singulares”, por eso le resulta imposible escribir algo que no esté previamente situado en alguna parte. En la región norteña en la que creció están el mar, el desierto y un cerro que amuralla el lugar en una combinación tan improbable como real; un espacio aislado geográficamente pero también culturalmente; un “territorio de alegrías pequeñas, inútiles, ciegas”, describirá en el libro.

Su otra obsesión será encontrar al narrador, un amigo de la infancia de Chungungo que le pierde la pista en cuanto se muda a la caleta, aunque sigue sus éxitos como si fueran propios. “Pienso mucho en quién cuenta la historia, siento que quien la cuenta determina lo que va a ocurrir”, confiesa: “Y uno tiende a pensar que el que la tiene que contar es el que mejor la conoce, y yo creo que no necesariamente. Me interesaba que no tuviera acceso a todo, que tuviera que elucubrar”, explica.

Comunidad, espacio y narrador configuran un paisaje perfecto para explorar la dimensión política de una historia que se va empapando de ella desde la intimidad de las relaciones afectivas. La política actúa como una intuición, un murmullo de fondo al que el protagonista no presta mucha atención, pero que termina por arrollarlo cuando el ruido irrumpe con toda su fuerza. “Detrás de las risas y el entusiasmo acechaba, siempre, algo parecido al espanto”, escribe Zúñiga, al que no le interesaba tratar lo político desde lo explícito sino más bien desde lo cotidiano, atendiendo a cómo nos transforma en los diferentes niveles.

Van pasando las páginas y los años y con ellos se advierte la llegada al poder del socialista Salvador Allende, más tarde el golpe de Estado militar, después la dictadura pinochetista. Cambios profundos que sin embargo van calando poco a poco y sutilmente una atmósfera retratada con un lenguaje contenido pero no carente de emoción, un espejo de la personalidad reservada del buzo que aprendió a nadar en un río en mitad del desierto.

“Hay un momento en que estoy escribiendo el borrador y ocurre la revuelta en Chile de 2019, y al comienzo me quedé en silencio en términos de escritura, porque la calle estaba afuera, salíamos, protestábamos, estaba vivo eso, pero yo decía: ¿qué pueden hacer las palabras con esto? ¿Por qué estoy escribiendo esta novela si está pasando esto?”, relata el escritor. Poco a poco fue dándose cuenta de que el Chile de Allende y el de Pinochet compartían muchos lazos con el actual; que hablar del pasado era una forma de hablar del presente. “Yo nací a finales de los 80, la idea de salir a la calle y ver una suerte de efervescencia política muchos no la habíamos vivido realmente. Quizá con las protestas estudiantiles de 2006 y 2010, pero esto era distinto, había una energía muy similar a la de entonces con la Unidad Popular, y yo sentía que en el libro estaba eso”, apunta.

Las preparaciones para la conmemoración de los 50 años del golpe terminaron de convencerlo de que se trataba de un libro profundamente actual. “La derecha planteó el discurso de que el golpe era inevitable. Y no, nunca un golpe es inevitable, siempre es evitable”, denuncia: “Por eso volver a pensar ese tiempo me parece importante, pensar cómo se relacionaba el mundo, cuál era esa manera de hacer comunidad que la dictadura rompió y borró”.

Para retratar ese mundo que se perdió, Zúñiga recurrió, sobre todo, a la poesía, un talento para el que pronto descubrió que no valía —“fue un poco traumático”— pero que no le impidió seguir disfrutando de su lectura y tratar de robar algunos de sus procedimientos estéticos. “Hay algo que los libros de historia no terminan de transmitir, que es la atmósfera del espacio y el habla de ese tiempo. La poesía logra capturar algo que va mucho más allá de los datos o la información. Es la poesía la que explica cómo se rompió no solo el país, sino también la lengua”, considera.

El trabajo de investigación histórica completó la documentación que necesitaba, una herencia de su profesión como periodista que, sobre todo, le enseñó a “salir del yo y mirar hacia afuera”. A él, sin embargo, le interesa pensar en el archivo más como un “impulso de la imaginación” que como una fuente para darle verosimilitud a sus textos. La creatividad juega un papel fundamental en su narrativa porque las palabras no solo se articulan para contar una historia sino que ensayan formas de pensar un futuro alternativo. “Estamos viviendo un tiempo muy raro y yo creo que nos exige nuevas formas de escritura. Me interesa la literatura que moviliza, que genera estímulos”, pone en valor.

Del mismo modo que se pregunta por el espacio geográfico en el que transcurren los hechos, Zúñiga cuestiona el espacio simbólico desde el que se escribe. “Estamos rodeados de textos que se plantean políticos pero que nunca piensan desde dónde están escritos y, si no lo piensas, hay algo que se desmorona, porque estamos llenos de puntos ciegos”, concluye. Es desde esos puntos ciegos desde donde se pregunta quién cuenta la historia y qué decide contar.

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