Fernando Serrano Migallón: “No soy ciudadano español porque no estoy dispuesto a jurar lealtad al Rey”
Hijo de exiliados en México, el laureado escritor, profesor y académico defiende la educación pública y cuenta anécdotas sabrosas de la época de su padre, el último fiscal general de la República española
Los 190 centímetros de Fernando Serrano Migallón culminan en una de las cabezas mejor amuebladas de México. Más abajo, a la altura del pecho, luce importantes medallas internacionales y nacionales al mérito en sus muchos desempeños. Doctor en Historia, profesor en la UNAM de Derecho Constitucional y licenciado en Economía, es además experto en Derechos Humanos, miembro de las Academias mexicanas de la Lengua y de Historia. Ha sido secretario del Congreso y subsecretario de Educación y m...
Los 190 centímetros de Fernando Serrano Migallón culminan en una de las cabezas mejor amuebladas de México. Más abajo, a la altura del pecho, luce importantes medallas internacionales y nacionales al mérito en sus muchos desempeños. Doctor en Historia, profesor en la UNAM de Derecho Constitucional y licenciado en Economía, es además experto en Derechos Humanos, miembro de las Academias mexicanas de la Lengua y de Historia. Ha sido secretario del Congreso y subsecretario de Educación y muchas más cosas que le han dejado tiempo para escribir una veintena de libros de toda clase y condición, que ahora remata con 10 volúmenes sobre las Constituciones en México. Hijo de exiliados republicanos españoles, nació hace 78 años en la Ciudad de México. Exponerse a su memoria privilegiada es como sentarse al lado de la Historia y aprender echando unas risas.
Pregunta. ¿Y qué más?
Respuesta. Estoy consciente de que me queda mucho menos por vivir de lo que he vivido y hay cosas que me hubiera gustado hacer y ya será imposible, como tocar un instrumento musical, bailar bien, hacer deporte; nunca pude, he sido muy torpe, tengo un pésimo oído al que achaco mi dificultad para los idiomas, bailo muy mal, canto pésimo y el único idioma que hablo es el francés, aparte del español, y me costó muchísimo trabajo.
P. Concluye ahora su Historia de las Constituciones en México.
R. Comienza con la de Bayona, el estatuto de Napoleón, gracias al cual los españoles se dieron cuenta de la ventaja de vivir en un régimen constitucional. Y creo que, si no hubiera sido por esa, no se habría dado la de Cádiz de 1812, un fenómeno extraordinario de adelanto, pero que tiene dos fallas fundamentales, la forma de Estado y la de gobierno. No se atrevieron a discutir si querían república o monarquía, ni si preferían centralismo o federalismo.
P. Pues entonces, seguimos en 1812.
R. Sí. En la de 1824, México ya se atrevió con eso, República y federal.
P. ¿Alguna conclusión apresurada extraída de esos 10 volúmenes?
R. Lo más interesante es el siglo XIX. Todos tenemos filias y fobias, pero te das cuenta de que aquellos ciudadanos no eran buenos ni malos, sino que unos tenían unas ideas y otros, otras, pero tan honestos y leales ambos. Y quizá algunos con los que no coincides ideológicamente eran más honestos, por ejemplo, [Miguel] Miramón, el general del emperador Maximiliano [1864-1867], un hombre ejemplar, inteligente, patriota, se sacrificó, no aceptó la salida del país. Algunos liberales, sin embargo, dejaron mucho que desear.
P. Hablando de Maximiliano, en el libro de Fernando del Paso Noticias del Imperio, hay unos capítulos muy divertidos en los que Juárez dialoga con su secretario…
R. Gran libro, está muy bien literariamente, pero Juárez no hablaba con nadie.
P. ¿Ah no?
R. Juárez es de esos personajes… Admirable, de mis héroes más puros, pero debía de ser insoportable. ¿Tú te animas a sentarte una tarde con él a jugar canasta?
P. Pues es que no le conozco tanto como usted.
R. Creo que los dos mejores presidentes que ha tenido México eran, quizá, los que han tenido menos luces intelectuales. Juárez, que se rodeó de los mejores personajes de su época, liberales, admirables todos. Y Lázaro Cárdenas llegó a cuarto de primaria. A los 17 años se fue a la revolución y se volvió de los mejores mexicanos. Tenían una cualidad, sabían escuchar.
P. No es desdeñable. ¿Y el tercero quién es?
R. [Se ríe, pensando en el actual, López Obrador] Pero ahí no coincide el saber escuchar…
P. ¿Pero intelectual es o no?
R. Carrera profesional. Ha escrito más libros de los que ha leído, ja ja. ¿Crees que los ha escrito él?
P. No sé, pero no parece el más tonto de México.
R. No, su problema no es la inteligencia.
P. ¿Cómo está la salud de la democracia en el mundo?
R. Es el mejor sistema, pero ahora se ha abusado de él. La democracia no es solamente el derecho a votar, o a ser votado, sino a tener consciencia de lo que está pasando y a participar en las decisiones políticas, pero este derecho se ha sacado de cauce. Si hay un fuera de juego en el fútbol, si el torero se merece una oreja o no, si los jueces deben ser electos o no, ¿vamos a ponerlo a votación? Creo que la democracia tiene un motivo, una finalidad y un cauce, fuera de ese cauce es violentarla y hacer que caiga en desprestigio.
P. ¿Dice que se están sometiendo demasiadas cosas a votación popular?
R. Por ejemplo, sí. La gran lucha de la humanidad ha sido la del individuo por adquirir más libertad, desde los griegos, siempre, por arrancar poder al poderoso, poco a poco. Eso se ha logrado, pero en este momento se está abusando de eso, como el lenguaje inclusivo, los que no lo hablamos somos reaccionarios y antifeministas, y no es eso. Yo creo que el sistema democrático está perdiendo prestigio porque se ha abusado de él.
P. En asuntos como los del lenguaje inclusivo o el feminismo, ¿no se encuentra usted un poco fuera de edad, ante cosas de esta época que no acaba de comprender?
R. Yo eso me lo cuestiono siempre, con mis alumnos, lo que más me gusta de dar clases es escucharlos, darme cuenta de cómo piensan, y son completamente distintos de cómo yo era a su edad. No tenemos nada que ver.
P. ¿Cuál es la mayor diferencia?
R. Que son muchísimo más libres que era yo, y mucho menos solidarios. Más individualistas y pagados de sí mismos, menos cooperadores entre ellos.
P. Pero dicen que la juventud actual es muy solidaria con las grandes causas, medioambiente…
R. Puede ser con las grandes causas, pero en ayudar a un compañero que está a su lado en clase, que tiene algún problema económico o familiar, los veo más reacios a lo que fuimos nosotros.
P. Es usted hijo de exiliados. ¿Esa circunstancia le impulsó por algún camino o le distrajo de algún otro?
R. Hay dos o tres cosas que han influido en mi vida radicalmente y una fue esa. El exilio es un fenómeno muy curioso, tiene características generales, pero luego, en cada casa se lleva de manera distinta. Había casas en las que todos los días se hablaba de la República española, de la guerra y el exilio, y otras en las que nunca se volvió a hablar de ello. La mía era de las primeras, mis padres hablaban todos los días de eso, y con sus amigos, del paso a Francia, del sufrimiento, de los campos de concentración, y del deseo total de volver a España. Yo no lo veía entonces, sino con el paso del tiempo, pero eso te da una sensación de inestabilidad, de temporalidad, estamos aquí mientras que, como que no echas raíces. Y además vives en una burbuja particular en la que no te comunicas con los demás. Como pensaban que sería un exilio corto se crearon todas aquellas escuelas de refugiados para mantener contacto con la historia y la geografía españolas. Eso lo narra muy bien Néstor de Buen, su familia vivía en un edificio enorme donde más de la mitad eran españoles, los amigos de sus padres, españoles, el instituto Luis Vives, español, los fines de semana se iban al parque Mundet, todos españoles… Hasta que llegó a la universidad y dijo: ¿qué hacen aquí estos mexicanos?
P. A usted eso no le pasó.
R. Yo viví tres realidades distintas, el colegio jesuita, la casa, con sus temas y sus comidas, y la calle. Me creó una falta de adaptación gravísima, una timidez patológica, no podía ni preguntar en clase, no sabía cómo hablar, si lo hacía bien o mal: en casa eran guisantes, autobús y remolacha; en la calle, chícharos, camión y betabel. Te vuelves bilingüe en tu idioma.
P. ¿No es eso una riqueza?
R. Así lo ves con el paso del tiempo, pero cuando lo estás pasando es un camino doloroso de adaptación.
P. Su padre, Francisco Serrano Pacheco, fue el último fiscal general de la República, a quien el Gobierno encargó la distribución equitativa de los exiliados que debían embarcar.
R. Lo que pasa es que el primer barco que llegó a México, el Sinaia, vino lleno de comunistas y los demás partidos protestaron, así que la embajada de México creo un grupo con todos los partidos y centrales obreras y campesinas para esa distribución. Mi padre era de Unión Republicana, el partido de Martínez Barrios, presidente de las Cortes, y eran los que avalaban aquellas listas de embarcados. Hasta que fueron deportados al norte de Francia. Mi madre regresó a España en el 39, lo recordaba como los peores años de su vida, la mujer de un rojo en la primera posguerra. Mi padre no volvió a entrar en España, desde Marsella fue a México, encontró trabajo en una compañía de seguros y pidió un préstamo para reunir a la familia. Mi madre volvió a España alguna vez, pero mi padre nunca. Ninguno de los dos aceptó la nacionalidad mexicana.
P. Sobre el exilio español en México hay mucha tinta, ¿queda algún ángulo por tocar?
R. Muchísimos. La gran diferencia del exilio general español es que en España es historia muerta, a un muchacho español le preguntas qué fue la guerra y apenas tiene idea, pero en México es historia viva. De 1939 a 1945, el exilio español tuvo un impacto extraordinario en México. Hay novelas sobre eso, como aquella de Max Aub titulada La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco y otros cuentos… Trata de un mesero que sirve café en un local del centro de México. Es un hombre muy ordenado, vive solo, cría canarios, lleva una vida pacífica, hasta que llegan los exiliados y le organizan un desmadre… Se pelean entre ellos, discuten sobre la guerra, patean, gritan. La única solución que se le ocurre al camarero para recuperar su tranquilidad es matar a Franco. Se compra una pistola y se va a España, y en la inauguración de un pantano o no sé qué, lo mata. Logra escapar, se vuelve a México y a los 15 días empiezan a llegar los franquistas exiliados quejándose de los rojos y discutiendo a voces en su café…
P. Ustedes, los republicanos, ¿cómo han vivido estas peticiones del gobierno mexicano de que la Monarquía española pida perdón por la crueldad y los desmanes de la conquista y la colonia?
R. Una ocurrencia, porque bueno, lo que pasó en ese territorio entonces no era México, y España tampoco era España, es una ocurrencia con fines internos de publicidad o presencia política, sin mayor trascendencia. A los franceses no se les ocurre que Italia pida perdón por la invasión de las Galias.
P. Si tomáramos, de nuevo, el bloque republicano español en México, ¿cuál diría que es su relación con la Monarquía española?
R. Félix Candela, el arquitecto, decía que España lo que tiene son los valores eternos de la raza: el jamón serrano, el chorizo de Cantimpalos y el vino de Rioja.
P. Ja ja. Aceptamos el jamón.
R. Y el vino también. Se le tuvo más simpatía a Juan Carlos por haberle dado la vuelta al régimen, pero luego fue todo un desastre, un hombre frívolo, inmaduro, qué voy a decir. Y el sucesor creo que es un hombre bienintencionado, pero que no levanta pasiones. ¿O es acaso un carisma apabullante?
P. ¿Por qué no es usted ciudadano español?
R. Porque para eso tengo que firmar un acta de lealtad al Rey, al jefe del Estado, y no estoy dispuesto.
P. ¿Quiere ser ciudadano, pero no súbdito?
R. Exactamente.
P. Usted ha sido abogado general de la Universidad Nacional Autónoma de México, la UNAM, donde recientemente se ha dado un caso sonado de plagio de tesis que afectaba nada menos que a una ministra de la Corte, Yasmín Esquivel. ¿Qué le pareció el proceder de la UNAM al respecto?
R. Empezó mal, y cuando un edificio tiene malos cimientos luego se construye muy mal. La primera decisión del abogado general que estaba al frente yo creo que fue errónea, aquello de que la Universidad no podía decir nada porque no había un procedimiento específico para un caso así. Yo creo que en el Derecho, si no tienes un procedimiento específico, hay reglas generales para aplicar. Si no hay un procedimiento específico para comprar tóner o llantas, de todas formas las puedes comprar. Se construyó mal y ya es difícil reconstruirlo y enderezarlo
P. ¿Fue un error o una salida, digamos, política?
R. Fue un error. Los abogados que solo se dedican al estudio no tienen práctica en el ejercicio diario del derecho. El caso era complicado y no se supo afrontar.
P. De haberlo afrontado bien, ¿se hubiera solucionado desde el ámbito universitario?
R. No sé qué tratamiento le hubieran dado fuera, pero la universidad habría salvado la cara, y ahora, con los amparos de la señora Esquivel no ha sido fácil, les está costando trabajo encontrar la puerta.
P. Decía antes que el exilio fue una de las cosas que marcó su vida. ¿Cuáles fueron las otras?
R. La universidad. Estudié primero en los jesuitas, donde fui feliz pero, con el paso del tiempo, les tengo mucho rencor, esa educación culposa, todo era malo, con una competitividad terrible, te enseñan a triunfar pero no a ser feliz... Cuando llegué a la universidad, empecé con terror por las novatadas, perradas se llaman en México, pero a las tres semanas, como si me hubieran abierto las ventanas y entrara el aire fresco. Fui feliz. La educación pública y la universidad para mí han sido de las mejores cosas que me han pasado en la vida. Ahí te das cuenta de las cualidades de las personas, los problemas económicos, las situaciones familiares. La educación pública hay que defenderla con los dientes. Por eso cuando dicen que la universidad se ha burocratizado, se ha ido a la derecha, es conservadora, quien dice eso no sabe lo que es la universidad. Ahora hay un interés por desprestigiarla, yo creo que es un error terrible. Y una injusticia.
P. Usted sigue impartiendo clases.
R. Para mí la docencia es egoísmo puro, me encanta sentarme con los alumnos, saber lo que les pasa, lo que te comentan, las necesidades que tienen. A mi edad me ven como un abuelito y me cuentan sus problemas. Son muy libres contando cosas muy privadas.
P. Échese otra anécdota de la época del franquismo en México.
R. José Gallostra y Coello de Portugal era una especie de embajador que tenía Franco en México y que entabló relaciones con un anarquista exiliado, Gabriel Fleitas, que era un sinvergüenza. El embajador le daba dinero para que le pasara información, se veían periódicamente para ese intercambio. Una vez tuvieron una discusión de dinero en la puerta de la Lotería Nacional y Fleitas sacó una pistola y lo mató. Toda la prensa mexicana conservadora, pagada por los franquistas, se lanzó: que si los rojos traen su guerra a México, que los rojos alteran un país tranquilo, son asesinos, hay que expulsarlos… Acuérdate de que la Iglesia mexicana hacía rogativas para que se hundieran los barcos que traían exiliados. Bueno, pues a Gallostra lo velan, lo mandan a España en su ataúd y hacen la tragedia para recibirlo. Hasta que, poco después, entran al hotel donde vivía en México y entre sus papeles encuentran un diario en el que apuntaba que México era un país detestable, lleno de indios, que Cortés debió de acabar con todos, que todos son masones, sin Dios… Y eso se publicó, entonces los conservadores dejaron de hacer alabanzas a Gallostra.
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