Un mezcal con doña Goya es la obra de arte
El artista Rirkrit Tiravanija propone hacer del encuentro una expresión artística. La pieza ‘Mezcal vs. Pulque’ se muestra en la galería Kurimanzutto hasta el 16 de julio
El tailandés Rirkrit Tiravanija y la oaxaqueña Gregoria Cruz Peralta se comunican a través del barro. El artista no sabe español y la alfarera no habla inglés, pero durante dos años han estado trabajando juntos. Doña Goya le ha enseñado a modelar el barro como a ella le enseñó su madre y a su madre su abuela. “Es muy bonito, es muy precioso”, dice Peralta. Detrás suyo se levanta una casa pequeña de madera y tejas negras construida en la sala central de la galería Kurimanzutto de Ciudad de México. En el interior, una mesa alargada, cuencos de barro,...
El tailandés Rirkrit Tiravanija y la oaxaqueña Gregoria Cruz Peralta se comunican a través del barro. El artista no sabe español y la alfarera no habla inglés, pero durante dos años han estado trabajando juntos. Doña Goya le ha enseñado a modelar el barro como a ella le enseñó su madre y a su madre su abuela. “Es muy bonito, es muy precioso”, dice Peralta. Detrás suyo se levanta una casa pequeña de madera y tejas negras construida en la sala central de la galería Kurimanzutto de Ciudad de México. En el interior, una mesa alargada, cuencos de barro, mezcal y pulque; olor a madera y alcohol. Tiravanija, en la penumbra, sirve bebida a los visitantes. El encuentro es la obra de arte.
La galería, un espacio luminoso y despojado, se comprime en el interior de “la casita”, como la llama el artista. El techo es bajo y el espacio está iluminado por los cirios colocados sobre la mesa. Hace calor. Tiravanija recreó a escala, en ese punto de una colonia tradicional de Ciudad de México, una casa que conoció arriba, en la montaña, en Oaxaca. Cuando le enseñaron aquella construcción deteriorada de piedra, buscó una “coartada” que le permitiera restaurarla. Se puso entonces a cocer tejas negras. Unas quedaron en la sierra y otras bajaron hasta la capital. Este sábado, en la inauguración de la obra, titulada Mezcal vs. Pulque, el artista pasó más de dos horas en un extremo de la vivienda sirviendo mezcal de un vasija; en el otro extremo estaba Kythzia Barrera, coordinadora de la Cooperativa 1050º, integrada por alfareros de Oaxaca, Puebla y Chiapas, ofreciendo pulque.
“El mezcal y el pulque son mis dos némesis cuando vengo a México”, señala Tiravanija, que vive entre Nueva York, Berlín y Chiang Mai (Tailandia) y ha expuesto en el MOMA o en el Museo de Arte Moderno de París: “O bebo demasiado pulque o demasiado mezcal. Estaba tratando de encontrar una razón y, por supuesto, solo se reduce a que bebo demasiado”. El tipo de cosas, dice, que hace con amigos. Cuatro años atrás presentó otra instalación, untitled 2018, que también invitaba a los visitantes a compartir el momento: construyó un gran laberinto de bambú para celebrar, entre otras actividades, ceremonias de té. Su obra, según define la galería, “crea contextos abiertos” como estos que permiten la reflexión; es, a la vez, “banal y profunda”.
“Elige una taza y decide si prefieres pulque o mezcal”, propone Tiravanija a quienes entran. “Es una especie de juego y por lo tanto se convierte en una relación”, explica sobre la instalación que permanecerá hasta el 16 de julio.
Los visitantes se agachan para entrar por la puerta, arriba de sus cabezas hay un altar: dos platos, un candelabro y la figura de un ave. En la mesa larga que tiene enfrente hay cuencos más hondos, más bajos, con forma de taza, del color del barro o negros, que manchan las manos. Peralta, de 56 años, es una de las alfareras que los hizo. Ella es de Río Blanco Tonaltepec, como Margarita Cortés Cruz y Marisela Ortiz; Silvia García Mateos y Leopoldo Barranco son de San Bartolo Coyotepec. Ellos cinco y sus familias, en total 25 personas, moldearon y hornearon las piezas. “El proceso es pesado”, cuenta la artesana. Primero hay que buscar el barro, ponerlo a secar, molerlo; humectarlo de nuevo y batirlo “como un atole”, colarlo. Y entonces empezar a darle forma con las manos.
Tiravanija ha aprendido la técnica en estos últimos dos años, pero se considera un amateur. “En realidad, solo observo”, reconoce el artista. “Realmente no había mucho que yo pudiera hacer porque todo es ya tan increíble y perfecto”, agrega. El artista podía pedir, por ejemplo, que una pieza se dejara sin pulir o que otra tuviera una forma determinada, que recordara más, tal vez, a la tradición asiática. Una dinámica que define de “tire y afloje”. Pero considera que trabajar con las manos “es un tipo de instinto muy particular” que él no tiene. “No voy a conseguir ser mejor de lo que soy”, asegura. “Incluso en la técnica asiática más antigua, todo se hace con una máquina que ayuda a dar forma a las cosas, pero aquí es solo la mano: la forma de la mano hace la forma del objeto”, señala.
Kythzia Barrera compara la forma de trabajar de las familias con una danza rápida y espontánea, riesgosa también, porque las piezas se manipulan a más de 1.000 grados. La forma en que los objetos de barro son salpicados con tinta de encino, color negro, le recuerda a “un jackson pollock”. “Es un happening increíble”, dice la coordinadora de Cooperativa 1050º. Las piezas se muestran, sin embargo, como lo que son, herramientas para ser usadas. “No estás viendo pasivamente, que creo que es donde el arte se atoró”, apunta Barrera, “estás usando todos tus sentidos”. De un cucharón de madera, sirve líquido viscoso. “El pulque te da mucha energía y tiene 8.000 años de existir”, cuenta a quienes acaban de entrar. Las personas que eligieron los cuencos más oscuros tienen ya las manos negras. Alguno salen, otros permanecen, una mujer se anima: “Sabes, sírveme otro”.
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