Atom. Los 500 años y esa caja llamada “indígena”
Ser indígena no es un rasgo esencial, es una posición en la historia, no es toda ella. Pensarlo así nos abre a un futuro en el que podamos seguir siendo mixes, zapotecos o paipai sin ser indios, sin ser indígenas
La lectura del libro En donde se mete el sol. Historia y situación actual de los indígenas montañeses de Baja California del sociólogo y antropólogo Everardo Garduño me acompañó la primera vez que pasé una temporada en un pueblo indígena fuera de las fronteras de esta región del mundo llamado Mesoamérica y desde la cual escribo estas líneas. A petición de la lingüista Elena Ibáñez, especialista de las lenguas de la familia lingüística yumana y en especial del idioma paipai, me integré al equipo de documentación lingüística que ella coordinaba y pasé un poco más de tres meses en Misión d...
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La lectura del libro En donde se mete el sol. Historia y situación actual de los indígenas montañeses de Baja California del sociólogo y antropólogo Everardo Garduño me acompañó la primera vez que pasé una temporada en un pueblo indígena fuera de las fronteras de esta región del mundo llamado Mesoamérica y desde la cual escribo estas líneas. A petición de la lingüista Elena Ibáñez, especialista de las lenguas de la familia lingüística yumana y en especial del idioma paipai, me integré al equipo de documentación lingüística que ella coordinaba y pasé un poco más de tres meses en Misión de Santa Catarina, lugar desde el cual visitamos otros pueblos yumanos. Esta estancia en el desierto de Baja California fue muy importante para poner en crisis muchas de las ideas que tenía yo sobre la categoría indígena y que me había formado durante el periodo escolar. Acompañada de las enseñanzas de Elena Ibáñez sobre este conjunto tan particular de lenguas y de la lectura del libro de Garduño, coincidí con ambos sobre la idea que una gran parte de la reflexión que se ha hecho sobre los pueblos indígenas en México está atravesada de un “mesoamericanocentrismo” comandado por la historia oficial.
Los contrastes se me fueron revelando desde nuestra llegada; acostumbrada a las frías montañas altas de la Sierra Mixe o al clima de la Ciudad de México, el proceso de adaptarme al calor y a la geografía del desierto con su extraordinaria belleza se acompañó de un aprendizaje paulatino de las grandes diferencias entre un pueblo profundamente mesoamericano como el mío y una cultura tan rica y distinta como la de los pueblos yumanos. La disposición de las viviendas (muy alejadas unas de otras) y la manera en la que habitaban el territorio contrasta con la aglomeración central de los caseríos de nuestras comunidades mixes, la organización en estructuras clánicas se distingue en muchos sentidos de nuestras actuales estructuras comunitarias, el protagonismo simbólico del piñón se corresponde con la importancia del maíz en nuestro caso, entre otras muchas diferencias que cotidianamente se me iban revelando.
Mientras documentamos la lengua, iba leyendo también sobre el proceso mediante el cual se estableció el orden colonial en esas tierras a través del establecimiento de misiones jesuitas contra las cuales la población nativa se rebelaba continuamente, rebeliones que fueron sofocadas con particular violencia, saña y crueldad. La “pacificación” de esos territorios y su sujeción al gobierno virreinal duró mucho tiempo y muy poco tiene que ver con lo sucedido en estos otros territorios después de la caída de Tenochtitlan. En medio del desierto, me surgió una pregunta: si las características actuales, la lengua y la historia de los pueblos yumanos es tan distinta a la de los pueblos mixes, si hallo más rasgos culturales compartidos entre una persona mestiza de la ciudad de Oaxaca y una zapoteca de los valles centrales que entre esta última y una persona del pueblo paipai, ¿por qué entonces el pueblo zapoteco, el pueblo mixe y el pueblo yumano somos pueblos indígenas? La historia oficial ha dotado de contenido cultural a la categoría indígena, como si entre todos los pueblos que estamos catalogados así compartiéramos características predominantemente culturales y eso sostuviera la clasificación. ¿Cuál es la relevancia de la caída de Tenochtitlan para los pueblos yumanos de Baja California?
Si bien es cierto que la manera en la que se experimentó el establecimiento del poder colonial para la población yumana fue decididamente muy distinta a la que experimentamos en el sur de lo que ahora es México, también es verdad que con el paso del tiempo ha tenido el efecto de irnos colocando en una misma categoría, en la misma caja etiquetada como indígena, que borra experiencias muy contrastantes de experimentar el proceso de colonización. Debido a la ya sabida confusión de Cristóbal Colón, la categoría “indio” fue nivelando y borrando con el tiempo las diferencias entre pueblos, lenguas y culturas contrastantes, naciones radicalmente distintas. La categoría “indio” se cambió a “indígena” con el establecimiento del Estado mexicano, para la corona española fuimos indios, para el Estado mexicano, indígenas. El historiador Sebastian van Doesburg apunta que si, de manera arbitraria, fijáramos el comienzo de la historia de los pueblos mesoamericanos con la domesticación del maíz, un pueblo como el zapoteco tendría una historia de aproximadamente 9 mil años, de los cuales solo 500 años han sido indios y 200, indígenas. Los miles de años de historia de nuestros pueblos no están determinados por lo que les ha sucedido solo durante los últimos 500 años. Esto revela entonces que ser indígena no es un rasgo esencial, es una posición en la historia, es un momento de esa historia, no es toda ella; pensarlo de este modo nos abre entonces a un futuro en el que podamos seguir siendo mixes, zapotecos o paipai sin ser indios, sin ser indígenas.
Esto significaría que los sistemas de opresión establecidos hace cinco siglos y que ahora nos tienen confinados en la categoría indígena habrían desaparecido. Si antes fuimos mixes sin ser indígenas, podríamos volver a serlo. Esta postura nos ayuda a imaginar radicalmente de otra manera y fuera de esa caja llamada “indígena”. Alguien, escandalizado me decía que entonces yo quería dejar de ser indígena, le respondí que sí, que deseaba dejar de ser indígena, pero jamás dejar de ser mixe. Nuestro pasado nos muestra que eso es posible para el futuro. Las posibilidades que nos abre historizar la categoría indígena y dejarla de ver como un rasgo esencial u ontológico de nuestros pueblos permite pensar e imaginar otros futuros posibles, así, en plural.
Muchas de las discusiones que se están dando en este año a propósito de la caída de Tenochtitlan y de lo que el Gobierno ha llamado la conmemoración de la “resistencia indígena” se construyen sobre solo una parte de eso que están llamando indígena. Se entiende que la conmemoración se da a la raíz de algo sucedido a Tenochtitlan, pero, dado que se nombra la resistencia indígena, sería importante no apartar de nuestras reflexiones la evidencia de que eso que llamamos Conquista fue un proceso largo y muy distinto para muchos de los pueblos del norte del México actual. Poner de relieve estas diferencias nos puede ir revelando que “indígena” es más que una categoría cultural basada en características o historias mesoamericanas, que es una caja política donde la opresión tanto de la colonia como la del Estado nos ha confinado a pueblos tan distintos como el maya y el kiliwa. Sin embargo, las ricas y variadas historias de nuestros pueblos nos muestran que el futuro puede ser distinto: que es posible escapar de la caja porque ya antes existimos fuera de ella.
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