Vacaciones familiares en un camping: cinco motivos a favor y cinco en contra
Como buen cronista intrépido me he aventurado yo mismo, urbanita de toda la vida, a probar la experiencia. ¿Conclusiones? Es una opción de alojamiento más barata y con todas las comodidades, pero hay poca privacidad y menos descanso
En los primeros años de crianza, todo padre va buscando con prueba y error las vacaciones familiares que mejor le funcionen en todos los aspectos. Tarde o temprano, ya sea por influencia de amigos, otros padres del cole o algún anuncio en internet, se acabará planteando la opción de ir a un camping en familia (eso si no es de tradición campista familiar, que entonces ya no busca nada más).
Como buen cronista intrépido, me he aventurado yo mismo, urbanita de tod...
En los primeros años de crianza, todo padre va buscando con prueba y error las vacaciones familiares que mejor le funcionen en todos los aspectos. Tarde o temprano, ya sea por influencia de amigos, otros padres del cole o algún anuncio en internet, se acabará planteando la opción de ir a un camping en familia (eso si no es de tradición campista familiar, que entonces ya no busca nada más).
Como buen cronista intrépido, me he aventurado yo mismo, urbanita de toda la vida, a probar la experiencia. Y aquí os ofrezco cinco motivos a favor y en contra por si queréis convencer a los vuestros de ir o no ir.
A favor
- Es más barato que un hotel y que un apartamento. En general, si vas a la opción básica, que es alquilar un trozo de tierra para montar tu tienda de campaña o tu furgoneta, sale bastante económico. Cualquier espíritu libre te diría que es un disparate pagar por un pedazo de suelo con hierbajos, rodeado de gente, cuando puedes estar gratis en la paz de un paraje bucólico, pero es que también estás pagando por usar todos los servicios del lugar, como los baños. Así que, incluso en temporada alta, mucha más gente puede permitirse unos días en el camping que en otro tipo de alojamientos.
- Tiene todos los servicios básicos: lavabos, duchas, bar, enchufes para el móvil, agua corriente y hasta luz eléctrica. Vaya, todo lo que ya damos por supuesto en cualquier casa y que no valoramos hasta que nos falta.
- Es una opción muy familiar. Quizá en las series americanas nos enseñan sitios de caravanas llenos de asesinos en serie, pero en los campings españoles la gran mayoría de los ocupantes son familias con niños (tener hijos no descarta que sean asesinos en serie, pero si lo son se supone que estarán de vacaciones y no van a matarte). Así que, con relativa facilidad, tus críos pueden encontrar a otros niños con los que entablar una mínima conversación, jugar a algo o dedicarse a explorar.
- Es un recinto bastante seguro para los niños. No deja de ser un espacio vallado por el que circulan muy pocos coches y a poca velocidad. En principio, puedes perder de vista a tu hijo medio minuto y sabes que no le pasará nada.
- Es la vuelta a las raíces. Si algunos pintores van depurando su arte para volverse minimalistas con los años, los padres también podemos probar las vacaciones minimalistas. Porque en el fondo, para pasárselo bien, los niños solo necesitan libertad, una piscina, helados, refrescos y un cambio de aires. Si puedes tener eso por un tercio de lo que te costaría en otro lugar, vale la pena probarlo. Saca el Picapiedra que hay en tu interior y prueba la comunión con la naturaleza.
En contra
- Poca privacidad. Aunque en según qué hoteles las paredes sean muy finas y se escuche todo, al menos hay paredes. Y no es solo que en un camping vivas y duermas rodeado de desconocidos a cinco metros de donde estás y les oigas todo el día. Es que si no te alquilas un bungalow con lavabo propio retrocedes a tu época escolar, cuando vas al baño y tienes a un desconocido duchándose al lado, mojándote los pies, y a otro evacuando sus intestinos con toda clase de gruñidos. Llámame burgués o maniático, pero como no hice la mili a mí este tema me da una cierta grima.
- Poco descanso. Si lo que quieres es dormitar tranquilamente, dar paseos bucólicos en soledad o tomar el sol mientras tratas de leer ese libro que tienes pendiente desde hace meses, quizá no lo tengas muy fácil. Porque aunque los árboles y los grillos le quiten claustrofobia al asunto, si algo hay en los campings es gente. Y donde hay gente, poca concentración y poco descanso encontrarás.
- Poco glamur. Ni vistas bucólicas de la montaña o del mar mientras fotografías tus pies junto a una bebida refrescante, ni monumentos emblemáticos con los que hacerte la clásica selfie desenfadada. Tendrás que dejar las redes para otro momento, porque no creo que en Instagram lo peten las fotos de una parcela pelada en la que hay un grifo y una toma de corriente. Además, vas a pasar días rodeado de gente sin camiseta y muy tatuada comiendo en mesitas plegables. No es El diablo viste de Prada, precisamente.
- Hay que coger el coche para ver algo más que el recinto del camping. La mayoría están situados en carreteras y a cierta distancia de un centro urbano, así que para cambiar de aires y pasear un poco no es “cruzo la calle y ya estoy”. O te pegas un maratón bajo el sol o tienes que recurrir al vehículo. Y si no duermes en un bungalow esto implica montar y desmontar toda la infraestructura de tu casa temporal. Cada puñetera vez. Con lo que, al final, no sales del camping y eres como un hámster vacacional.
- Puede resultar demasiado diferente para ti. Si el camping no es lo tuyo, no fuerces. Tus hijos merecen vacaciones, pero tú más. Que al final quien necesita de verdad hacer reset mental y tomarse un respiro para volver a enfrentarse a la carga mental y a las agotadoras agendas de la crianza eres tú.
Mis vacaciones ideales son rutas culturales por ciudades europeas. Y no creo que sea la única persona del planeta en pensar esto. Seguro que a los que nos cuesta adaptarnos al ritmo campista lo hacemos por la familia, pero pensando: “A la que estos tengan un par de años más, los llevo de museos y verán”.
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