La serie que enfadó a padres y colegios en 2021: hay belleza en ‘El juego del calamar’
La ficción fue un fenómeno de masas que generó preocupación en los patios escolares y parques porque los menores reproducían sus escenas violentas
No estaba entre mis planes ver la serie de Netflix de la que todo el mundo ha hablado este 2021: El juego del calamar. De hecho, para cuando la coordinadora de esta sección me preguntó si me atrevía a escribir algo sobre ella, yo era totalmente ajeno a la polémica que la serie estaba generando en colegios, patios escolares y parques. Será que mis hijos aún son muy pequeños y estos dramas apenas me rozan, pero, aun así, y ya por simple ...
No estaba entre mis planes ver la serie de Netflix de la que todo el mundo ha hablado este 2021: El juego del calamar. De hecho, para cuando la coordinadora de esta sección me preguntó si me atrevía a escribir algo sobre ella, yo era totalmente ajeno a la polémica que la serie estaba generando en colegios, patios escolares y parques. Será que mis hijos aún son muy pequeños y estos dramas apenas me rozan, pero, aun así, y ya por simple curiosidad, decidí verla.
Antes de seguir tengo que advertir al lector o lectora de dos cosas. Por un lado, que este artículo está escrito justo antes de ver los dos últimos capítulos de la serie. Por otro que, fruto de una coincidencia cósmica, mi visionado de El juego del calamar ha coincidido en el tiempo con la lectura de la última novela de Manuel Vilas, Los besos. Hago esta última advertencia porque mi capacidad de reflexión puede haber sido secuestrada por el alma enamorada de Salvador, el profesor jubilado protagonista de la epopeya pandémica y romántica que narra el escritor oscense. Y la advertencia no es baladí. Porque allí donde todo el mundo ve muerte y destrucción, violencia gratuita y pulsión sanguinaria, yo he sido capaz de encontrar belleza. Sé que Salvador, de no ser un personaje de ficción, seguramente también la hubiese encontrado.
Hay belleza en la forma de hablar de los actores coreanos, que hasta cuando están bromeando parecen estar enfadados. Hay belleza en los gestos de algunos personajes, como el entrañable anciano Oh Il-nam o la joven Ji-yeong, que apenas tiene tiempo de adquirir protagonismo. ¿Qué si no belleza hay en esa capacidad de dejarse matar para que otros que lo necesitan o pueden aprovecharlo más vivan? ¿Qué si no belleza hay en ese acto heroico de generosidad en mitad de un sanguinario sálvese quien pueda? Oh Il-nam y Ji-yeong son unos mártires de la belleza.
Hay belleza también en el hecho de que nos escandalicemos con una ficción cuando El juego del calamar es parte de nuestro día a día, está en el ADN de la sociedad hipercapitalista. Hace unas semanas, sin ir más lejos, iba leyendo en el autobús un magnífico reportaje de Carles Geli sobre la industria del libro que describía a la perfección la versión de este juego a la que se ven abocados muchos editores y libreros independientes (se puede aplicar sin miedo a desvirtuarlo a otras muchas industrias). Amazon es el líder enmascarado de este particular juego del calamar. Hoy, según los datos aportados por Geli, el gigante de Jeff Bezos vende ya uno de cada cinco libros en España, lo que le otorga una posición de fuerza para apretar las tuercas a los editores. Muchos, como Seong Gi-hun, se ven entre la espada y la pared. Y a la mínima que se mueven en el un, dos, tres, escondite inglés, la muñeca diabólica creada por Amazon los mata o vende sus órganos a los grandes grupos editoriales (que, aunque más elegante si se quiere, es otra forma de muerte). Eso pasa cada día a nuestro alrededor, El juego del calamar a pleno rendimiento, pero como no hay sangre de por medio -o, al menos, no la vemos- no nos escandalizamos tanto y seguimos manteniendo en funcionamiento este sistema perverso que solo parece molestarnos cuando alguien nos lo restriega por la cara. Hay belleza en esa incoherencia.
Hay belleza en el rostro enigmático de Kang Sae-byeok, la joven emigrante de Corea del Norte que se aferra a la vida con uñas y dientes para recuperar a su hermano y reunirse con su madre. Sé que Salvador vería en ella a su Montserrat, a su Altisidora, y se enamoraría de ella perdidamente, a primera vista. “La vida sin pasiones exclusivamente es supervivencia”, diría. Y luego añadiría que “si no existiese el amor a primera vista, la vida no tendría sentido”; que aquel que no ha experimentado el amor a primera vista es alguien a quien “la vida no ha tratado bien”; que el amor a primera vista “debería ser un derecho democrático. Una conquista política”. Y así seguiría sin parar, porque Salvador es un hombre enamorado de la belleza.
Pero respetando mucho la elección de Salvador, en el casting de El juego del calamar para mí no hay otra Montserrat/Altisidora que Seong Gi-Hun, el gran protagonista de la serie. Porque arrebatado por la belleza de Kang Sae-byeok, a Salvador igual se le habría pasado por alto un detalle. Que Seong Gi-Hun comparte una pérdida que le une de forma irremediable con Montserrat: ambos han visto cómo sus parejas les arrebataban a sus hijos. Marc, el hijo de Montserrat, está con su padre, en Alemania, mientras ella vive un idilio que es una manera de supervivencia con Salvador. La hija de Seong Gi-Hun, por su parte, está a punto de abandonar Corea con su madre con destino a EE UU, donde la nueva pareja de ella ha conseguido trabajo.
Vale que Seong Gi-Hun es un poco desastre. Es cierto que las imágenes de los primeros capítulos no ayudan a su imagen. Pero lo que queda claro después es que Seong Gi-Hun es un buen hombre acorralado por las deudas y el miedo a perderlo todo, incluida a su hija. De hecho, aun sabiendo ya lo que le espera, decide volver a entrar en el juego en el mismo momento en que su anciana madre le reprocha si no va a hacer nada para evitar que se lleven a su hija a la otra punta del mundo. Ese, y no otro, es el estímulo que mueve a Seong Gi-Hun a volver a aceptar una tarjeta de visita envenenada que le cita con la muerte.
Escribe la escritora canadiense Rivka Galchen en uno de los breves textos que conforman sus Pequeñas labores que un hijo te da una razón para vivir, sin embargo, que, a su vez, ese hijo es una razón por la que no tienes permitido morirte. Seong Gi-Hun sabe más que nadie de eso. Su hija es su mayor razón para sobrevivir en el juego del calamar. También una razón para no morirse. Sin embargo, elige exponerse a esa posibilidad con el único fin de poder seguir viviendo para su hija, de tener el dinero suficiente para seguir siendo parte de su vida. Y nadie me puede negar, escenas sanguinarias al margen, que en ese acto de amor de un padre por su hija reside toda la belleza del mundo.
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