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Cómo la muerte de una mascota enseña a los niños a gestionar el duelo

La mejor manera de acompañar al menor tras la pérdida es tener en cuenta su vínculo con el animal, con mensajes directos según su madurez emocional y haciéndole partícipe de la despedida

La muerte forma parte de la vida, pero gestionar el duelo por la pérdida de un ser querido no es fácil, y el fallecimiento de una mascota no es una excepción. Cuando se convive con un animal durante años, este pasa a ser parte de la familia. El fin de su vida puede ser la ocasión para que los padres acompañen a los hijos con el objetivo de enseñarles a gestionar una situación que tendrán que experimentar muchas veces: los duelos. “Cuando una mascota muere es una buena oportunidad para que los niños se familiaricen con el tema, siempre desde un acompañamiento empático y validando sus emociones. Es decir, dejando que expresen abiertamente lo que siente sin juzgarles”, explica la psicóloga familiar Diana González.

González destaca la importancia de acompañar al menor en el proceso de comprender que el dolor emocional es natural: “Resulta clave para transitar un duelo, por lo que hay que evitar comentarios que le confundan, como ‘no deberías sentirte así’, o evitar eufemismos, como ‘se durmió’ o ‘se fue de viaje”.

Los mensajes que conviene decir al menor para ayudarle a comprender la situación tienen que ser directos y claros. “Por ejemplo, decir el nombre del animal y que su cuerpo ha dejado de funcionar. Es la forma de abrir un espacio donde compartir y acoger lo que significa la muerte”, prosigue la experta. “Se trata de escuchar con respeto, sin interrumpir, para ponerse en el lugar del otro y acompañar la emoción desde la calma”, añade.

Cada chaval experimenta el fin de la vida de una manera. Se trata de una cuestión individual que depende de muchos factores. “Tienen que ver las vivencias previas, la madurez emocional, el tipo de vínculo con el animal, la edad del niño o el apoyo de los adultos del entorno”, sostiene Félix Zaragoza, psicólogo y profesor de la Universidad Alfonso X El Sabio en Madrid. “Cuando son muy pequeños, tienen una comprensión limitada de la muerte y pueden pensar que el fallecido volverá o que duerme, lo que les puede causar frustración o ansiedad”, afirma. “Los niños más mayores comprenden mejor la dimensión irreversible de la muerte, por lo que pueden sentir tristeza profunda, culpa, ira o miedo a otras pérdidas de su entorno cercano, como los padres”, agrega el experto.

Una de las formas que puede enseñar al menor a gestionar y trascender la situación es a través de los rituales. “Se trata de hacer ceremonias de despedida donde el niño participe, como hacer un dibujo, plantar una flor, escribir una carta a su mascota o guardar su foto”, aconseja Zaragoza, que también señala los cuentos como una herramienta valiosa para formar a los menores en la comprensión de la muerte: “Sirven para que se puedan identificar con los personajes de la historia, expresar emociones difíciles y asimilar conceptos abstractos como la ausencia desde un lugar donde toman distancia de la situación para, de forma simbólica, como con metáforas o imágenes, poder entender mejor la realidad”.

Aunque lo ideal es que el menor esté incluido en el proceso del duelo como uno más de la familia, puede haber situaciones en que convenga que se mantenga más al margen. “Por ejemplo, en el caso en que el animal haya fallecido en condiciones abruptas, como un atropello, cuando hay que practicarle la eutanasia o si los adultos del entorno no son capaces de mantener la calma y hay un desborde emocional”, retoma González.

La edad y la situación personal del menor en el momento de la pérdida también son factores a tener en cuenta para implicarles más o menos. “Es el caso de los más pequeños, entre tres y cuatro años, porque todavía no comprenden el concepto de la muerte, o si tienen una situación emocional complicada, como la separación de los padres o el fallecimiento reciente de un familiar”, detalla Zaragoza. No obstante, en general, la vivencia con respecto a la pérdida de la mascota puede aportar un gran aprendizaje. “Suele tratarse de la primera confrontación del menor con la muerte, donde puede explorar sobre la finitud y la resiliencia, porque no solo es una experiencia triste, sino una lección profunda sobre la vida, el amor y la aceptación, que ofrece la ocasión de crecer emocionalmente”, afirma el psicólogo.

Los adultos pueden caer en el error de subestimar el dolor del niño por la despedida de su perro o gato. “Quizás esperan que se le pase pronto, pero la realidad es que no hay un tiempo estándar, porque cada persona tiene sus circunstancias y hay que respetarlas”, continúa.

¿Puede aliviar el proceso de duelo tener otro animal? “La realidad es que no conviene tener otro de inmediato, al menos sin dar un margen para procesar la pérdida, porque el vínculo es insustituible”, asegura el psicólogo. “El vínculo entre un menor y su mascota puede ser muy profundo, y tiene un gran valor emocional, afectivo y educativo”, prosigue Zaragoza, “para ellos no es solo un animal de compañía, sino un miembro más de la familia, un amigo y un confidente”.

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