Un sofá, el secreto para que tus hijos sean felices

Muchos padres y madres sueñan con montar para sus niños el mejor cuarto del mundo, rollo parque temático, pero si te falta el dinero tienes que ser mucho más creativo e ir a lo sencillo

Cualquier sofá, sobre todo si tiene cojines que puedan moverse o sacarse, se puede convertir en un 'transformer' de mil usos.Natalia Lebedinskaia (Getty Images)

A la hora de decorar la habitación infantil de tus retoños, todo padre con espacio y un poco de presupuesto sueña en algún momento con construirle al crío un pequeño parque temático.

He visto con mis propios ojos camas con forma de coche de carreras, literas que son una cabaña, muebles tuneados para que recuerden a una nave espacial… En resumen, prodigios que yo no sabría ni cómo hacer entrar por la puerta de la habitación.
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A la hora de decorar la habitación infantil de tus retoños, todo padre con espacio y un poco de presupuesto sueña en algún momento con construirle al crío un pequeño parque temático.

He visto con mis propios ojos camas con forma de coche de carreras, literas que son una cabaña, muebles tuneados para que recuerden a una nave espacial… En resumen, prodigios que yo no sabría ni cómo hacer entrar por la puerta de la habitación.

Y ya si entras en Instagram y buscas un poquito, puedes encontrar auténticos decorados que ni en el plató del Mandalorian.

Pero si no te llega la pasta o no eres manitas, que en estas dos opciones entramos la mayoría, no te preocupes. Porque todo lo que necesitas para desarrollar la fantasía de tu hijo es… un sofá.

Sí, de verdad. Si Loquillo para ser feliz quería un camión, tú puedes poner infinitas sonrisas en la cara de tus hijos con un simple sofá.

Porque cualquier sofá, sobre todo si tiene cojines que puedan moverse o sacarse, se puede convertir en un transformer de mil usos.

Así haciendo memoria, el nuestro ha sido: barco pirata para navegar por los mares salvajes llenos de criaturas peligrosas, cabaña en el árbol en la que resistir contra fuertes tempestades, banco que puede ser atracado, escuela de peluches a los que impartir clase de cualquier asignatura, refugio fácil para el escondite, trinchera ninja desde la que observar el mundo, tienda adaptable a cualquier género, cama elástica sobre la que saltar y rebotar hasta el infinito y más allá, toboganes acuáticos secos, ring de lucha libre, sacos de boxeo con los que entrenar o hacer apasionadas guerras de cojines…

Las posibilidades son infinitas. Y si algo tienen los niños es imaginación y tiempo libre para ser creativos.

Hace casi cuatro décadas, mi hermana y yo jugábamos cada tarde en el sofá de casa, hasta que acabamos reventando todos los muelles. Hoy, mis hijos hacen lo mismo con la misma alegría… y con otro sofá, claro.

La única diferencia es que ya hemos aprendido de la propia experiencia y ahora nosotros tenemos dos sofás. Y no, no tenemos una de esas mansiones de programa de entrevistas de Bertín Osborne. “Nuestras tierras” son dos sofás. Uno para sentarse cómodamente y hacer actividades de tranquilidad intelectual, también llamado “el nuevo”, y otro, que automáticamente pasó a ser “el viejo” para no llamarle “el sucio”, es el primero que compramos hace 12 años, para desgastarlo sin preocupaciones:

  • Sobre él han hecho la siesta familiares y amigos (a veces sin siquiera sacarse los zapatos).
  • Sobre él han saltado a lo loco decenas de niños (muchas veces también sin sacarse los zapatos).
  • Sobre él lleva años descansando nuestra perra cuando cree que no la vemos, porque en teoría era territorio prohibido para ella, pero el rastro de pelillos abandonados la delata.
  • Sobre él han caído todas las manchas de pintura, purpurinas, purés, slimes y demás (y por muchas toallitas que le pases, ahí siguen).
  • Sobre él viven millones de ácaros en ciudades microscópicas llenas de polvo y mierda que seguramente nos asustarían si tuviéramos un microscopio…

En definitiva, que es un sofá vivido y ensuciado a lo bestia. Que si vinieran los del CSI, les explota la lámpara de luz ultravioleta de la mierda que tiene. Pero de los dos, diría sin dudar que el viejo y barato es el más cómodo y preferido por todo el mundo.

Porque al final, los niños lo que quieren es disfrutar sin agobios. Y, sobre todo, jugar sin un adulto que le haya puesto la clásica sábana y esté todo el rato advirtiendo a lo guardia urbano: “cuidado, no saltes, no lo manches…”

Así que cuando quieras (o necesites, porque querer abre la puerta a perder tiempo mirando tiendas y agobiarte mucho) cambiar de sofá, si tienes algo de sitio y paciencia, que no se lleven el antiguo. Déjalo en un rincón donde tus hijos pueden destrozarlo salvajemente y les harás muy felices a ellos y a sus amigos.

Y cuando ya estéis hartos del maldito trasto, siempre en medio y totalmente en ruinas, tus hijos ya tendrán edad para ayudarte a bajarlo a la calle.

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