Peleas entre hermanos: por qué son normales y qué pueden hacer los padres
Los menores no tienen adquirido el sentido de la empatía ni la capacidad de compartir, ya sea objetos o la atención de los adultos. Ante los conflictos y celos, los padres deben acompañar a sus hijos desde la escucha, la empatía y el respeto
Una de las cuestiones que más preocupa a las familias es las peleas entre hermanos. Lo primero a tener en cuenta a la hora de abordar este tema es que las discusiones forman parte de cualquier relación interpersonal. No solo son propias de la infancia, sino de todas las etapas de la vida. La diferencia está en que los conflictos en la niñez, generalmente, son más visuales, menos contenidos y más explosivos que en la edad adulta. Y, además, son los padres y madres quienes deben acompañarlos y sostener las emociones —reconocimiento de sentimientos— que se crean en ellas, dando buen ejemplo de reacción y expresión de las mismas.
¿A qué se deben las discusiones en la infancia? El cerebro en los primeros años de vida es inmaduro y cuando surgen conflictos, desacuerdos, o algo se escapa del control del niño, se ponen en marcha varios mecanismos a nivel cerebral. Por un lado, está la amígdala, que es la principal responsable de procesar emociones como la rabia, el miedo o la ira; y por otro, está el hipotálamo, que se encarga de controlar funciones inconscientes y mecanismos más automáticos como son la frecuencia cardíaca o la temperatura. Es decir, la amígdala es responsable de detectar la emoción y el hipotálamo es quien decide qué hacer con esa emoción a través de las hormonas que segrega (adrenalina, cortisol, oxitocina…).
Es fundamental conocer cómo funciona el cerebro para comprender cómo se comporta un niño y cómo se le puede acompañar ante cualquier situación. Es por ello que las peleas entre hermanos no son comparables con las discusiones entre adultos, porque su madurez cerebral no es la misma y su respuesta es más inmadura, automática y menos razonada. Las peleas son una conducta natural en las relaciones entre hermanos. Discutir o no estar de acuerdo no tiene por qué ser negativo para su relación, sino que puede ofrecer infinidad de oportunidades de aprendizaje que le sirvan de base para toda su vida.
El sentido de pertenencia tiene gran relevancia para comprender estos conflictos, ya que el menor trata de ser visible, único y tener una función necesaria para su núcleo familiar o social. Esto le lleva a querer destacar en algunos aspectos por encima de los de sus iguales, necesitando sentirse importante y contribuyente para quienes le rodean. Además, precisa saber que su papel es fundamental dentro de la familia y que es imprescindible. El adulto debe acompañar el desarrollo de su hijo, haciéndole pertenecer de un modo necesario, funcional y positivo para que no adquiera un papel disruptivo o inadecuado dentro de su entorno seguro.
Otra de las razones por la que los menores se enzarzan es porque se encuentran en la etapa egocéntrica (2-6 años), donde no tienen aún adquirido el sentido de la empatía, por lo que se centran en su yo, en lo que ellos necesitan y sienten, sin poder ponerse en los zapatos de los demás. Tampoco tienen la capacidad de compartir ni objetos ni la atención de los adultos de referencia que les acompañan. Esto quiere decir que es natural que aparezca la rivalidad entre hermanos por conseguir la atención de mamá o papá, o que tengan un enfrentamiento por quién tenía antes el muñeco y de quién es el turno ahora. Los celos entre hermanos forman parte de una conducta esperada en la relación entre ellos. Además, es importante destacar que las peleas comienzan en muchas ocasiones como parte de un juego.
No solo existen peleas a nivel verbal, sino que también se dan en un plano más físico. Los menores necesitan el contacto para conocer sus límites, su fuerza, practicar sus habilidades a nivel motor (saltar, correr, empujar, caer…), y es aquí donde en muchas ocasiones este contacto físico a través del juego puede hacer que de una situación divertida se pase a una pelea en segundos. Lejos de ser una conducta inapropiada, es necesaria para el desarrollo de los niños a lo largo de la infancia, ya que forma parte de su evolución y les ayuda a tener mayor consciencia y percepción de su cuerpo. Además, les ayuda a adquirir habilidades de relación con sus iguales y herramientas de asertividad, donde aprender a expresar sus emociones, límites y normas a los demás con respeto y empatía.
¿Qué pueden hacer los padres?
Las peleas entre hermanos ofrecen a los padres la oportunidad de acompañarlas con un modelo adecuado de conducta, donde ofrecer herramientas para la resolución de conflictos de un modo amable, respetuoso y empático. Son la oportunidad para aprender a expresar las emociones, lo que uno siente y quiere, adquiriendo estrategias tales como:
- Acompañar sin juzgar. Los niños necesitan saber cuáles son sus límites y las normas que deben llevar a cabo, pero es necesario que los adultos no juzguen ni se posicionen en las peleas entre ellos, ya que no se trata de buscar culpables, sino de ofrecer soluciones funcionales y efectivas.
- No generar rivalidad entre hermanos. Es necesario que cada uno de ellos destaque en ciertas habilidades, sintiéndose perteneciente y necesario, y pueda tener tiempos en exclusiva con cada uno de sus progenitores, considerándose especial y único.
- La empatía y el respeto. En el momento clave de la discusión, los niños no son capaces de ponerse en el lugar del otro, pero una vez sucedido, cuando llegue la calma, se puede invitar a ambas partes a entender cómo se siente el otro, qué necesita, cómo puede ofrecérselo o qué hacer en próximas ocasiones. Todo desde un lenguaje adaptado a su comprensión y madurez, entendiendo que el respeto es la clave en las relaciones familiares.
- La escucha y la paciencia. Ante la denominada sociedad de la inmediatez, es necesario trabajar la escucha, ya que es muchas ocasiones uno se centra solo en lo que va a comunicar y no en escuchar al otro. Todo ello favorece la paciencia, enseñando a los niños a comprender los tiempos, un aspecto muy necesario también ante el temido aburrimiento, un valor que favorece el desarrollo del cerebro en todas sus áreas.