Pautas para evitar que los hijos culpen de todo a sus padres: empatía, flexibilidad y comunicación
En las historias familiares pueden darse secretos, traumas, conflictos que no se arreglan y que, con el tiempo, se enrocan dando paso a rencores y culpas entre padres e hijos. No es un fenómeno aislado, de hecho, en las consultas psicológicas se ve mucho
El refranero español tiene dichos para casi todo. No iba a ser menos para las relaciones familiares. Uno muy conocido es “cría cuervos y te sacarán los ojos”, para simbolizar la ingratitud, al desagradecido que paga con el mal el bien que le han hecho. Aludiendo también a que no por mucho cuidar y querer a los hijos estos van a responder positivamente, con amor y cariño y hasta con cuidados. En las historias familiares pueden darse secretos, traumas, conflictos que no se arreglan y que, con el tiempo, se enrocan dando paso a rencores, culpas a uno mismo y a los padres e incluso odio. No es un fenómeno aislado, de hecho, en consultas psicológicas se trata a menudo. Hay muchos tipos de reproches, desde los celos (infundados o no) de un hermano sobre otro hasta casos más graves como abusos psicológicos o, en los más trágicos, sexuales. Todo esto genera mucho dolor y algunos llegan incluso a culpar a sus padres de todos los males que les acechan.
“Responsabilizar a los padres y madres de acciones, decisiones, defectos y actitudes que solo dependen o han sido decisión de los hijos es bastante habitual en la mayoría de las familias”, asegura Rebeca Gómez, psicóloga en el Instituto Europeo de Psicología Positiva (IEPP). “Pero culpar exclusivamente a los progenitores no refleja la complejidad del día a día y de las experiencias humanas”, matiza. Y añade que, aunque la influencia parental es significativa, también se deben considerar factores como “la genética, el entorno social y las experiencias personales”.
Lo deseable cuando un hijo responsabiliza a sus padres de ciertos problemas es abordar la situación con empatía, flexibilidad y apertura. “Lo más recomendable será iniciar un diálogo honesto para tratar de entender y comprender las preocupaciones, emociones y sentimientos de los hijos, fomentando así una comunicación abierta y un ambiente de apoyo, alejados de la culpa y de los reproches por cualquiera de las partes”, explica la experta. “Si la situación se volviera insostenible, buscar el acompañamiento por parte de un profesional de la salud mental experto en la materia puede ser beneficioso”.
Los reproches familiares más habituales que se trabajan en consulta, según detalla Gómez, suelen estar relacionados con la falta de comunicación, la percepción de favoritismos entre hermanos, la falta de apoyo emocional y las expectativas poco realistas. Datos del Centro Nacional para la Salud de la Infancia y Adolescencia revelan que aproximadamente el 60% de los adolescentes informa haber discutido con sus padres sobre la falta de comunicación. En este sentido, conviene trabajar en la mejora de la comunicación y fomentar un ambiente donde se expresen los sentimientos y las expectativas de manera abierta y constructiva, según aclaran desde el IEPP.
“A veces, los conflictos se enrocan de tal manera que los hijos pueden dejar de hablar con los padres. Aunque nos sorprenda, este hecho es más usual de lo que podemos pensar”, reconoce Rebeca Gómez. Si esto pasa, recomienda a los padres que se esfuercen por dejar una puerta abierta para la comunicación, mostrando disposición para escuchar y comprender: “Y buscar la intervención de un terapeuta familiar puede proporcionar un espacio seguro para abordar los problemas subyacentes y facilitar la reconciliación. La clave radica en la paciencia, la empatía y el compromiso con el proceso de resolución de conflictos”.
Adultos de referencia
“Cuánto dolor puede haber detrás de un niño que les dice a sus padres que paren ya”, incide la psicóloga Diana Jiménez, entrenadora de educadores y educadora certificada en todas las áreas de la Disciplina Positiva. “Muchas veces”, prosigue, “desde fuera, los adultos no vemos la imagen que estamos dando a nuestros hijos y, aún peor, el recuerdo que les está quedando”.
En la infancia se construyen los pilares de muchos aspectos esenciales de la vida adulta: la relación con el otro, la autoestima propia, la conexión, la cooperación, el interés genuino, el respeto. “Cuando los niños son pequeños, todo su mundo son sus padres, ahí es donde miran, son sus primeros adultos de referencia. Observan lo que ven, cómo son los demás, cómo son tratados, qué se espera de ellos o qué deben hacer para pertenecer a ello”, explica Jiménez. “Y poquito a poco, ese escenario que al principio es tan pequeño luego va ampliándose al ámbito educativo, donde aparecen otros adultos, sus iguales... En ese poquito a poquito, y fundamentalmente en los primeros cinco años de vida, construyen su personalidad”, relata la psicóloga. Es decir, se ponen las gafas con las que irán viendo el mundo hasta su etapa adulta.
Jiménez sostiene que cuando los niños llegan a la adultez empiezan a ver en su propia vida aspectos que ocurrieron en su infancia. Situaciones, recuerdos, hábitos, costumbres, expresiones, miradas o gestos que pudieron pasar inadvertidos y después, ya de adultos, se cuelan en su crianza, en sus relaciones de pareja o en las laborales.
Según Jiménez, estas son algunas cuestiones a recordar para propiciar una infancia mentalmente sana a los hijos, que genere adultos sanos:
- Los hijos suelen estar presentes cuando los padres discuten y se pelean, pero no cuando se reconcilian. ¿Cómo entienden entonces que se resuelven los problemas? ¿Nos ven después pedirnos perdón, disculparnos, empatizar con el otro?
- Muchos de los problemas de conducta de los hijos cuando son pequeños son el reflejo de nuestra propia relación de pareja. Es como si absorbieran el ambiente que se respira y lo canalizaran en mal comportamiento y nuevos retos que se presentan en la familia.
- Nos parece que la infancia va a ser eterna, que nos ven, pero no se enteran. Sin embargo, los tres primeros años de vida son esenciales para el desarrollo de la personalidad y la autoestima.
- Gracias a la neurociencia, el apego o el desarrollo emocional y evolutivo, muchas de las dificultades en la vida adulta pueden pulirse desde la infancia y, en ese sentido, el papel de los progenitores en la crianza es esencial.
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