El objetivo en el aula no debe ser solo hacer, sino también ser
Las escuelas que promueven competencias como el respeto o la asertividad consiguen una mejora en el rendimiento escolar. Las familias también poseen un papel esencial con la trasmisión de hábitos saludables o emocionales como aprender a dialogar o a gestionar los conflictos
Un grupo de estudiantes, de unos ocho años, se arremolina en una esquina del patio. Muy apretujados, moviéndose entre ellos, hablan muy alterados. Sus manos se elevan y caen intentando apoyar con ese balanceo su criterio. En pocos minutos, el grupo incorpora de nuevo la cordialidad y, tras la negociación, el partido se reanuda. En este proceso de sosiego, cada uno de los niños ha puesto en práctica la empatía, la comunicación y la flexibilidad, recursos que pertenecen al ámbito de las “competencias blandas” y que, según el Consejo Europeo, son imprescindibles para desenvolverse en un tiempo vo...
Un grupo de estudiantes, de unos ocho años, se arremolina en una esquina del patio. Muy apretujados, moviéndose entre ellos, hablan muy alterados. Sus manos se elevan y caen intentando apoyar con ese balanceo su criterio. En pocos minutos, el grupo incorpora de nuevo la cordialidad y, tras la negociación, el partido se reanuda. En este proceso de sosiego, cada uno de los niños ha puesto en práctica la empatía, la comunicación y la flexibilidad, recursos que pertenecen al ámbito de las “competencias blandas” y que, según el Consejo Europeo, son imprescindibles para desenvolverse en un tiempo volátil, complejo, ambiguo e incierto como el actual.
Conocedores de que el mundo caminaba hacia una época de incertidumbre, en 2006, el Parlamento Europeo y el Consejo de la Unión Europea adoptaron la Recomendación relativa a las competencias claves para el aprendizaje permanente. Lo hicieron con el objetivo de respaldar el derecho a una educación, formación y aprendizaje permanente inclusivos y de calidad y también para garantizar las oportunidades para que todas las personas puedan adquirir competencias clave. El informe, actualizado en mayo de 2018, recoge, junto a otras, la competencia “personal, social y de aprender a aprender”. LifeComp, publicado en junio de 2020, es el marco conceptual europeo de la misma que establece las tres áreas y las nueve subcompetencias que la componen: Autorregulación, Flexibilidad y Bienestar (área personal); Empatía, Comunicación y Colaboración (área social); Mentalidad de crecimiento, Pensamiento crítico y Gestión del aprendizaje (aprender a aprender).
Arianna Sala, líder del proyecto, Marcelino Cabrera y César Herrero son los integrantes del equipo del proyecto LifeComp del Centro Común de Investigación (JRC, por sus siglas en inglés) de la Comisión Europea. Sala explica que estas competencias ayudan a que las personas se comprendan mejor a sí mismas y a los demás, a comunicarse de una forma asertiva y respetuosa, a resolver problemas de forma colaborativa y a empatizar: “Porque cuando las escuelas las promueven de forma intencional y sistemática hay una mejora en el rendimiento escolar, en el bienestar emocional y social del alumnado, una disminución de los problemas de conducta y del abandono escolar, así como mejores relaciones con el profesorado y en el alumnado”.
Pero la adquisición de estas competencias requiere de un trabajo en equipo, en el que la familia y la escuela colaboren en el proceso de educación. Carmen Pellicer, presidenta de Fundación Trilema —organización que investiga en temas relacionados con la Educación y la Salud—, considera que “la familia sigue siendo el factor fundamental de socialización”. “El carácter de un niño depende mucho de la calidad de la relación parental que se traduce en el cuidado que tienen las familias, desde la educación en hábitos saludable hasta los hábitos emocionales como aprender a dialogar, a consensuar o a gestionar los conflictos”, asegura Pellicer.
El marco de LifeComp se refiere al conjunto de competencias aplicables a todos los ámbitos de la vida que pueden adquirirse mediante la educación formal, informal y no formal —reglada, no ofrecida por un centro o curso de formación— y que pueden ayudar a los ciudadanos a progresar en el siglo XXI. Porque, en opinión de Javier M. Valle, coordinador del Grupo de Investigación de Políticas Educativas Supranacionales en la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), no hay que enseñar solo a saber o a hacer, sino que hay que enseñar a ser; es decir, a vivir con plenitud, armónicamente en tres dimensiones: “Con uno mismo, con los demás y en el ámbito profesional y social en el que nos movemos a diario. Esto es parte del legado que tenemos que ir trasmitiendo de una generación a otra, también en la escuela”.
Es una época de grandes crisis: el cambio climático, la crisis sanitaria, la energética, la guerra en Europa. El equipo del proyecto explica que lidiar con tanta incertidumbre aumenta el sufrimiento psicológico y emocional de los ciudadanos de todas las edades, desde la infancia hasta la edad adulta: “Quienes desarrollen el pensamiento crítico, la capacidad de resolución de problemas o la voluntad y curiosidad para aprender a lo largo de toda la vida estarán en ventaja para enfrentarse a la creciente automatización del mercado laboral”.
Por ello, su incorporación en el currículo, según Valle, requiere instaurar modos de hacer en la escuela que hagan pensar sobre la vida, sobre la identidad, sobre el propio bienestar. Por eso, aprender a aprender es tan decisivo. Para este experto, una integración en los programas educativos requiere metodologías mucho más activas, más participativas, que coloquen al estudiante en el centro de sus responsabilidades de aprendizaje: “Cuando desplazas hacia el estudiante las responsabilidades de aprendizaje este asume compromisos, comparte planes con otros para avanzar en la generación de conocimiento, y todo esto le ayuda a asumir esa competencia”.
Para incorporar a la docencia la promoción de estas competencias “es necesario que el profesorado adopte pedagogías más centradas en el alumnado. No obstante, con frecuencia los docentes indican la falta de formación y de material educativo como unas de las principales barreras para la promoción de estas competencias en el aula”, sostiene el equipo del proyecto LifeComp. Por esta razón, la Comisión Europea acaba de publicar el informe LifeComp into Action, dirigido al profesorado. En él se ofrece una serie de estrategias didácticas que guían a los maestros para llevar a cabo actividades que fomenten las competencias blandas al mismo tiempo que se trabajan las materias del currículo.
Desde Fundación Trilema, su presidenta habla también de la mentalidad de crecimiento, popularizada por la psicóloga de Carol Dweck: “Es decir, cómo educamos a los niños para que sean positivos, que vean la botella medio llena en lugar de medio vacía. También cómo entrenamos la capacidad que un alumno tiene de autorregulación, de entrenamiento de funciones ejecutivas que le permitan ganar autonomía. Aunque lo estimulamos, pocas veces hacemos un planteamiento sistemático que sea eficaz”. Este lo implementan desde el proyecto Fluye —el programa incluye una serie de ocho capítulos de dibujos animados centrados en la salud integral, bienestar físico y emocional—.
La presencia de LifeComp en el currículo se desarrolla en el aula, según Carmen Pellicer, primero, de una manera transversal en todas las asignaturas, incentivando la autorregulación personal, el autocontrol, la autogestión del aprendizaje, la inteligencia emocional, el cuidado de uno mismo: “Pero también en todas aquellas actividades no curriculares que permeabilizan en lo que se hace en una escuela”. Y segundo, continúa, “combinándolo con momentos y tiempos específicos donde esta competencia se entrene de una manera sistémica y se evalúe el impacto que tienen la intervención que tenemos en los niños”.
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