Discutir delante de los hijos no siempre es un mal ejemplo
Que los progenitores expresen opiniones diferentes desde el respeto y el espíritu crítico es un buen modelo para los niños, que pueden aprender así a gestionar y solucionar conflictos
Los padres son el modelo de los hijos para saber cómo dialogar con otras personas a la hora de exponer puntos de vista diferentes. En la dinámica de la convivencia familiar es normal que se generan discusiones entre los progenitores, pero una cosa es que ocurran de forma esporádica, debido a que se tienen diferentes opiniones, y otra que se produzcan de manera habitual, con faltas de respeto y en un ambiente de crispación. En el primer caso, los hijos lo perciben como una dinámica normal de convivencia. “Les ayuda a gestionar diferentes opiniones y a solucionar conflictos a través del diálogo, lo cual no resulta negativo. Si sucede constantemente, en cambio, les generaría inseguridad”, advierte Belén Robles, socia fundadora del centro de psicología e inteligencia emocional Escuela Afectiva, situado en Madrid.
Los niños precisan congruencia entre sus progenitores a la hora de marcarles unas pautas de comportamiento. “Necesitan una línea coherente donde vean que sus padres van a la par en cuestiones de educación y convivencia, pero también conviene que entiendan que las personas pueden tener ideas diferentes y se puede dialogar y negociar de manera civilizada”, matiza la especialista. “Es normal que ocurra y es aconsejable que perciban que un desacuerdo no implica dejar de quererse”, sostiene Robles.
Fuera del marco del respeto, la opinión y el diálogo, las confrontaciones delante de los menores se convierten en un mal ejemplo. “Cuando hay discusiones constantes con insultos o gritos, los hijos reciben un modelo de relación de sus padres que les genera mucha inseguridad y miedo, porque creen que se van a separar”, continúa Robles. “Los niños también pueden sentir que se tienen que posicionar con uno u otro, lo que crea tensiones en la convivencia familiar”, añade la especialista. “La ira, el desconcierto, la agresividad, el fracaso escolar, la tristeza, el estrés, los miedos nocturnos o la soledad son otras situaciones que puede vivir el niño”, explica la psicóloga infantojuvenil Gema José.
En el caso de que haya una bronca puntual, se puede hablar sobre ello con los menores. “Conviene tranquilizarles y explicarles que van a poner de su parte para que no vuelva a suceder, porque no están permitidos los insultos y que no ha sido culpa del niño”, retoma Robles, quien lanza una advertencia a modo de ejemplo: “Los niños pueden repetir ese modelo de convivencia con otras personas, como sus amigos o sus futuras parejas”.
¿De quién es la culpa?
La culpabilidad de los hijos es otra consecuencia de los desacuerdos comunicativos entre los padres. “Si las discusiones tienen que ver con diferencias en cuanto a temas educativos, los niños perciben que son los culpables de la situación y les puede generar mucho malestar. Si esto sucede, los padres tendrían que buscar ayuda, a través de un mediador, para cambiar la forma de gestionar sus diferencias, porque puede repercutir en que sus hijos tengan ansiedad, miedo y culpabilidad, cuando, en realidad, es un problema de los progenitores que no tiene que ver con los hijos”, propone Robles.
La confrontación no es recomendable delante de los hijos, pero tampoco cuando no están presentes. “Se crea un callejón sin salida que destruye el vínculo de la pareja y la estabilidad familiar. Aunque los niños no lo oigan, van a captar el lenguaje no verbal, los silencios o los malos modales”, destaca por su parte Pilar Muñoz, psicóloga infantojuvenil con más de 32.000 suscriptores en su canal de YouTube. Para ella, la diferencia entre discusión y confrontación es la siguiente: “En el primer caso, existe respeto y no implica sumisión ni obediencia, sino madurez y espíritu crítico, lo que es un buen modelo para los hijos. Todo lo contrario a lo que ocurre con las peleas con crispación”. Ser conscientes de las emociones es clave para evitar peleas, aclara, “porque si predomina la rabia, el miedo o la frustración, se va a tender a la confrontación que conviene evitar”.
El núcleo familiar debe ser un entorno seguro en el que exista estabilidad. “Es un espacio donde se desarrolla el aprendizaje de habilidades, conductas y emociones que conforman la personalidad en la vida adulta y, un ambiente con discusiones se aleja de este objetivo”, retoma Gema José. “Las peleas dialécticas también pueden tener lugar entre otros miembros de la familia, como los tíos o los suegros, y el efecto que provocan en el niño es similar a cuando ocurre entre los padres”, aclara José.
He aquí varias pautas que la especialista menciona a tener en cuenta cuando se ha producido una discusión parental:
- Tener una comunicación sincera y adaptada a la edad del menor para explicarle que los adultos necesitan expresar diferentes emociones.
- Cuando la pelea ha superado los límites del respeto, hay que explicarles que no ha sido una conducta ajustada a los valores que se quieren tener.
- Mostrarse receptivo a las dudas y preguntas que el niño tenga y trasladarle que el amor y el cariño sigue existiendo a pesar de la pelea dialéctica.
- Intentar buscar un espacio aislado de la casa si se considera que se puede desencadenar una discusión entre adultos.
- Ser un modelo adecuado de la capacidad de poder expresar y argumentar desde el respeto.
- Tener en cuenta que el cuidado de los hijos pasa por no gritar o insultar a otra persona delante de ellos, porque se trata de un ejemplo de violencia verbal y emocional.
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