La jefa del Servicio Secreto admite que el atentado contra Trump fue el “fracaso más significativo” de la agencia en décadas
En una comparecencia en el Capitolio, Kimberly Cheatle asume “toda la responsabilidad” por los fallos previos al ataque, pero se niega a dimitir pese a los llamamientos de congresistas de ambos partidos
Kimberly A. Cheatle, jefa del Servicio Secreto estadounidense, se prestó resignada este lunes al escarnio público en una comparecencia ante la Cámara de Representantes para responder a las preguntas de los congresistas, que pidieron en repetidas ocasiones su dimisión desde ambos partidos, sobre el operativo desplegado por el cuerpo que dirige el pasado sábado 13 de julio en un mitin de Donald Trump en Butler (Pensilvania). El expresidente resultó herido de levedad, un asistente al acto electoral, Cory Comperatore, murió y otros dos quedaron en estado crítico. “Fue el fracaso más significativo de la agencia en décadas”, admitió Cheatle.
“La misión solemne del Servicio Secreto es proteger a los líderes de nuestra nación. Y el 13 de julio fallamos”, añadió, antes de asumir “toda la responsabilidad” en lo que pasó ese día. También aseguró que se siente “orgullosa más allá de las palabras” de cómo reaccionaron los suyos después de los disparos. Cheatle, que lleva tres décadas en el cuerpo y trabajó protegiendo Joe Biden cuando era vicepresidente, ostenta un cargo político y tiene autoridad 8.000 agentes.
Cheatle escuchó varios llamamientos desde ambas bancadas a que dimitiera de su puesto. Uno de los más duros con ella fue el congresista californiano Ro Khana, que le preguntó si consideraba que el fallo de su Servicio Secreto se podía comparar con el que rodeó al intento de asesinato del presidente Ronald Reagan en 1981, en Washington. Sin dudarlo, ella dijo que sí. A lo que Khana repuso: “¿Sabe lo que hizo la persona que estaba entonces en su cargo? Se lo diré yo: dimitió”.
Más severo aún se mostró con ella el republicano de Ohio Mike Turner. “Como Donald Trump está vivo, y gracias a Dios lo está, usted es la viva imagen de la incompetencia”, le dijo Turner a Cheatle, que exigió al presidente Biden que la despidiera si esta no se avenía a dimitir. “Si Donald Trump hubiera sido asesinado, ahora sería culpable”. Otra republicana, Nancy Mace, pasó directamente a las descalificaciones cuando le dijo que estaba “llena de mierda”, mientras que Lauren Boebert le arrancó una confesión: sí, llamó a Trump tras el atentado, y sí, se disculpó con él.
Además de en pedir una y otra vez su salida, los legisladores de ambos partidos centraron su interrogatorio en tratar de entender cómo un joven de 20 años llamado Thomas Crooks pudo acercarse tanto al lugar desde donde hablaba el candidato republicano a miles de sus seguidores, subirse a la azotea de un edificio industrial que estaba fuera del perímetro protegido y apuntar cómodamente con su rifle estilo AR-15 desde una distancia de unos 130 metros.
A las preguntas de Jamie Raskin, el demócrata de mayor rango en el comité, que también exigió una renuncia, Cheatle dijo que creía que “había un número suficiente de agentes asignados”, aunque se negó a dar una cifra exacta. La comparecencia fue un tira y afloja entre los congresistas y la jefa del Servicio Secreto, que dijo que no creía que hubiera “una persona mejor capacitada para el puesto en Estados Unidos” y se negó a bajar al detalle en las cuestiones más específicas, escudándose en que la investigación “sigue abierta”.
Así lo hizo, por ejemplo, cuando el republicano Michael Cloud, congresista de Texas, le pidió información sobre los explosivos que, según se supo en los días siguientes, cargaba Crooks en el coche blanco en el que cubrió los 80 kilómetros que separaban su casa, en Bethel Park (Pensilvania), de la granja en la que se celebró el mitin.
Cheatle ató este lunes algunos, pocos, de los muchos cabos sueltos en la historia de Crooks, cuyas motivaciones siguen sin estar claras: no lo son a estas alturas sus simpatías políticas —se había registrado como republicano recientemente, aunque también hizo una donación testimonial a los demócratas en 2020―, y del estudio de su huella digital tampoco cabe concluir demasiado. Guardaba imágenes de Trump, pero también de Biden, del fiscal general Merrick B. Garland e incluso del director del FBI, Christopher A. Wray, ambos cargos de confianza del presidente. También había fotos de Rudy Giuliani, aliado del expresidente Trump, y de los líderes de la mayoría y de la minoría en la Cámara de Representantes, Mike Johnson (republicano) y Hakeem Jeffries (demócrata). En su historial de búsquedas figura una consulta sobre “trastornos depresivos graves” y también fechas y lugares de mítines de Biden y de Trump.
Este lunes se supo que, después de que lo matara un francotirador del Servicio Secreto, el reconocimiento de su cadáver fue posible trazando la procedencia del arma que cargaba consigo y que compró su padre hace 11 años. Crooks no llevaba consigo ninguna identificación.
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