La paranoia conspirativa de QAnon entra en el Capitolio
El movimiento, que ganó protagonismo en la campaña de Trump, logra un escaño republicano por Georgia de la mano de Marjorie Taylor Greene
Para la nueva congresista republicana Marjorie Taylor Greene, los votantes negros son “esclavos del partido demócrata”, existe una “invasión islámica contra el Gobierno” y, hace cuatro años, Barack Obama contrató a dos sicarios de la mara MS-13 para que asesinaran por la espalda a un compañero del Comité Nacional Demócrata. Los siniestros deliri...
Para la nueva congresista republicana Marjorie Taylor Greene, los votantes negros son “esclavos del partido demócrata”, existe una “invasión islámica contra el Gobierno” y, hace cuatro años, Barack Obama contrató a dos sicarios de la mara MS-13 para que asesinaran por la espalda a un compañero del Comité Nacional Demócrata. Los siniestros delirios conspirativos han logrado entrar en el Capitolio tras la victoria electoral el pasado martes de esta empresaria de la construcción de Georgia. Green, de 46 años, es una fiel seguidora de QAnon, el oscuro movimiento salido de las cloacas de Internet y al que el FBI ya ha declarado como amenaza terrorista. Para Greene, sin embargo, el movimiento es “una oportunidad histórica para acabar con el culto satánico de pedófilos y caníbales”.
Más de una decena de los candidatos republicanos que se presentaron a las elecciones legislativas —en las que los demócratas han logrado mantener la mayoría conseguida en 2018 en la Cámara de Representantes— han mostrado su apoyo a QAnon. Pero solo Greene ha logrado un escaño. Su victoria supone un nuevo espaldarazo a un fenómeno que evidencia una deriva extremista. Su nacimiento hace tres años pasó casi desapercibido, casi como una anécdota más del submundo ultra. Sin embargo, en apenas unos meses, el ascenso de QAnon desde las excentricidades de la web a la escena política nacional ha sido vertiginoso, alentado por la estrategia de Donald Trump de dar pábulo a las teorías de la conspiración y su cruzada contra el establishment.
Con casi un 75% de los votos, el triunfo de Greene se daba casi por descontado como representante del distrito 14º de Georgia, una de las zonas más conservadoras del sur rural y profundo de EE UU. Su primer anuncio de campaña fue un vídeo grabado en esa zona: un vehículo acorazado militar avanza rugiendo por el campo, Greene se baja con un fusil en las manos y apunta a unas dianas con los nombres “fronteras abiertas” y “socialismo”.
Pese a la tradición conservadora, Georgia está cerca (con el 99% escrutado) de convertirse en el único oasis demócrata del cinturón sureño, apuntalando simbólicamente el triunfo de Joe Biden. En los días siguientes a la jornada electoral del pasado martes, Greene se ha dedicado a continuar los discursos a la desesperada de Trump, espoleando por Twitter el fantasma del fraude electoral y denunciando directamente un supuesto robo de los votos por parte de los demócratas.
Trump ha demostrado un decidido apoyo a la campaña de Greene. Hasta el punto de considerarla “la futura estrella republicana”. Menos entusiasmo ha encontrado la nueva congresista entre los sectores más tradicionales del partido en Georgia, que apoyaron abiertamente a su rival en las primarias. Desde primavera, las banderas con la Q gigante (el símbolo del movimiento) se empezaron a ver cada vez con más frecuencia en los mítines de Trump. El presidente fue preguntado al respecto en agosto. Su respuesta fue definirlos así: “[Son] gente que ama nuestro país”. Un mensaje de aprobación, como los que ha dedicado a los grupos supremacistas blancos y, en general, a cualquier fenómeno más o menos extremo del que pudiera sacar rédito electoral.
La pregunta es cuál será la evolución de QAnon tras la salida de Trump de la Casa Blanca. Si seguirá conquistando puestos en las instituciones o la victoria de Greene representará una excepción. Dependerá en gran medida de la renovación de los liderazgos en el seno republicano. De momento, la influencia del movimiento en el partido es minoritaria, pero muy ruidosa. Sus mensajes han calado estos meses al calor del aislamiento y la crisis económica y social provocada por la pandemia. Según una encuesta de la consultora YouGov, casi la mitad de los seguidores de Trump cree que el partido demócrata está involucrado en una red internacional de pederastia, una de las teorías favoritas del grupo.
Capitalizar la victoria de Biden
Su estrambótica capacidad para retorcer cualquier análisis y sacar provecho de la situación les permitiría incluso seguir capitalizando la victoria de Biden, vendiéndola como un ejemplo más de cómo el poderoso Deep State (Estado profundo) ha robado las elecciones a Trump, al que consideraban algo así como la última gran esperanza blanca para salvar el mundo de un presunto culto satánico de pedófilos y caníbales. Más allá de los delirios, varios de sus seguidores, que no tienen un líder conocido ni más ideología que las teorías conspirativas, tienen antecedentes por asesinato, terrorismo o intento de secuestro.
QAnon nació a finales de 2017, cuando empezó a ser utilizado por la ultraderecha en Internet. Empezó a crecer como un alien en 4chan y 8chan, dos gigantescos foros en los que no existían filtros y sus usuarios participaban de forma anónima. Ya entonces, la misión de QAnon era clara: acabar con un proyecto diabólico dirigido por una supuesta élite pederasta mundial formada, entre otros, por el millonario George Soros, los Rothschild y Angela Merkel (que sería nieta de Adolf Hitler), así como destacados demócratas, actores de Hollywood e incluso el Papa.
Los días anteriores a las elecciones, Greene moderó ligeramente sus apoyos al movimiento, desmarcándose de las posturas más controvertidas. Incluso reconoció, por fin, que el 11 de septiembre de 2001 fue un avión lo que se estrelló contra el Pentágono, y no un misil, como se afirma en las redes conspiranoicas. Aunque matizó: “El problema es que el Gobierno miente tanto para proteger al Deep State que a veces es difícil saber qué es real y qué no”.
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