Stacey Abrams, el arma secreta del éxito demócrata en Georgia

La activista afroamericana, que pudo llegar a ser vicepresidenta, ha resultado clave para avanzar en este Estado sureño, tradicionalmente conservador

Atlanta (Georgia) -
Stacey Abrams, durante un discurso en Atlanta (Georgia).ERIK S. LESSER (EFE)

Detrás de una careta gigante de Donald Trump tachada con una equis, un hombre negro se pasea por el parque gritando: “Vamos a patearle su trasero”. A su lado, una niña con un vestido de gasa blanco corretea con un cartel en las manos: “Gracias votantes”. La rabia se mezclaba con la empatía y la felicidad por la victoria de Joe Biden este sábado en el Freedom Park de Atlanta, la capital de Georgia, sí...

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Detrás de una careta gigante de Donald Trump tachada con una equis, un hombre negro se pasea por el parque gritando: “Vamos a patearle su trasero”. A su lado, una niña con un vestido de gasa blanco corretea con un cartel en las manos: “Gracias votantes”. La rabia se mezclaba con la empatía y la felicidad por la victoria de Joe Biden este sábado en el Freedom Park de Atlanta, la capital de Georgia, símbolo de los avances demócratas entre la comunidad afroamericana del sur profundo del país. Aquí, en la tierra de Martin Luther King, la candidatura de Biden ha desafiado una hegemonía republicana que dura ya más de dos décadas. Y detrás del éxito demócrata, trabajando en silencio ha estado Stacey Abrams, una joven veterana del activismo en Georgia.

Stacey Abrams podría haber pasado estos últimos días acorazada en el cuartel general del partido demócrata en Washington, rodeada de asesores, informes y encuestas, esperando impaciente la hora de proclamarse oficialmente vicepresidenta de EE UU. Hasta primavera, esta abogada negra de 46 años aún aparecía en la terna final de posibles candidatas a número dos de Joe Biden. Estrella emergente del partido y símbolo de la savia nueva entre las filas demócratas, su candidatura fue declinada precisamente por su perfil volcado al activismo y su poca experiencia institucional. De vuelta a las calles de Georgia, Abrams ha seguido haciendo un trabajo quizá aún más valioso: liderar la batalla contra las leyes electorales que, en Estados sureños como el suyo, son una de las principales trabas para despertar el voto proverbialmente adormecido entre los ciudadanos afroamericanos más desfavorecidos. Un caladero electoral que, a la postre, ha sido decisivo para aupar a Biden hasta la Casa Blanca.

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Georgia va camino este sábado (con el 99% escrutado) de convertirse en el único oasis demócrata en el cinturón sureño y tradicionalmente conservador. En Alabama, Misisipi, Luisiana o Arkansas, Donad Trump ha arrasado, doblando en número votos a su contrincante. Los primeros resultados de la jornada electoral del martes pusieron por delante a Trump también en Georgia, pero Biden logró una remontada épica, gracias a la masiva participación anticipada, que está siendo escrutada en último lugar. Si se confirma el vuelco y a expensas del más que posible recuento de votos dado el estrecho margen de la victoria (apenas un 0,1%), supondría un gran golpe simbólico —ningún demócrata gana este Estado sureño desde hace 24 años— para apuntalar aún más la victoria de Biden.

Georgia ha roto todos sus récords históricos de participación con más de cuatro millones de votos registrados. Y Stacey Abrams ha sido una de sus mayores responsables. En Atlanta, las estaciones de metro llevan toda la semana anunciando una exposición de murales políticos. Martin Luther King aparece en el centro de la imagen, entrelazando sus brazos en una cadena humana con otros tres militantes afroamericanos de los sesenta. Debajo, Champ Williams, un vecino negro de 46 años, explica la influencia decisiva de la abogada que pudo llegar a vicepresidenta: “¿Por cuánto ha ganado Biden en Georgia? ¿5.000 votos? ¿Y cuántos votantes ha ayudado Abrams a registrar? ¿800.0000? Las cuentas salen fácil. Gracias a ella, los demócratas han ganado aquí por fin”.

La carrera de Abrams es una sucesión de obstáculos superados. Ha sido la primera mujer negra encargada de dar la réplica al discurso del estado de la Unión. Fue también la primera mujer negra en ser elegida candidata a gobernadora, una batalla que finalmente perdió en 2018 ante el republicano Brian Kemp entre graves acusaciones de manipulación del voto. Aquella derrota, de hecho, la hizo más fuerte y la proyectó como una líder reconocible dentro del ala más progresista del partido. Ya fuera de la bancada de la minoría demócrata en el Congreso del Estado, redobló sus esfuerzos contra la burocracia electoral, garantizando los derechos de los votantes más olvidados que muchas veces quedaban fuera por argucias y cuestiones formales como errores tipográficos en la papeleta. En los últimos dos años, los cálculos oficiales del partido son que su trabajo al frente de organizaciones como Fair Fight (lucha justa) o Fair Count (conteo justo) ha desembocado en la entrada de 800.000 nuevos votantes.

Su labor ha sido aplaudida esta semana por todo el diverso espectro progresista estadounidense. Desde la actriz Viola Davis, pasando por el baloncestista Lebron James, hasta la propia excandidata presidencial Hillary Clinton. Otra de las figuras representativas de la nueva ola dentro del partido demócrata, Alexandria Ocasio-Cortez, detalló en un tuit la base de su trabajo: “Es un ejemplo de lo crucial que es acercarse a las comunidades. Esta es la manera tradicional de hacer política, que tantas veces cae sacrificada ante las negociaciones en los pasillos”.

Cambio de ciclo

El centro de Atlanta, como resto de grandes ciudades estadounidenses, se convirtió en un fortín desde el día de las elecciones. Al caer la noche, comercios y oficinas levantan una empalizada para protegerse de posibles disturbios. Las iglesias son de los pocos edificios públicos que no están blindados. En vez de muros de madera, en la puerta de un templo baptista hay una bandera con el lema de Black Lives Matter, el movimiento por la justicia racial que ha prendido con fuerza en todo el país. “Es un cambio de ciclo, que nos pone en sintonía con los tiempos. Por fin en un Estado negro del sur ganan los progresistas”, decía el viernes por la noche frente a la iglesia Alice Coleman, una diseñadora de vestuario de 26 años que se mudó hace dos años desde el Estado vecino de Alabama.

Recuperar Georgia ha sido desde las elecciones pasadas —Clinton se quedó a cinco puntos de Trump en 2016— uno de los sueños demócratas. El progresivo cambio demográfico y económico en el Estado abría nuevas posibilidades de victoria, siguiendo el camino de los feudos recuperados ya en el sur de la costa oeste —Colorado, Nevada o Nuevo México— por el peso sobre todo de la migración. Sus principales ciudades —Atlanta, Savannah, Augusta— han recibido en los últimos años fuertes inversiones de distintas industrias, atrayendo a trabajadores de otros Estados y sofisticando la imagen tradicionalmente conservadora del sur. Desde el desembarco del grupo francés PSA, el segundo fabricante europeo de vehículos; hasta la pujante industria cultural, con una decidida política de incentivos fiscales que ha atraído a parte de la aristocracia liberal de Hollywood.

Votantes emiten sus votos en la Bilioteca Metroplitana de Atlanta (Georgia), el 3 de noviembre.Megan Varner (AFP)

Pese a conservar una mayoría de población blanca (más del 50%), la migración interna y los cambios demográficos han ensanchado el segmento de votantes jóvenes y afroamericanos, caladero del voto demócrata y muy sensibilizados con la ola de protestas por la justicia racial provocada por las muertes de ciudadanos negros a manos de la policía. Entre ellas, la de Rayshard Brooks, 27 años, abatido a tiros en las calles del condado de Fulton (Atlanta), uno de los bastiones progresistas en la ciudad. De la bolsa de 800.000 nuevos votantes favorecidos por la campaña de Abrams, casi el 50% son jóvenes afroamericanos de entre 30 y 45 años. Además, Biden no solo ha capitalizado el voto negro en el Estado. También ha logrado rascar casi un 30% en el segmento de votantes blancos mayores de 40, de acuerdo con las encuestas a la salida de los colegios durante las elecciones.

A pesar de ser considerado uno de los feudos sureños menos inexpugnables, la campaña de Biden no mostró mucho interés hasta casi el último momento, más centrada en recuperar los Estados posindustriales del Norte y Medio Este, que a la postre le han dado la victoria matemática. El candidato demócrata no viajó a Atlanta hasta una semana antes de las elecciones, mientras que Trump repitió hasta en cuatro ocasiones sus visitas. En la jornada electoral del martes, el republicano le superaba en más de 370.000 votos, más de cuatro puntos porcentuales. La masiva participación anticipada y por correo, elegida mayoritariamente por el voto demócrata, propició la remontada. Tras arañar día a día la distancia a medida que avanzaba el escrutinio, se puso por delante el viernes, aunque todavía no se ha cerrado el escrutinio. Las zonas metropolitanas, populares y mayoritariamente negras de Atlanta han contribuido a aupar al candidato. Entre ellas, el condado de Clayton, de gran carga simbólica al haber sido durante más de 30 años el distrito representado por el congresista John Lewis.

Fallecido en julio a los 80 años, Lewis era el último símbolo de la generación de líderes negros que lucharon por los derechos civiles en Estados Unidos. Figura monumental del partido demócrata, había sido uno de los más firmes opositores a Trump desde su llegada al poder —dijo abiertamente que no lo consideraba un presidente legítimo— y participó activamente en el movimiento Black Lives Matter. En ese mismo linaje, que comienza en Luther King y pasa por Lewis, aparece ahora como nueva heredera Stacey Abrams con su lucha por los derechos electorales de las minorías negras, una batalla con fuertes ecos de la conquista del derecho al voto negro en 1965 que coronó el movimiento por los derechos civiles.

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