Meloni trata de ganar apoyos para plantar cara en el reparto de altos cargos de la UE

La frustración de la italiana, que se sintió apartada de la negociación de los grandes puestos, alejó el acuerdo del Consejo Europeo este lunes

La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, este lunes en Bruselas.Associated Press/LaPresse Geert Vanden Wijngaert (APN)

Giorgia Meloni estaba furiosa. La primera ministra ultraderechista italiana, que se presenta en Bruselas como constructiva y moderada y encabeza la extrema derecha que algunos conservadores consideran aceptable, sintió el lunes durante la reunión de líderes europeos que, a la hora de la verdad, el reparto de los altos cargos de la UE se negociaba sin ella. Que populares, socialistas y liberales se...

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Giorgia Meloni estaba furiosa. La primera ministra ultraderechista italiana, que se presenta en Bruselas como constructiva y moderada y encabeza la extrema derecha que algunos conservadores consideran aceptable, sintió el lunes durante la reunión de líderes europeos que, a la hora de la verdad, el reparto de los altos cargos de la UE se negociaba sin ella. Que populares, socialistas y liberales se distribuyen los puestos como cromos y que se ignora a Italia, la tercera economía de la Unión. Su frustración por ese aislamiento fue palpable en el Consejo Europeo, que finalizó sin acuerdo sobre los grandes nombramientos. Y la dirigente italiana arrastró a otros ultraconservadores (el húngaro Viktor Orbán o el checo Peter Fiala), así como al conservador sueco Ulf Kristersson, cuyo Gobierno cuenta con el apoyo parlamentario de la ultraderecha. Todos ellos criticaron, además, que se ignore, en su opinión, a los países pequeños, según relatan fuentes comunitarias.

Los ultras exigen su cuota de poder en una Unión Europea —incluido el Consejo Europeo, que representa a los líderes de los países miembros— cada vez más caleidoscópica y escorada hacia posiciones muy conservadoras. Y el riesgo de bloqueo por parte de la extrema derecha, si no obtienen la parte que consideran que les toca, es ya una realidad. Lo ha mostrado el episodio de Meloni, que se presentó en Bruselas como la gran vencedora de las elecciones europeas en Italia y una de los líderes que, a diferencia del alemán Olaf Scholz y el francés Emmanuel Macron (muy golpeados en las urnas por la ultraderecha), ha salido reforzada. La gobernante encabezaba la lista europea de su partido y se proyecta como cabeza de un Gobierno estable en tiempos tumultuosos.

Meloni fue uno de los obstáculos —no el único— para cerrar un respaldo político a la lista que deberá encabezar las instituciones de la UE, señala un diplomático europeo. Hay consenso en los favoritos: la alemana Ursula von der Leyen (popular) para repetir al frente de la Comisión Europea; el portugués António Costa (socialdemócrata) para el Consejo Europeo; la primera ministra estonia, Kaja Kallas (liberal), como alta representante para Política Exterior y Seguridad. Por último, y aunque se debatió menos el lunes, también se espera que la popular maltesa Roberta Metsola continúe como presidenta del Parlamento Europeo.

Pero el disgusto sobre cómo se han llevado a cabo las negociaciones entre las tres principales familias políticas lastró el avance en un proceso que parecía que todos tenían prisa por cerrar. Terminó por paralizarlo el intento de acumular más poder por parte del Partido Popular Europeo (PPE), que además de la presidencia de la Comisión, exige encabezar la mitad de la legislatura del Consejo Europeo, sin dar al portugués Costa opción de ser reelegido tras los dos años y medio preceptivos. Se trata de un órdago con el que buscan visibilizar que son los grandes vencedores de las europeas —que también se podría saldar con una vicepresidencia ejecutiva de la Comisión— que enfadó a los socialistas. “Institucionalmente, además, no es práctica esa división en el Consejo”, afirma un alto cargo comunitario.

“Se pueden tomar decisiones sin Meloni y se pueden aprobar los nombramientos por mayoría cualificada, sin ella, pero el precio de hacerlo es alto y no demasiado realista”, reflexiona una alta fuente comunitaria que participó el lunes en el proceso de discusión de los líderes. “¿Queremos una batalla total con los ultraconservadores del Consejo y que se produzca un bloqueo que termine lastrando el proceso de toma de decisión? Además, eso podría aumentar el sentimiento euroescéptico o eurófobo en esos países porque, lo queramos o no, esos líderes han sido elegidos democráticamente”, añade.

Las opciones ultras forman (o sostienen) gobiernos en ocho Estados miembros: Hungría, República Checa, Croacia, Finlandia, Suecia, Italia, Eslovaquia y, en cuanto se forme nuevo Gobierno, Países Bajos (otro contribuyente neto al presupuesto comunitario, como Italia, aunque en este caso el partido extremista holandés de Geert Wilders no ocupará el puesto de primer ministro). Y la familia política de Meloni, los Reformistas y Conservadores Europeos (ECR), se ha convertido en la cuarta en la Eurocámara a falta de captar más miembros —están tocando ya al Fidesz del nacionalpopulista Viktor Orbán—. La primera ministra italiana, de hecho, espera aglutinar a los distintos líderes ultras, de las diversas familias europeas, sobre su paraguas en el Consejo, donde se considera la más influyente. Pero durante la reunión y la posterior cena en la que se debían poner las cartas sobre la mesa, se le aplicó un cordón sanitario que, de puertas para fuera —al menos durante la campaña electoral— los populares habían dinamitado para acabar pactando con fuerzas como la suya.

Meloni, que llegaba a la capital comunitaria tras organizar en Italia la reunión de líderes del G-7, ha sobreestimado su capital político e influencia en Bruselas, creen algunas fuentes. “Leyó mal el momento”, señalan otras. El primer ministro polaco, Donald Tusk, uno de los negociadores del PPE, lo dijo con mucha más crudeza: “No es mi trabajo convencer a Meloni; ya tenemos mayoría con el PPE, los liberales, los socialistas y otros pequeños grupos, mi sensación es que ya es más que suficiente”. En cierta manera refleja el sentir de algunos conservadores que creen que las alianzas con la extrema derecha, como con el partido de Meloni, Hermanos de Italia, con raíces fascistas, es nocivo.

La italiana y el resto de líderes que no adoptaron un papel negociador esperaron en una sala del Consejo durante dos horas, mientras Tusk y el griego Kyriakos Mitsotakis, junto a los socialistas Pedro Sánchez y Olaf Scholz, conversaban sobre el reparto de cargos. Después, lejos de ampliar la conversación a 27, entró en escena la tercera familia política más votada, los liberales, con el holandés Mark Rutte y el francés Macron. El resto tenía la sensación de que había demasiados tejemanejes y regateos, dice una fuente al corriente de esas conversaciones, que se desarrollaron sin apenas contacto con el exterior. Tras eso, decidieron alargar el proceso (que solo podían haber acordado de forma informal, en cualquier caso) 10 días; hasta la cumbre del 27 y 28 de junio. “Hubo un intento de forzar la decisión, pero varios líderes pensaron que era mejor darse más tiempo para descubrir posibles pactos secretos”, dice una fuente europea.

El húngaro Orbán cargó contra el proceso en las redes sociales, donde acusó a unos pocos de cocinarlo todo a sus espaldas. “La voluntad de la gente se ha ignorado hoy”, dijo. “No nos rendiremos y uniremos fuerzas con la derecha europea contra los burócratas, proinmigración y proguerra”, añadió.

Pactos secretos y promesas

Meloni, frustrada, presiona ahora para lograr una gran vicepresidencia en la próxima Comisión para visibilizar su poder. También se está moviendo para ello Macron, que ha salido muy tocado de las elecciones europeas y que afronta comicios legislativos en Francia que pueden encumbrar a la ultraderecha de Marine Le Pen en la jefatura de Gobierno de la segunda economía de la UE. El francés quiere hacer gala, además, de que ha hecho el vacío a Meloni, con quien tuvo un encontronazo por el derecho al aborto durante la reunión del G-7 en el sur de Italia. El resto quiere pequeños premios y concesiones para demostrar, en Bruselas y en casa, que también cuentan. Pese a que el reparto se lo guisen y se lo coman unos pocos.

“Las reglas son claras: las nominaciones para los puestos más altos en las instituciones europeas deben respetar los intereses políticos y geográficos. La República Checa está en el centro de Europa y nuestra futura cartera debe reflejarlo”, ha lanzado este martes el checo Fiala, a quien el PPE suele poner como ejemplo de ultraconservador aceptable y moderado —como a Meloni—.

Los populares se movilizan para lograr apoyos —sobre todo en el Parlamento, donde será la verdadera prueba de fuego de Von der Leyen y donde tratan de fichar nuevos miembros—, pero también lo hacen los socialistas. Este martes, Pedro Sánchez —uno de los negociadores de la familia socialista— se ha reunido con el presidente de Eslovaquia, Peter Pellegrini, para tratar el proceso de nombramientos, según fuentes diplomáticas. Eslovaquia está gobernada por una coalición liderada por Smer, un partido que hasta hace no mucho era miembro de la familia socialdemócrata europea y cuyo líder es el primer ministro, Robert Fico, todavía convaleciente de un intento de asesinato. No obstante, la militancia de Smer entre los socialdemócratas fue suspendida por la deriva iliberal del político prorruso.

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