Europa encara unas elecciones clave sobre el futuro de un continente amenazado

Los comicios al Parlamento Europeo de junio, los más cruciales de la historia de la Unión, marcarán una legislatura incierta en la que el proyecto común se la juega

Vista general del Parlamento Europeo en Bruselas.Omar Havana (Getty Images)

La Unión Europea termina la legislatura de todas las crisis: los coletazos de la recesión económica; la pandemia de covid-19, que ha dejado una sociedad marcada, y la guerra de Rusia contra Ucrania, que ha derribado la arquitectura de seguridad del continente y ha conducido a una de las mayores metamorfosis para el proyecto europeo: mayor integración y avance hacia el rearme. Y la acaba con las elecciones al Parlamento Europeo más importantes de su historia. Los comicios, del 6 al 9 de junio en los 27 ...

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La Unión Europea termina la legislatura de todas las crisis: los coletazos de la recesión económica; la pandemia de covid-19, que ha dejado una sociedad marcada, y la guerra de Rusia contra Ucrania, que ha derribado la arquitectura de seguridad del continente y ha conducido a una de las mayores metamorfosis para el proyecto europeo: mayor integración y avance hacia el rearme. Y la acaba con las elecciones al Parlamento Europeo más importantes de su historia. Los comicios, del 6 al 9 de junio en los 27 Estados miembros serán un plebiscito para el futuro de una UE amenazada desde fuera, pero también desde dentro —por los populismos, el euroescepticismo y los ultras; pero también por la desigualdad, la desconexión de las élites y las crisis de elementos sociales básicos, como la vivienda— y temerosa de perder el viaje de la competitividad y pasar a la irrelevancia si no acomete reformas.

Las elecciones europeas, clave también para los grandes países del club, como Alemania —donde los partidos del Gobierno de coalición luchan por contener la subida de los ultras—, Polonia —serán el termómetro del nuevo Ejecutivo conservador-liberal de Donald Tusk—, o España, alumbrarán una Eurocámara con enorme peso decisorio en la que se hablará de otro de los grandes desafíos: la próxima gran ampliación hacia el este que promete absorber (gradualmente) a Ucrania. Todos los sondeos anticipan un avance de las fuerzas de ultraderecha, que pueden llegar a desplazar como tercera fuerza a los liberales y que tratarán de marcar la agenda para ejecutar una política migratoria todavía más dura o aparcar las medidas verdes.

Su subida y el coqueteo de un Partido Popular Europeo (PPE) derechizado, que amaga con romper el tradicional cordón sanitario con algunos ultras, amenazan con dinamitar la gran coalición entre conservadores y socialdemócratas (en los últimos años con liberales y verdes como bisagra) que ha sostenido la UE en los últimos 70 años.

Y mientras la crispación política y la polarización calan en Europa, donde se ha visto incluso casos de violencia política, como el intento de asesinato del primer ministro eslovaco, Robert Fico, y países como Rusia o China multiplican sus intentos de injerencia para desestabilizar, el club comunitario sigue sin estar preparado para su gran desafío geoestratégico e histórico. Posiblemente el mayor de su existencia, dice por correo electrónico Constanze Stelzenmüller, directora del centro EE UU-UE del centro de pensamiento Brookings.

¿Hacia una Edad de Hielo estratégica?

“Rusia está librando una guerra de amplio espectro contra Ucrania y una guerra híbrida contra Europa. China está siguiendo una estrategia de dominio global que significa una estrategia de dividir y gobernar en Europa, como se vio en la visita del presidente chino, Xi Jinping, a París, Belgrado y Budapest”, analiza Stelzenmüller. “Una alianza de autoritarios —Rusia, China, Irán, Corea del Norte— contra Occidente. El posible fin de la Pax Americana en el mundo y de la garantía de seguridad estadounidense para Europa. Desglobalización de la economía global”, prosigue. “Todo eso podría derivar en una Edad de Hielo estratégica”, advierte como colofón esta analista.

La presidenta de la Comisión Europea, la conservadora Ursula von der Leyen (PPE), candidata a repetir, ha llegado a decir que los peligros internos y externos amenazan la democracia en la UE. Pero mientras habla de injerencia extranjera, de campañas de desinformación rusa y advierte contra los partido de ultraderecha “amigos de Putin”, como Alternativa por Alemania (AfD) o el Reagrupamiento Nacional francés de Marine Le Pen, cada vez más voces a la izquierda la acusan de “blanquear” a los ultras, al diferenciar entre esos partidos, intocables, y otros aceptables.

“La gran prioridad de la próxima legislatura será defender la democracia y el proyecto europeo; estamos en esos términos”, incide Iratxe García, presidenta de los socialistas y demócratas (S&D) en el Parlamento Europeo, que advierte contra ese blanqueo de los ultras y populistas que pueden intentar marcar la agenda. “Además, no podemos dejar de centrarnos en la agenda verde, la competitividad, la industrialización, el Estado de derecho”, sigue la número dos del PSOE a las europeas.

“Hemos visto en estos últimos cinco años enormes desafíos: el Brexit, la pandemia, la guerra en Ucrania. Es problable que en la próxima haya más y más crisis que tendremos que afrontar con unidad”, dice Dolors Montserrat, número uno en la lista del PP.

Pero hay algo que subyace a cualquier debate político: la realidad y los datos. “La UE tendrá que cumplir los objetivos de transición ecológica y energética en un entorno mucho más difícil”, acota por teléfono Jeromin Zettelmeyer, director del laboratorio de ideas Bruegel. Y es así, sigue el experto, porque la UE tiene menos dinero, ha habido un aumento del déficit —pandemia de coronavirus, shock energético— y países con cifras del 4% o el 5%, como España, Francia, Italia, Bélgica… y existe un nerviosismo en los mercados. Todo en un escenario en el que se va a requerir una gran inversión a medio plazo para defensa y con un panorama global extremadamnete complicado, con Rusia, una China cada vez más agresiva que además ha aumentado su cooperación con Moscú y ante un hipotético regreso a la Casa Blanca de Donald Trump.

Uno de los retos mayúsculos para la próxima legislatura, en la que el Parlamento Europeo tendrá mucho que decir, será la competitividad. O mejor dicho, tratar de que el club comunitario no se quede atrás.

Las recetas que aplica la UE ahora son las del mundo de ayer, precovid, anteriores a la invasión rusa, en una era de la inocencia sobre el proyecto de paz y con una Europa centrada en sí misma, ha dicho Mario Draghi, ex primer ministro italiano y expresidente del Banco Central Europeo, que prepara un informe sobre competitividad —el exdirigente italiano Enrico Letta presentó hace unas semanas otro sobre el mercado único— que busca marcar los pasos a la próxima Comisión.

“Europa ha tenido un enfoque equivocado. Nos hemos vuelto hacia adentro, viéndonos a nosotros mismos como competidores, incluso en sectores como la defensa y la energía, donde tenemos profundos intereses comunes”, dijo Draghi a mediados de abril en un discurso en la ciudad belga de La Hulpe. “Al mismo tiempo, no hemos mirado los suficiente hacia afuera: con una balanza comercial positiva, después de todo, no veíamos nuestra competitividad externa como una cuestión política seria”, lanzó.

Sí lo es. Pase lo que pase en EE UU, con Trump o con otro gobierno del demócrata Joe Biden, Washington será todavía más proteccionista. Y también China, que además está inundando el mercado en lo que los expertos llaman ya la “sobrecapacidad” y unas empresas dopadas con subvenciones estatales, contra la que la UE trata ahora de blindarse.

La Unión tendrá que acometer reformas en su mercado único, mercado de capitales y unificar el mercado de electricidad y energía, dice Zettelmeyer, de Bruegel. También repensar formas “inteligentes” de canalizar el dinero estatal hacia la investigación y el desarrollo en áreas importantes para la competitividad europea. Y la gran pregunta es la distribución del dinero europeo frente al dinero nacional. No tardará en empezar la gran batalla por el marco financiero plurianual, el esquema de cómo se reparten los fondos europeos. Y no solo en las cantidades; también en la estructura, que con toda probabilidad verá reformado el reparto de los fondos de cohesión y de la Política Agrícola Común (PAC) —que se prevé una gran lucha de algunos Estados miembros— para condicionar su entrega a reformas económicas, y que además incluirá un capítulo para defensa.

Porque con la guerra de Rusia en Ucrania, los temores a una escalada regional en Oriente Próximo por la guerra de Israel en Gaza y los movimientos turbulentos en el Sahel, la próxima legislatura será la prueba de fuego para la Europa de la defensa. La Unión, que despertó a su propia fragilidad hace más de dos años con la invasión lanzada por el Kremlin en suelo europeo, busca poner en marcha su primera estrategia industrial de defensa para impulsar una produccion militar desigual, fragmentada y descuidada durante años, promover esquemas de compras conjuntas y catapultar proyectos miliares europeos.

Aquí, también, luchará con los problemas de financiación y la disparidad entre los Estados miembros más cercanos geográficamente a Rusia, como Polonia o Estonia, que hablan literalmente de “economía de guerra” y que advierten de que el Kremlin podría tantear el compromiso de seguridad de los aliados de la OTAN en breve; y otros, como España, a la cola del gasto el defensa y un país en el que todo lo que suene a presupuesto militar es muy divisivo.

“Autonomía estratégica” es el gran concepto que ha calado en la legislatura de todas las crisis, en la que muchos Estados vieron sus almacenes vacíos de paracetamol durante la pandemia porque ya no se fabrica en suelo europeo, sino en países como la India, que rebusca en sus arsenales material de defensa pero que ha comprado a Estados Unidos el 60% de lo que envía a Ucrania. También es cada vez más consciente de que potencias como China le suministran la gran mayoría de los componentes que necesita para la transición verde. Y la UE busca avanzar por una senda para eliminar esas dependencias.

Aún así, son muchas las voces que, como Constanze Stelzenmüller, de Brookings, creen que puede no ser realista alcanzarla. “La UE, especialmente a medida que continúa ampliándose, debe dar más pasos hacia la integración: a través de votación por mayoría calificada, financiación común, adquisiciones e innovación comunes en materia de defensa, unión de mercados de capital”, dice. “Pero nada de eso valdrá nada a menos que logre una cohesión política, y París y Berlín aparentemente son incapaces de brindarla”, asevera. Y lanza: “El ‘sucio secreto’ de la OTAN es que, si bien la defensa y la disuasión nuclear y convencional de EE UU han sido clave para mantener la seguridad de Europa, la contribución más importante de Washington a la paz y la estabilidad en Europa ha sido brindar tranquilidad a los Estados miembros más pequeños y nuevos de la UE, preocupados por el dominio francés o el unilateralismo alemán”.

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