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La extrema derecha alemana se lanza a la conquista de los bastiones socialdemócratas del oeste

AfD, partido arraigado en la antigua Alemania Oriental, se consolida en el declinante pulmón industrial y viejo feudo del PSD de Gelsenkirchen

Este hombre que pasea por la vieja ciudad industrial de Gelsenkirchen ―cabello y bigote blancos, camisa de cuadros y pantalones vaqueros, aspecto de abuelo afable, ciudadano común, vecino de toda la vida―, este hombre, en tiempos normales, pasaría desapercibido. Pero estos no son tiempos normales y Norbert Emmerich podría dar a...

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Este hombre que pasea por la vieja ciudad industrial de Gelsenkirchen ―cabello y bigote blancos, camisa de cuadros y pantalones vaqueros, aspecto de abuelo afable, ciudadano común, vecino de toda la vida―, este hombre, en tiempos normales, pasaría desapercibido. Pero estos no son tiempos normales y Norbert Emmerich podría dar a la extrema derecha de Alternativa para Alemania (AfD) uno de sus mayores éxitos electorales hasta la fecha. Por la calle le saludan y le paran, o le miran con suspicacia.

Una victoria de Emmerich en la segunda vuelta de las elecciones municipales, el 28 de septiembre, supondría un paso más para AfD, un avance decisivo en la consolidación en el Oeste del país de este partido arraigado en el Este, en los territorios de la extinta República Democrática Alemana. En la occidental Gelsenkirchen y en otras ciudades de la región, donde se extiende el temor a la inmigración descontrolada y la desindustrialización lleva décadas causando estragos, AfD seduce a votantes socialdemócratas.

“La gente no quiere seguir así”, dice Emmerich, candidato de AfD a la alcaldía ante Andrea Henze, la aspirante del Partido Socialdemócrata (SPD) y favorita. “Seguir así significa bajar un escalón más”. Durante un recorrido por el barrio donde él creció, cerca de la estación, señala los comercios cerrados, las ventanas tapiadas, las terrazas medio vacías pese al tiempo soleado: “Estamos a día 19 y muchas familias ya se han quedado sin dinero hasta final de mes”.

“El SPD”, comenta el candidato, “ya no es un partido de los trabajadores. Si no están atentos a los deseos de las personas. No es extraño que les den la espalda”.

“AfD no es un partido obrero, y en un modo alguno representa los intereses de los trabajadores”, replica, en un correo electrónico, un dirigente local del sindicato IG-Metall. “Su único objetivo es agitar contra la democracia, y polemizar”.

Gelsenkirchen, en la cuenca minera y siderúrgica del río Ruhr, fue un laboratorio de la revolución industrial. Aquí se fraguaron las armas de las guerras mundiales, aquí se levantaba un paisaje de ruinas en 1945 tras la caída del III Reich, aquí se puso en marcha en milagro alemán.

“La llamaban la ciudad de los 1.000 fuegos, porque la industria funcionaba a tal ritmo que el cielo estaba iluminado toda la noche”, recordaba esta semana en el diario Bild el columnista Alfred Draxler, nativo de Gelsenkirchen. “Hubo un día, en los tiempos del milagro económico, en que fue una de las ciudades más prósperas. Hoy, con unos ingresos por persona de 16.203 euros, es la gran ciudad más pobre de toda Alemania”.

Esta ciudad de 260.000 habitantes (era un pueblo de unos centenares a mediados del siglo XIX, alcanzó los 400.000 en pleno milagro de la posguerra, después empezó a encogerse) fue un laboratorio económico; hoy es un laboratorio político. En las últimas elecciones generales, el pasado febrero, AfD destronó como partido más votado al SPD, que antes tenía en el Ruhr y en Gelsenkirchen un feudo que parecía inexpugnable. No logró repetir la victoria en la primera vuelta de las municipales del estado federado de Renania del Norte-Westfalia, el 14 de septiembre, pero se quedó cerca.

En la elección del Consejo Municipal, AfD quedó a menos de un punto del SPD y empató en número de concejales. En la elección a alcalde, Emmerich sacó un 29,7% de votos, frente al 37,04% de la socialdemócrata Henze, y forzó así la segunda vuelta. En el conjunto de Renania del Norte-Westfalia, el estado más poblado de Alemania, la extrema derecha triplicó votos respecto a las anteriores municipales y tiene candidatos a la segunda vuelta en las ciudades de Duisburgo y Hagen, además de Gelsenkirchen.

El resultado tampoco es un triunfo para AfD. En todo el estado queda en tercera posición y tendrá difícil ganar la alcaldía en las ciudades citadas. Pero, para un partido que ya es el más votado en el Este, donde se nutre de los agravios regionales de la ex RDA, “estar anclado por todos los lugares en Renania del Norte-Westfalia supone un paso más en el viaje hacia Oeste”, analiza por teléfono Manfred Güllner, jefe del instituto demoscópico Forsa. “No hay ningún distrito ni ciudad donde AfD haya tenido menos del 5% de votos, excepto Münster, y esto es nuevo en el Oeste”. Münster, ciudad universitaria, es un “oasis de Los Verdes” en Renania del Norte-Westfalia, como lo describe el semanario Der Spiegel.

“Aquí crecimos rodeados de extranjeros”, explica Marina Lübeck, antigua votante del SPD, ahora de AfD, en el salón de belleza que regenta cerca del estadio del Schalke 04, el popular equipo de fútbol de Gelsenkirchen. Sus amigos, de pequeña, eran turcos, portugueses, polacos. “Éramos un grupo, jugábamos en la calle, nos habría gustado que nuestros hijos creciesen igual. Pero entonces llegó Mamá Merkel con su lo lograremos, y todo fue para abajo. Desgraciadamente”. Lübeck, que tiene 46 años e hijos veinteañeros, se refiere a la frase que hace 10 años pronunció la entonces canciller, la democristiana Angela Merkel, al permitir la entrada a Alemania de centenares de miles de inmigrantes y apelar a los esfuerzos para integrarlos. En ese momento AfD comenzó su ascenso.

El candidato Emmerich, en el centro de Gelsenkirchen, lamenta la “suciedad” y el “desorden” en la zona, y observa: “Ya no se ven tantos alemanes en las calles”. “Por alemanes”, precisa, “me refiero a personas cuyos antepasados vivían aquí, pero también a personas que se han trasladado aquí y para quienes Gelsenkirchen se ha vuelto una patria. Para mí, ellos son igual de alemanes. No me importa si tienen pasaporte alemán o no”.

El mensaje puede sonar disonante en un partido, AfD, que ha hecho un eslogan de la “re-emigración”, la expulsión masiva de inmigrantes. Un partido que, según los servicios de inteligencia alemanes, defiende una idea de “pueblo (…) basada en los orígenes étnicos, que devalúa grupos de población enteros en Alemania y viola su dignidad humana”.

Pero la distinción entre los inmigrantes de antes y los de ahora es un argumento recurrente en las conversaciones. Igual que en Gelsenkirchen se jactan de haber tenido en los tiempos esplendorosos “14 minas y 70 pozos”, también es un orgullo que aquí convivan “130 nacionalidades”. Pero es como si, con la crisis industrial, la caída de la población y la afluencia de nuevos inmigrantes, el sueño multicultural se hubiese truncado.

“La pobreza va hacia la pobreza”, resume Olivier Kruschinski, de 50 años y gelsenkirchiano de pura cepa (es decir, puro hijo de la mezcla, en su caso hijo de un alemán de origen polaco y una francesa) e infatigable promotor del Schalke 04 como “máquina de la integración”.

La novedad en Gelsenkirchen, en los años recientes, ha sido la inmigración procedente de Rumanía y Bulgaria, países de la Unión Europea. “Es sabido que muchos romaníes afectados por la pobreza han emigrado a Gelsenkirchen, ya que en sus países de origen sufren una discriminación sistemática”, escribía hace un año el diario regional Westdeutsche Allegemeine Zeitung, y evaluaba en más de 12.000 la población procedente de estos países. La alcaldesa saliente, la socialdemócrata Karin Welge, lleva años avisando del potencial “explosivo” de la combinación de vivienda vacía y precaria, de mafias dispuestas a aprovecharse de los recién llegados, y de un Estado del bienestar robusto que actúa como un imán.

Cuenta Kruschinski que muchos turcos votan AfD. “Tiene lógica”, explica. “Ellos votan por [Recep Tayyip] Erdogan en Turquía. Son muy conservadores. Han trabajado duro durante dos o tres generaciones para tener su casita con jardín. Han aceptado las normas”. Él apoya a la socialdemócrata Henze, rival de Emmerich, pero exhorta a “escuchar a la gente” que “ya no puede vivir tranquilamente en la ciudad”. “No se resolverán estos problemas poniéndoles la etiqueta de nazis”.

Bajo observación de los servicios de inteligencia por su radicalismo, y con el debate abierto sobre su posible ilegalización, AfD sabe que, cuanto más implantado esté por todo el país, más difícil será apartarlo del tablero democrático. Las elecciones locales han evidenciado carencias como la falta de personal de primer rango. Es en parte, todavía, un partido de amateurs.

La realidad es que AfD ya son un partido del Oeste, si se tiene en cuenta que más de 100 de sus 151 diputados en el Bundestag viene de la antigua Alemania Occidental. Algunos sondeos indican que, de celebrarse ahora las elecciones generales, serían la fuerza más votada, por delante de la Unión Democristiana / Unión Socialcristiana (CDU/CSU) del canciller Friedrich Merz.

Callejeado por Gelsenkirchen, entre comercios con los carteles en árabe, Emmerich no parece excesivamente preocupado por el cortafuegos o cordón sanitario que se le aplicará el domingo próximo, en la segunda vuelta. La suma de los votantes de los otros partidos posiblemente lo acabará derrotando. Este empleado de banca, que desde hace unos años es consejero financiero por su cuenta, no se considera un político profesional.

“Si pierdo, seguiré dedicándome a aconsejar a mis clientes”, dice. “Para mí no cambia nada”.

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