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“No podemos manifestarnos por Gaza ni colgar una bandera”: la falsa normalidad de los palestinos de Jerusalén

Los habitantes del este de la ciudad describen una aceleración en la “israelización”, y un retroceso en su libertad de expresión y de movimiento desde el inicio de la guerra

Tres puestos de vigilancia de la policía israelí enmarcan la entrada a la Puerta de Damasco, por la que la mayoría de palestinos acceden al barrio musulmán de la Ciudad Vieja de Jerusalén. Entran y salen por el impresionante portón de la época otomana sin aminorar el paso, aparentemente ajenos o acostumbrados a la presencia de los agentes. “Desde ...

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Tres puestos de vigilancia de la policía israelí enmarcan la entrada a la Puerta de Damasco, por la que la mayoría de palestinos acceden al barrio musulmán de la Ciudad Vieja de Jerusalén. Entran y salen por el impresionante portón de la época otomana sin aminorar el paso, aparentemente ajenos o acostumbrados a la presencia de los agentes. “Desde octubre de 2023 prácticamente nunca voy a la Puerta de Damasco, uso otros accesos. Me siento mejor si no veo a la policía ahí apostada, marcando el territorio, haciéndonos sentir tan inseguros y tan vulnerables”, dice Salma, socióloga y antropóloga palestina que trabaja en una organización humanitaria y que prefiere no dar su apellido.

La instalación de estos puestos de vigilancia, acristalados y protegidos con barandillas de metal, es anterior a los ataques de Hamás en Israel y a los bombardeos israelíes sobre Gaza, hace casi dos años. Pero el miedo de muchos palestinos de Jerusalén y el sentimiento de estar permanentemente vigilados ha ido en aumento desde entonces. “Mira a tu alrededor. Parece que vivimos normalmente, que nos da igual lo que pase en Gaza. Pero no es así“, asegura Huda Imam, consultora cultural y exdirectora del Centro para los Estudios de Jerusalén en la universidad Al Qods. “Lo que tenemos hoy no es vida. Una parte de nosotros está en Gaza, pero les hemos fallado, porque no podemos manifestarnos ni colgar una bandera palestina en el balcón. Eso lo podéis hacer vosotros en España, pero nosotros no tenemos derecho”.

Mostrar una bandera palestina no es ilegal. Sin embargo, las autoridades israelíes —concretamente, el ministro de Seguridad Pública, el ultranacionalista Itamar Ben Gvir— han ordenado a la policía que las prohibiera en lugares públicos por considerarlas un acto de apoyo al terrorismo.

“Si saliéramos a protestar, perderíamos los pocos derechos que tenemos y la gente se lo piensa dos veces. La vida sigue, pero sin alegría y con bofetadas diarias que te hacen sentir que no tienes país, que no tienes nada”, lamenta Salma, de 39 años, nacida en Jordania y que llegó a Jerusalén con su familia a finales de los noventa.

Si saliéramos a protestar, perderíamos los pocos derechos que tenemos y la gente se lo piensa dos veces. Y la vida sigue, pero sin alegría y con bofetadas diarias que te hacen sentir que no tienes país, que no tienes nada
Salma, palestina de Jerusalén

Un corazón en Facebook, un colgante con un mapa de Palestina, un comentario desafortunado en un organismo público o un enfrentamiento verbal en la calle bastan para perderlo todo, empezando por los beneficios que otorga la tarjeta de residente permanente en la ciudad que tienen los palestinos de Jerusalén y que, pese a no reconocerlos como ciudadanos con todos los derechos, sí les da, por ejemplo, seguridad social, pensiones y servicios básicos.

La contraparte de esa contención que se respira en la ciudad es que la frontera invisible que siempre ha existido entre el oeste —israelí— y el este —palestino— se deja sentir con más fuerza en detalles del día a día desde hace dos años. “Me costó un tiempo entender que las cosas no serían nunca igual después del 7 de octubre de 2023. Todo está mucho más polarizado y los intercambios entre israelíes y palestinos de Jerusalén son más tóxicos, más tensos”, afirma Salma.

“Conversar con ellos es una pérdida de tiempo y me duele decir esto porque tengo o tenía amigos israelíes. Ellos no quieren ver la fotografía completa, es decir, qué va a pasar con Gaza y con sus dos millones de habitantes y se sienten cómodos teniendo una imagen reducida de esta realidad”, agrega esta mujer, que reconoce que desde hace meses solo va al oeste cuando necesita ir al banco o al Ayuntamiento para gestiones puntuales. “Y me siento asustada, pese a no haber hecho nada malo”.

Una ‘judeización’ de la ciudad

Cuando se deja atrás la puerta de Damasco, otra ciudad aparece. Hay mujeres vendiendo hierbas y verduras en el suelo. Los comercios ofrecen dulces, cargadores de teléfono o camisetas falsas de equipos de fútbol. Y los regentes de tiendas de recuerdos intentan atraer a los escasos turistas.

Los pasos llevan hacia la calle Al Wad, donde varios agentes israelíes conversan entre ellos mientras observan el trajín. Decenas de cámaras de vigilancia repartidas por las esquinas muestran que nada de lo que ocurre o pueda ocurrir en esas calles empedradas pasa desapercibido.

Apostado en la puerta de su comercio, al inicio de la Vía Dolorosa, Saher Awad contempla el ir y venir de los policías israelíes, de las familias palestinas de la zona, de los judíos ortodoxos que van a rezar al Muro de las Lamentaciones y, también, de algunos colonos que viven en casas en la parte árabe de la Ciudad Vieja. “Ellos llevan banderas israelíes y lazos amarillos para pedir el retorno de los rehenes de Gaza. Me parece muy bien, pero nosotros no podemos usar nada que muestre nuestra identidad. ¿Por qué?“, se pregunta. “Créame, en la vida de los palestinos de Jerusalén, todo ocurre cuando se cierra la puerta de casa. Solo ahí nos sentimos libres de decir lo que pensamos”.

Ellos llevan banderas israelíes y lazos amarillos para pedir el retorno de los rehenes de Gaza. Me parece muy bien, pero nosotros no podemos usar nada que muestre nuestra identidad. ¿Por qué?
Saher Awad, comerciante palestino

Desde finales de 2023, los ataques israelíes han provocado la muerte de más de 62.000 palestinos de Gaza, según cálculos del ministerio de Salud palestino. Actualmente, unos 50 rehenes israelíes siguen en manos de milicias en Gaza, de los que 20 seguirían con vida.

“La vida nos ha cambiado el 7 de octubre. Desde fuera puede parecer que somos privilegiados, y lo somos, comparado con Gaza, pero los palestinos de Jerusalén tenemos mucho miedo, hay una judeización progresiva de la ciudad, el hostigamiento es cada vez mayor y todo conduce a que nos marchemos”, asegura Ziad Hammouri, director del Centro para los derechos sociales y económicos en Jerusalén (JCSER, por sus siglas en inglés).

Hammouri cita el aumento de la presencia de colonos en la ciudad, nuevas directivas municipales que llevarán a una reducción numérica de los habitantes palestinos (el 39% sobre una población de un millón) y un incremento en tasas municipales en los dos últimos años. En paralelo, la guerra ha provocado un desplome del turismo, del que vivían centenares de palestinos que trabajaban en comercios, restaurantes o albergues de peregrinos. “Hay muchas tiendas cerradas en la Ciudad Vieja cuyos propietarios no podrán pagar los impuestos municipales y los locales podrían terminar confiscados por Israel”, advierte.

Cambiar la identidad de la ciudad

Siguiendo la calle Al Wad, dos puertas blindadas y un código de seguridad de acceso indican inequívocamente que el lugar está habitado por colonos. Si hay alguna duda, basta levantar la vista al cielo para ver una bandera israelí en una de las ventanas.

Israel ocupó la parte oriental de Jerusalén en 1967, la anexionó años después y considera toda la ciudad como su capital indivisible. Los palestinos aspiran que Jerusalén Este sea un día la capital de su futuro Estado. El control de la ciudad es, por tanto, un elemento clave en el conflicto. Según la ONG israelí Peace Now, hay 15 colonias en Jerusalén Este y 220.000 israelíes viviendo en esta parte de la ciudad, incluidas casas sueltas en vecindarios palestinos y en la parte musulmana de la Ciudad Vieja. “Ya no es una ocupación silenciosa de los lugares palestinos de Jerusalén, sino bien sonora, que quiere cambiar la identidad de la ciudad”, estima Imam.

Los palestinos de Jerusalén tenemos mucho miedo, hay una ‘judeización’ progresiva de la ciudad, el hostigamiento es cada vez mayor y todo conduce a que nos marchemos
Ziad Hammouri, Centro para los derechos sociales y económicos en Jerusalén

Según cifras del JCSER, dirigido por Hammouri, en la Ciudad Vieja viven 32.000 personas y 29.000 de ellas son palestinas. Varias organizaciones israelíes como Ateret Cohanim, Elad, Israel Land Fund o Nahalat Shim’on, bien conocidas y temidas por los palestinos, han adquirido propiedades en esta parte antigua y en barrios del este como Silwán, Sheij Jarrah, el Monte de los Olivos y otros lugares que tienen un significado religioso para los judíos. En muchos casos, usan una ley que permite a los judíos (y no a los palestinos) reclamar propiedades que les pertenecían antes del 1948, cuando se creó el Estado de Israel y familias judías tuvieron que dejar sus casas en la parte oriental de la ciudad. Este proceso lleva años ocurriendo, pero desde octubre de 2023 se ha acelerado, según Hammouri.

Estas organizaciones expulsan a las familias que viven en esas casas e instalan colonos, a menudo muy jóvenes y radicales, que viven rodeados de palestinos y en medio de notables medidas de seguridad. “Nadie les para. A veces, cuando veo a familias expulsadas tan cerca de mi casa y que frente a ello la comunidad internacional cierra los ojos y la Autoridad Palestina tampoco nos protege, siento que puedo ser la próxima”, teme Imam, cuyos padres ya perdieron una casa en el oeste de la ciudad tras 1948.

Sus palabras, sin embargo, dejan espacio para la esperanza. “Pese a todo, Jerusalén no está perdido. Cuando caminas por la Ciudad Vieja te das cuenta de que el árabe impregna las calles, de que estamos y seguiremos estando”, zanja Imam. “Yo soy de aquí y no me quiero ir ni a Cisjordania ni mucho menos al extranjero”.

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