Con los votantes de AfD: “Cuanto más se nos excluye, más crecemos”

Del este al oeste de Alemania, los simpatizantes del partido de extrema derecha encarnan los pasos dados por el partido para normalizarse en la sociedad sin abandonar las posturas radicales

Asistentes a un mitin de la candidata de AfD, Alice Weidel, el 9 de febrero en Heidenheim (Alemania).Angelika Warmuth (REUTERS)

La mujer levanta la mano y pide la palabra. “Solo quería decir que estoy orgullosa de ser alemana”, afirma. Aplausos en la sala. “Quienes estén orgullosos que se ponga en pie”. Las decenas de personas que llenan este mitin de Alternativa para Alemania (AfD), cerca de la frontera con Polonia y la República Checa, le hacen caso. Al terminar el mitin, cuando se le pregunta a la mujer el porqué de su gesto, responde que su padre fue herido en la guerra, y su tío murió. ¿Qué guerra? ¿Dónde? El público se está marchando y ella, con un gesto, descarta la pregunta, y desaparece.

AfD, si los son...

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La mujer levanta la mano y pide la palabra. “Solo quería decir que estoy orgullosa de ser alemana”, afirma. Aplausos en la sala. “Quienes estén orgullosos que se ponga en pie”. Las decenas de personas que llenan este mitin de Alternativa para Alemania (AfD), cerca de la frontera con Polonia y la República Checa, le hacen caso. Al terminar el mitin, cuando se le pregunta a la mujer el porqué de su gesto, responde que su padre fue herido en la guerra, y su tío murió. ¿Qué guerra? ¿Dónde? El público se está marchando y ella, con un gesto, descarta la pregunta, y desaparece.

AfD, si los sondeos no se equivocan estrepitosamente, obtendrá en las elecciones de este domingo el mejor resultado para un partido de extrema derecha alemán desde que en 1949 se fundó la República Federal sobre las ruinas del nazismo. Según las encuestas, cerca del 20% de los votantes, el doble que en las elecciones anteriores, elegirán las listas de la formación creada en 2013, y la convertirán en la segunda fuerza más votada y el segundo grupo en el Bundestag. Contrario a la inmigración y a la Unión Europea, AfD se encuentra bajo vigilancia de los servicios de inteligencia por su radicalismo. Más radical que hace 12 años y más central en la vida política alemana. Más normal.

“Aquí está representado todo el espectro social, desde desempleados a funcionarios y autónomos. Todo. Las perspectivas varían, pero en lo esencial estamos de acuerdo”, dice Hajo Exner, dirigente del partido en Görlitz, el distrito que en las europeas de 2024 registró el mayor porcentaje de votos en favor de AfD en toda Alemania: un 40%. Esto es la antigua República Democrática Alemana (RDA), donde AfD aspira a consolidarse como primera fuerza. En la otra punta del país, en el distrito II de la ciudad industrial de Duisburgo, en la cuenca del Ruhr, el candidato local, Sascha Lensing, ofrece un argumento similar: “Tenemos artesanos, profesores, funcionarios, doctores. Son personas decepcionadas de la política y de los partidos”.

Hajo Exner, dirigente de la AfD en Görlitz, el 14 de febrero.ÓSCAR CORRAL

La inquietud ante lo que muchos consideran una inmigración excesiva une a los votantes de este partido. Y el agravio de sentirse excluidos del juego democrático, sometidos como están a un cordón sanitario que significa que ninguno de los otros partidos quiere pactar con ellos.

Pero hay diferencias entre el Este y el Oeste. En el Este, que durante los 40 años de Guerra Fría vivió bajo el dominio de la Unión Soviética, se escucha más hablar de la paz para rechazar el apoyo de Alemania a Ucrania ante la agresión de Rusia. Allí AfD se postula como un partido casi pacifista. Y regionalista, en defensa de los intereses de una parte del país. Incluso de algunos aspectos de la Alemania comunista.

“Mi credo siempre ha sido: ‘Nunca más la guerra desde territorio alemán”, zanja en el mitin Tino Chrupalla, copresidente del partido, para defender su rechazo a la ayuda a Ucrania. “Esto lo aprendimos en la RDA. ¡Y era cierto!”. Más aplausos.

En el Oeste, donde los viejos partidos todavía dominan, se habla más de la inseguridad y la crisis industrial. De la oriental Görlitz, tan bien conservada y escenario de películas como Grand Hotel Budapest, a los barrios feístas, construidos en la posguerra, de ciudades occidentales como Duisburgo, hay algo en común. El pegamento de este partido es lo que decía la mujer que se levantó en el mitin e hizo levantar al resto de la sala: el orgullo alemán. El nacionalismo, en un país en el que hasta hace poco ha sido tabú.

Viernes noche, Zittau, distrito electoral de Chrupalla. Esto es en el rincón más oriental del país. Esto son las regiones desindustrializadas tras la caída del Muro y la reunificación. La Alemania semivacía, en retroceso demográfico. Una sociedad que envejece: Görlitz pasó de 85.000 habitantes en 1989 a menos de 60.000 ahora. Los jóvenes se marcharon hace años. El desempleo, cercano al 9%, supera la media nacional. Hay agravios respecto al Oeste, y estos agravios nutren al partido del oriental Chrupalla y la occidental Alice Weidel, candidata a la cancillería.

“En la RDA no vivíamos igual que los ciudadanos de bien de la Alemania Occidental”, dice en el mitin una empleada en una aseguradora que, como muchos simpatizantes de AfD, rechaza dar su nombre. Cuando dice ciudadanos de bien, lo hace con una punta de ironía: “Ellos vivían en la abundancia y les sigue yendo bien”.

Otra mujer, Anita, lamenta que, por culpa de la política, haya roto el contacto con su hija y su yerno, que viven en el Oeste. “Dice que somos un partido peligroso, que somos radicales de derecha, que somos nazis, y no es así”, sostiene esta enfermera jubilada que no tiene aspecto ni de persona peligrosa, ni de radical de derechas ni mucho menos de nazi. “Los wessis no pueden entendernos”, añade, usando la palabra para denominar a los germano-occidentales. A los germano-orientales se les llama ossis. Lo que más le preocupa es la inmigración, aunque en el distrito de Görlitz el número de extranjeros representa la mitad, en torno a un 7%, que la media de todo el país. Y recuerda los ataques recientes perpetrados por extranjeros y que han monopolizado la campaña: “Las cosas no pueden seguir así. Cada día un ataque con cuchillo”.

La decisión de la canciller Angela Merkel, en 2015, de permitir la entrada de un millón de refugiados envió al mundo el mensaje de una Alemania comprometida con los derechos humanos, una Alemania que había roto definitivamente con los demonios del pasado. Pero contribuyó a sacar a AfD del rincón de los partidos marginales y, para una parte de Alemania, ahora regresan los demonios.

El policia Sascha Lensing, simpatizante de la AfD, en las calles de Duisburg, el 16 de febrero.ÓSCAR CORRAL

“Voto a AfD desde 2015″, dice en Zittau Dietmar Wauer, carnicero jubilado. Cita la inmigración y el asilo como su primera preocupación. La segunda son los precios y la crisis energética: “No podemos pagar la calefacción. Ni la gasolina. Ni la electricidad”. Y la tercera, el cortafuegos, el cordón sanitario. “Cuanto más se nos excluye, más crecemos”, observa. Alemania, en su opinión, “se encuentra en un momento comparable a la fase final de la RDA, entre 1988 y 1989, aunque las cosas van demasiado bien, todavía”. Es decir, tendrían que empeorar algo más, para que mejorasen.

Manfred Güllner, director del instituto demoscópico Forsa, describe en un correo a los votantes-tipo de AfD como “hombres de mediana edad, aconfesionales, con expectativas económicas extremadamente pesimistas y que se consideran desfavorecidos en la sociedad actual”. “Además de los trabajadores”, añade, “hay muchos miembros de un segmento radicalizado de la clase media que (...) ve peligrar su actual estatus social, aunque actualmente no se encuentren entre los rezagados de esta sociedad. La renta familiar media de los simpatizantes de la AfD no es inferior a la del conjunto del electorado”.

Güllner explica que AfD movilizó primero a ese 10% del electorado con ideas de la derecha radical pero que permanecía latente desde el derrumbe del nacionalsocialismo. Después amplió su electorado. El porcentaje se ha doblado en los últimos tres años en los que el socialdemócrata Olaf Scholz encabezaba una coalición tripartita con ecologistas y liberales. Los nuevos simpatizantes no proceden del extremo: son ciudadanos descontentos con el Gobierno y poco convencidos por la oposición democristiana y su candidato, Friedrich Merz.

Lo llamativo, según Güllner, es que en los años recientes incluso estos nuevos simpatizantes de AfD se han “radicalizado”. “En resumen”, dice este experto próximo al SPD, “ha surgido una comunidad de valores bastante homogénea que rinde homenaje a las ideas nacionalistas, es extremadamente xenófoba, rechaza el conjunto del sistema democrático actual y quiere superarlo con la ayuda de la AfD”.

Stiv Nikolic, simpatizante de la AfD, en Duisburg, en el oeste de Alemania, el 16 de febrero.ÓSCAR CORRAL

De Görlitz, en el extremo oriente de Alemania, a Duisburgo, ciudad del oeste profundo con medio millón de habitantes y 24% de extranjeros. Esto es la cuenca minera e industrial del Ruhr. Todavía, pese a la sucesión de crisis, un paisaje de chimeneas, autopistas y ciudades grises. Esta es una Alemania más multicultural y con barrios en los que AfD hace campaña con la bandera de la inseguridad. Un terreno de conquista.

“Nuestro partido no tiene nada que ver con el nacionalsocialismo. Nada. Cero. Null’, dice Lensing, policía de profesión y candidato de AfD en el distrito II. “No podemos olvidar nuestra historia, pero tampoco podemos permitir que la historia determine el aquí y el ahora”.

Acompaña a Lensing Stiv Nikolic, militante de base que se encarga de las redes sociales y que filma parte de la conversación. Es hijo de inmigrantes de Macedonia, él ya nació en Alemania y, del mismo modo que existe una nostalgia de la RDA, él transmite al hablar una vaga nostalgia de la República Federal Alemana, la RFA. “No diré que antes todo era mejor, pero...”, desliza. “En seguida encontrabas un trabajo. Podías construirte una vida. Crecí en seguridad. Podías salir a medianoche con 10 años y no pasaba nada. Ahora, un apuñalamiento aquí, un tiroteo ahí... Tengo tres hijas...”

Caminando junto a Lensing por una calle peatonal, Nikolic explica que su padre, si hubiese perdido el trabajo, se habría tenido que volver a su país. Asegura que no está en contra de la inmigración, pero quiere que a Alemania vengan profesionales cualificados. “Aquí tenemos personas con orígenes inmigrantes como el señor Nikolic, o de origen turco, que están plenamente integrados y también rechazan la situación actual”, señala Lensing bajo unas cámaras de la policía instaladas hace una semana para reforzar la seguridad en el barrio. “Dicen: ‘Vienen búlgaros y rumanos que hacen sus necesidades en la calle, lo ensucian todo, tiran la basura por la ventana, ningún político hace nada. Por eso vienen a nuestro partido. Son bienvenidos”.

Unos chavales observan la escena desde lejos, en la terraza de un kebab. Son búlgaros, dicen. Cuando se les menciona AfD, uno de ellos dice: “Son mierda”. ¿Por qué “mierda”? “¿Cómo que por qué?”, responde. “Quieren echar a todos los extranjeros”.

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