El ataque de Israel contra Irán deja todo abierto y preocupa al mundo árabe
El bombardeo israelí aleja la posibilidad de una guerra directa, pero mantiene sin resolver las tensiones de fondo y eleva la intensidad del intercambio de golpes
En una famosa cita de su principal ensayo, el gran teórico prusiano sobre la guerra, Carl von Clausewitz, la describía como “un duelo a mayor escala” y una “continuación de la política por otros medios” para “obligar al enemigo a cumplir con lo que uno desea”. Era el siglo XIX, cuando los conflictos bélicos eran muy distintos ―solo terrestres y entre ejércitos―, pero ya entonces advertía a políticos y generales de que “el acto juicioso más decisivo” era “reconocer a qué tipo de guerra entraban, sin equivocarse, ni intentar convertirla en algo distinto”. ...
En una famosa cita de su principal ensayo, el gran teórico prusiano sobre la guerra, Carl von Clausewitz, la describía como “un duelo a mayor escala” y una “continuación de la política por otros medios” para “obligar al enemigo a cumplir con lo que uno desea”. Era el siglo XIX, cuando los conflictos bélicos eran muy distintos ―solo terrestres y entre ejércitos―, pero ya entonces advertía a políticos y generales de que “el acto juicioso más decisivo” era “reconocer a qué tipo de guerra entraban, sin equivocarse, ni intentar convertirla en algo distinto”. Los bombardeos lanzados en la madrugada de este sábado por Israel contra 20 objetivos militares en Irán han dejado el dilema de Von Clausewitz sin respuesta y una sensación en el aire ―que preocupa sobre todo a los países árabes, como muestra la temprana reacción de Arabia Saudí― de que se ha evitado un conflicto abierto, pero la herida sigue sangrando.
Los ataques han sido, por un lado, históricos: los primeros reconocidos por otro Estado sobre territorio iraní desde la guerra que libró con el Irak de Sadam Husein en los ochenta, y notablemente más potentes que los de abril, en el primer round entre ambos países. Por otro, han dejado fuera las instalaciones nucleares y petrolíferas, como quería la Casa Blanca, y apostando por dar el asunto por concluido.
Al menos, hasta la próxima. La primera crisis, en abril, también se cerró en falso, con Irán aprovechando la contención de Israel en su represalia para justificar su falta de respuesta. Pero en julio, Israel mató en Teherán a su invitado a la toma de posesión presidencial, el dirigente de Hamás Ismail Haniya; y, en Beirut, al líder de su aliado Hezbolá, Hasán Nasralá. Entonces, llegó una nueva (y mayor) represalia, a la que ha respondido ahora Israel. El principal problema es que, cada vez que los bandos suben la apuesta para acabar en unas falsas tablas; más se agranda el fantasma de que conviertan en guerra abierta la que han mantenido desde hace décadas de manera interpuesta (Líbano, Siria, Gaza…) y también en la sombra, con asesinatos de científicos nucleares iraníes, ciberataques, bombardeos de cargamentos de armas o sabotajes a navíos.
Hamidreza Azizi, investigador del Instituto Alemán para Asuntos Internacionales y de Seguridad, con sede en Berlín, ve “un claro mensaje de Israel sobre las vulnerabilidades de Irán”, al “atacar con bastante facilidad los radares y las instalaciones de defensa” del país, pese “a las semanas de preparación y las informaciones de que Israel había telegrafiado sus intenciones”. Una advertencia de lo que podría suceder si, como dijo el portavoz militar israelí, Daniel Hagari, Teherán comete ahora “el error” de responder.
Uno de los riesgos es que Israel actúe con Irán como lo hizo con Hezbolá desde el 8 de octubre de 2023, cuando la milicia libanesa lanzó su primer proyectil contra objetivos israelíes y comenzó una guerra de baja intensidad en la que uno y otro fueron cruzando líneas rojas y testando sus respectivas capacidades y defensas antiaéreas. Hasta el mes pasado, cuando Israel detonó miles de buscas y walkie-talkies encargados por Hezbolá y luego mató a más de 550 personas en un solo día, iniciando una guerra para la que llevaba preparándose desde la anterior, en 2006.
En un análisis en el canal 12 de la televisión israelí, los expertos militares Amos Yadlin y Udi Evental destacan que su ejército demostró el sábado una “capacidad operativa reservada solo a las superpotencias”, con capacidad de sobrevolar otros países transportando grandes cantidades de armamento ofensivo y defensivo, realizando reabastecimiento aéreo de combustible y superando las defensas antiaéreas hasta bombardear objetivos a más de 1.400 kilómetros. Todo ello sin sufrir bajas. “Sin embargo”, añaden, “hay que recordar que el estamento político aún no ha traducido los logros militares en acuerdos que mejoren la situación estratégica de Israel y, en cualquier caso, no deberían quedar demasiado impresionados, especialmente cuando se trata de Irán, un país grande, con impresionantes capacidades de misiles, paciencia estratégica y voluntad de hacer sacrificios”.
El intercambio militar que mantienen los dos países es como un peloteo antes de un partido de tenis: nadie quiere golpear la bola demasiado fuerte, pero tampoco parecer un rival débil. El equilibrio es complicado, como reflejaba este sábado el comunicado de Teherán, en el que ―como suele suceder en el universo diplomático― lo más importante está en la segunda parte de la frase. Tras subrayar su “derecho y obligación” de responder al ataque israelí e insistir en que empleará todas sus “capacidades materiales y espirituales para proteger sus intereses de seguridad fundamentales”; el Ministerio de Exteriores se ha manifestado “consciente de sus responsabilidades con la paz y la seguridad regional”.
Es esta preocupación (y una sensación general de que la limitada respuesta israelí permite respirar de momento, pero no relajarse, y que las sangrientas invasiones de Gaza, y ahora de Líbano, hacen imposible avanzar hacia la distensión) la que ha movilizado de forma excepcional al mundo árabe. Los comunicados reflejan tanto su inquietud como sus reequilibrios de alianzas, que la intensidad bélica ha dejado en segundo plano.
Arabia Saudí, que estaba muy cerca de reconocer a Israel cuando el ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023 incendió la región y frenó el acercamiento, fue el primer país árabe en criticarlo. Riad, que ya venía desoccidentalizando su política exterior y acercándose a Irán, ha recurrido a un lenguaje inusualmente duro para expresar su “condena y denuncia” de los bombardeos y su “firme rechazo” a una escalada regional. En lo que hace años habría parecido ciencia-ficción, Riad y Teherán participaron juntos esta semana en maniobras militares en el mar de Omán.
También Emiratos Árabes Unidos, uno de los países con relaciones diplomáticas con Israel que más se ha puesto de perfil ante la sangría de sus “hermanos palestinos” en Gaza. Tal es su apuesta por los lazos con el Estado judío que sorprendió a propios y extraños en 2022, cuando su embajador estrechó la mano de Itamar Ben Gvir, el ministro ultra con el que pocos quieren posar (la UE canceló el Día de Europa en 2023 en Tel Aviv para que no tomase la palabra). Este sábado, consciente de las implicaciones regionales de una guerra total entre Israel e Irán cuando hay tropas estadounidenses desplegadas en el Golfo, ha “condenado con dureza los ataques” y expresado su “profunda preocupación por la continuada escalada y su impacto en la seguridad y estabilidad regional”. Su diplomacia ha pedido ejercer “la máxima contención y juicio para evitar el riesgo de una extensión del conflicto”.
O Egipto, cuya principal preocupación durante la presente crisis ha sido no encontrarse con centenares de miles de refugiados palestinos en el Sinaí que puedan desestabilizar su territorio, como sucedió en Jordania y Líbano hace medio siglo. El Cairo ha expresado su “grave preocupación por la acelerada escalada en Oriente Próximo” e insistido en que “la única forma de desescalar” es “alcanzar rápidamente” un acuerdo de alto el fuego en Gaza, por el que media de la mano de Qatar y de Estados Unidos.