La crisis en Oriente Próximo evidencia la menguada capacidad de presión de la Casa Blanca

El ataque iraní contra Israel hace saltar por los aires las últimas esperanzas de tregua a corto plazo

El presidente de EE UU, Joe Biden, y su homólogo israelí, Benjamín Netanyahu, en una reunión en Tel Aviv en octubre de 2023.Anadolu (Anadolu via Getty Images)

“Necesitamos un alto el fuego ya [en la frontera entre Israel y Líbano]”, insistía el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, el lunes en la Casa Blanca. Apenas horas después, Israel lanzaba su invasión “limitada” del sur de Líbano contra la milicia chií Hezbolá, respaldada por Irán. La secuencia se ha repetido una y otra vez en los últimos meses en Oriente Próximo: el Gobierno del primer ministro ...

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“Necesitamos un alto el fuego ya [en la frontera entre Israel y Líbano]”, insistía el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, el lunes en la Casa Blanca. Apenas horas después, Israel lanzaba su invasión “limitada” del sur de Líbano contra la milicia chií Hezbolá, respaldada por Irán. La secuencia se ha repetido una y otra vez en los últimos meses en Oriente Próximo: el Gobierno del primer ministro Benjamín Netanyahu ha ignorado sistemáticamente los llamamientos de Estados Unidos a la tregua… Sin grandes consecuencias por parte de Washington.

Poco más de 24 horas después de aquel llamamiento del presidente estadounidense, la perspectiva de cualquier posible acuerdo ha saltado definitivamente por los aires, cuando Irán ha lanzado un ataque con unos 200 misiles contra Israel en represalia por la invasión de Líbano y la muerte del líder de Hezbolá, Hasan Nasralá. Biden ha ordenado a sus Fuerzas Armadas que acudan en auxilio del aliado israelí.

Los últimos acontecimientos han echado por tierra las ambiciones estadounidenses desde que comenzó la guerra en Gaza hace casi un año: evitar que el conflicto se extendiera a otros puntos de Oriente Próximo y acabase arrastrando a otros participantes, muy específicamente Irán. Sus sucesivos intentos de presión para un alto el fuego temporal que condujese a una solución permanente han ido quedando en papel mojado. Especialmente a medida que se ha ido aproximadamente la fecha de caducidad del mandato de Biden, el 5 de noviembre. A partir de esa fecha, será el ganador de los comicios quien se hará gradualmente con las riendas del país y su política exterior durante los tres meses y medio de transición.

La pauta se ha acentuado en las últimas semanas, a medida que se han agravado las tensiones en la frontera libanesa. El jueves pasado, Estados Unidos lanzaba una propuesta de alto el fuego de 21 días para la Línea Azul, la línea de demarcación entre Israel y Líbano. El viernes, Israel hacía caso omiso. Un enardecido Netanyahu prometía, desde el estrado de la Asamblea General de la ONU, continuar los ataques de su país contra Hezbolá. Apenas horas más tarde, sin que Washington recibiera aviso previo, el Gobierno israelí daba luz verde a un ataque aéreo masivo en los suburbios al sur de Beirut que mató al líder de Hezbolá, en un paso que agravaba aún más las tensiones en la región.

En esta ocasión, la invasión israelí fue recibida en la Administración estadounidense con resignación, encogimiento de hombros o incluso aquiescencia. Israel sostiene que la acción es imprescindible para completar sus ataques aéreos de las últimas semanas y terminar de desarticular la capacidad de Hezbolá de atacar las poblaciones en el norte de su territorio, como la milicia chií ha hecho desde el comienzo de la guerra en Gaza. La crisis en la región ha desplazado a miles de personas en el norte de Israel y al 10% de la población libanesa.

“Consecuencias no deseadas”

El secretario de Defensa de EE UU, Lloyd Austin, habló con su homólogo israelí, Yoav Gallant, antes del comienzo de la ofensiva para declarar su acuerdo con la necesidad de desarticular la infraestructura de Hezbolá en el sur de Líbano y reiterar el respaldo de Washington a la defensa de Israel. En el Departamento de Estado, el portavoz Matthew Miller declaraba que “la presión militar puede, a veces, permitir la diplomacia”. Y añadía: “Por supuesto, la presión militar también puede llevar a errores de cálculo. Puede llevar a consecuencias no deseadas, y estamos en conversaciones con Israel sobre todos esos factores ahora mismo”.

La reacción estadounidense sobre Líbano es simultánea a su admisión de que no consigue progresos para llegar a un alto el fuego en el otro frente abierto en Oriente Próximo, la guerra en Gaza que está a punto de cumplir un año y es el gran factor que ha desencadenado las actuales hostilidades a lo largo de la Línea Azul. Los responsables de la milicia radical palestina Hamás, que controla Gaza, llevan semanas sin responder a los mediadores de Qatar y Egipto.

“No podemos conseguir una respuesta clara de Hamás sobre lo que están dispuestos a plantearse y lo que no se quieren plantear”, indicaba el portavoz Miller el lunes. Netanyahu, respaldado ahora por la población israelí, tampoco tiene ningún incentivo en hacer concesiones.

Las circunstancias no juegan a favor de Washington. Su posición se ve complicada por interrogantes en torno a quién está en condiciones de dar el sí a un acuerdo de alto el fuego. El líder de Hamás, Yahia Sinwar, permanece mudo. En las filas de Hezbolá no está claro quién puede ser el sucesor de Nasralá, el hombre que controló ese partido-milicia durante 30 años. Y el ataque masivo iraní de este martes contra Israel ha terminado de desvanecer cualquier esperanza de contención israelí.

Sobre todo, el tiempo corre en contra de la Administración Biden, que en sus últimas semanas de mandato se encuentra con una capacidad de influencia cada vez más disminuida.

“¿Por qué tendría que Israel aceptar una tregua de 21 días a cambio de vagas promesas de negociación encabezadas por una Administración en su ocaso? No veo razones por las que Israel tendría que estar terriblemente interesado”, apuntaba antes de la invasión israelí y el ataque iraní el exembajador estadounidense en la zona, David Hale, ahora en el think tank Wilson Center.

El hecho de que Biden haya evitado hasta el momento imponer las principales herramientas de presión de las que dispone contra Israel también ha contribuido a que los llamamientos estadounidenses hayan quedado desoídos.

“Estados Unidos ha sido renuente a imponer ningún coste o consecuencia” a las políticas que ha seguido Israel, apunta Aaron David Miller, antiguo enviado estadounidense para Oriente Próximo y ahora en el think tank Carnegie Endowment for International Peace. Biden siempre ha matizado cualquier asomo de crítica hacia su aliado con profusas declaraciones de apoyo a la seguridad de Israel y el derecho de ese país a defenderse.

“La diplomacia es de una importancia fundamental, pero la diplomacia requiere urgencia. Es la falta de urgencia que sienten los dos responsables de tomar decisiones [Israel y Hamás en Gaza] lo que ha impedido que la Administración estadounidense cierre lo que es un acuerdo muy posible”, considera Miller, en una videoconferencia organizada por el Consejo de Relaciones Exteriores. Según este experto, “cuando se han dado pasos adelante en la región ha sido cuando ha habido líderes dueños de sus decisiones políticas, no prisioneros de sus ideologías que no se pelean a cada paso con Estados Unidos”.

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