Los países árabes critican ante Borrell el apoyo occidental a Israel
El jefe de la diplomacia europea denuncia en la sede de la Liga Árabe, en El Cairo, que quienes libran la guerra de Gaza “no tienen ningún interés en ponerle fin” porque “su intransigencia va acompañada de una total impunidad”
La Liga Árabe da inicio ceremoniosamente a su sesión 162 del consejo ministerial de Exteriores, que celebra dos veces al año en su sede en la famosa plaza Tahrir de El Cairo, desde donde se forzó la caída del dictador Hosni Mubarak durante la Primavera Árabe, menos lejana en el calendario (2011) que en el entusiasmo que despertó en las calles. Son otros tiempos y los discursos se suceden, con denuncias del “genocidio” israelí en Gaza, el término que van usando los orad...
La Liga Árabe da inicio ceremoniosamente a su sesión 162 del consejo ministerial de Exteriores, que celebra dos veces al año en su sede en la famosa plaza Tahrir de El Cairo, desde donde se forzó la caída del dictador Hosni Mubarak durante la Primavera Árabe, menos lejana en el calendario (2011) que en el entusiasmo que despertó en las calles. Son otros tiempos y los discursos se suceden, con denuncias del “genocidio” israelí en Gaza, el término que van usando los oradores, uno tras otro. El ministro de Exteriores de Yemen, Shaya Zindani, pide una “posición unida árabe”; el de Turquía (invitado tras 13 años de ausencia), Hakan Fidan, lamenta ver “las consecuencias de la impunidad” de anteriores ofensivas; y el presidente de la Liga Árabe, Ahmed Aboul Gheit, carga contra la comunidad internacional por su “incapacidad para detener” casi un año de “genocidio y limpieza étnica”. “No voy a edulcorarlo. O el mundo no quiere presionar a la ocupación o es incapaz de detener estas acciones”, agrega. Las palabras son duras, con una idea, más o menos explícita, en las intervenciones: Occidente es, como mínimo, cómplice de los casi 41.000 muertos, la devastación y la crisis humanitaria en Gaza por su apoyo político y armamentístico a Israel frente a los “hermanos” palestinos.
Uno de los representantes de ese Occidente, Josep Borrell, sube al estrado. Lidera la diplomacia de la Unión Europea, que tiene un acuerdo de asociación con Israel de régimen comercial preferencial y tardó meses en pedir un alto el fuego permanente (sin incluir palabras como “pausa” o “humanitaria”), para conjugar 27 miradas diferentes ―por historia y tradición diplomática― al conflicto de Oriente Próximo. Las diferencias van de Irlanda o España, que ha reconocido al Estado palestino y se ha sumado a la causa de genocidio contra Israel; hasta Hungría o República Checa, que frenaron el mes pasado una propuesta de Borrell de sancionar por discurso de odio a dos ministros ultras israelíes: Itamar Ben Gvir (cuya cartera incluye las cárceles, con decenas de presos palestinos muertos y testimonios de maltrato sistemático desde octubre de 2023) y Bezalel Smotrich, para quien matar de hambre a los más de dos millones de gazatíes “podría ser justo y moral” mientras Hamás siga teniendo rehenes israelíes en la Franja.
“Todo se ha dicho sobre la situación: los hechos y las cifras están ahí”, declara Borrell antes de preguntar retóricamente por qué no ha cuajado un alto el fuego tras más de 11 de meses de guerra: “Sencillamente, porque quienes libran la guerra no tienen ningún interés en ponerle fin. Por eso, solo fingen. Cada vez menos y menos, porque, como se ha visto, su intransigencia va acompañada de una impunidad total. Si los actos no tienen consecuencias, si se siguen ignorando las violaciones flagrantes del derecho internacional, si instituciones como el Tribunal Penal Internacional están amenazadas, si los fallos del Tribunal Internacional de Justicia son totalmente ignorados por quienes promueven un orden basado en normas, ¿en quién se puede confiar?”.
No emplea términos como genocidio ni limpieza étnica. Y exhorta a la sociedad civil árabe a seguir hablando con la israelí, “particularmente en este contexto”. “Está profundamente dividida y traumatizada” por el ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023 y no es sinónimo del Gobierno de Benjamín Netanyahu, insiste. “Condenar al ostracismo a la sociedad israelí solo sirve para reforzar el complejo de Masada”, asegura, aludiendo a la famosa fortaleza junto al mar Muerto en la que un grupo de rebeldes judíos resistió ―y prefirió suicidarse a ser capturado― el asedio de las legiones romanas hace dos milenios y que el movimiento sionista ha convertido en símbolo de resistencia, al estilo de Numancia en España.
Es un llamamiento que difícilmente harían quienes le escuchan, pese a que la Liga Árabe dista de ser la de los famosos tres noes (a la paz, a la negociación y al reconocimiento de Israel) en Jartum, tras la abrumadora victoria israelí en la guerra de los Seis Días de 1967 y tiene desde hace dos décadas una propuesta sobre la mesa para reconocer en bloque a Israel a cambio de que ponga fin a la ocupación y cree un Estado palestino.
Pero, sin ser el tono de los representantes árabes, difiere del de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen; o de los circunloquios y balbuceos ―que encienden las redes sociales y grupos de Telegram en el mundo árabe― de los portavoces del Gobierno estadounidense antes las preguntas sobre la actuación de Israel en Gaza y Cisjordania. Borrell, de hecho, ha tenido que renunciar a incluir el Estado judío en esta gira por Oriente Próximo porque el ministro de Exteriores, Israel Katz, no iba a recibirle.
Dos actos del alto representante este martes en El Cairo muestran tanto el enfado árabe hacia Occidente, por el doble rasero con que trata a Israel, como las contradicciones que arrastra. El primero fue la rueda de prensa con el ministro egipcio de Exteriores, Badr Abdelatty. Un periodista egipcio preguntó al jefe de la diplomacia comunitaria: “En Rafah, usted declaró que su capacidad para presionar a Israel es limitada. No esperábamos oír esto de la UE, dada la cantidad de relaciones económicas, políticas y militares [...] con Israel. ¿Es eso también lo que piensa decir en el Líbano? ¿Solo buenos deseos y condenas?”
“Nadie puede decir que lo que estamos haciendo en la región son solo buenos deseos”, respondió Borrell. “Somos el mayor donante a la Autoridad Nacional Palestina. No son deseos, son millones de euros. Hemos sido el mayor donante para apoyar a la población humanitaria en Gaza […] Pero al mismo tiempo, sabe muy bien que esta cuestión es muy divisiva dentro de la UE. Y tengo que representar una posición común que, en algunos casos, es difícil de conseguir”.
Abdelatty se había pronunciado en la rueda de prensa en términos similares a los de Borrell. Egipto, que ve con recelo las protestas en solidaridad con Palestina por si ponen en peligro su control de la calle con mano de hierro, es de hecho uno de los únicos cinco países árabes que reconoce a Israel. Tiene cero simpatía por Hamás y, pese a las evidentes tiranteces y amenazas veladas de que denunciaría el acuerdo de paz de 1979 si Israel invadía Rafah (como acabó sucediendo en mayo), no ha retirado siquiera a su embajador en Tel Aviv. Algo que, en el mundo árabe, también se comenta en foros y redes.
El otro acto muestra cómo la invasión de Gaza ha ahondado la herida del mundo árabe-musulmán con Occidente. Ahmed Al Tayeb, el gran imán de la mezquita Al Azhar, cuya universidad es una institución en el Islam suní, lanzó varias preguntas a Borrell: “¿Hay alguien que pueda ayudar a acabar con este genocidio, y quién sería?”, “¿Hay esperanzas de que los países que están exportando armas a Israel vayan a parar?”, “¿Pueden aquellos que mandan condolencias por los muertos en Gaza convertirlo en acciones?”.
El alto representante recordó que lleva “mucho tiempo” diciendo a quienes creen que ha muerto “demasiada gente” en Gaza (una frase que suelen usar los portavoces en la Casa Blanca y el Departamento de Estado de EE UU) que la solución pasa por mandar “menos armas”. También que dejar de enviar armas a Israel es una competencia nacional que “la UE no puede imponer” y que nunca había visto que dividiera tanto a los Veintisiete. “Netanyahu no está escuchando a nadie. La única forma es poner presión”, añade.
―¿Qué tipo de presión?
―Buena pregunta. Una cosa es lo que me gustaría hacer y otra lo que los países aprueben hacer […]. Como usted está decepcionado, yo estoy decepcionado.
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