David Cameron o la ilusión de creer que lo peor del Brexit ya ha pasado
El ministro británico de Asuntos Exteriores y responsable del referéndum de salida de la UE ensalza la nueva relación del Reino Unido con sus vecinos del continente
No es arrogancia ni maldad. Es esa habilidad que cierta clase alta británica tiene para evitar cualquier cargo de conciencia —la felicidad es una combinación de buena salud y mala memoria— y para asumir que siempre hay alguien detrás que barrerá la basura que dejan por el camino. David Cameron, el político que provocó el divorcio del Reino Unido de la Unión Europea y metió a su país en un sumidero que se ha prolongado ya casi una década, caminaba entre las cámaras de televisión y los fot...
No es arrogancia ni maldad. Es esa habilidad que cierta clase alta británica tiene para evitar cualquier cargo de conciencia —la felicidad es una combinación de buena salud y mala memoria— y para asumir que siempre hay alguien detrás que barrerá la basura que dejan por el camino. David Cameron, el político que provocó el divorcio del Reino Unido de la Unión Europea y metió a su país en un sumidero que se ha prolongado ya casi una década, caminaba entre las cámaras de televisión y los fotógrafos este jueves con aplomo y una salud aparentemente de hierro. Había acordado ofrecer una comparecencia con preguntas a la Asociación de la Prensa Extranjera en Londres. Hay más corresponsales en esta ciudad que en Bruselas.
Era probablemente la única oportunidad de hablar del Brexit en una campaña electoral en la que tanto el candidato conservador, Rishi Sunak, como el laborista, Keir Starmer, se han conjurado para no dedicar un solo minuto de su tiempo al asunto que más ha emponzoñado la política británica. La respuesta de Cameron era sorprendente por su mezcla de ingenuidad y cinismo.
“Creo que lo que está yendo bien es el rediseño de un nuevo modelo de relación en el que somos amigos, vecinos y aliados de la UE sin necesidad de ser miembros. El ejemplo más claro ha sido la colaboración respecto a Ucrania”, defendía el político cuando le exigían de nuevo un balance de los últimos ocho años.
“No he cambiado de opinión”
“He dedicado mucho tiempo a pensar sobre este asunto, a pensar sobre la política, y sobre el ascenso de determinadas fuerzas [en relación con la derecha populista de Nigel Farage], no solo en el Reino Unido, sino en todo el mundo”, reflexionaba Cameron en un discurso ensayado una y mil veces, que le sirvió incluso para dotar de justificación unas memorias, For The Record (Para que Conste) con las que obtuvo pingües beneficios. “Una vez que perdimos el referéndum, hice lo correcto al dimitir y no he cambiado de opinión en absoluto”, explicaba.
Tuvo la suerte Cameron de que el actual primer ministro, Rishi Sunak, le ofreciera la cartera de Exteriores justo después de que empezaran a suavizarse las relaciones entre Londres y Bruselas, después de los años conflictivos de los exmandatarios Boris Johnson y Liz Truss, que estuvieron a punto de derivar en una guerra comercial entre los dos bloques. El Reino Unido reventó unilateralmente todo lo acordado en el llamado Protocolo de Irlanda, que incorporó al territorio norirlandés dentro del mercado interior y el espacio aduanero de la UE. Era un modo de preservar la paz en la región y encajarla en la era post-Brexit, pero el Gobierno conservador se dejó llevar por el radicalismo unionista y amenazó incluso con incumplir sus obligaciones internacionales.
Sunak y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, lograron enderezar una situación envenenada con el llamado Acuerdo Marco de Windsor, firmado en esa localidad inglesa. Cameron ha elogiado ese pacto, el primer esfuerzo serio por poner cordura a un enfrentamiento diplomático endiablado, como una muestra de lo bien que, según él, han ido últimamente las cosas.
“La parte europea de mi trabajo como ministro de Asuntos Exteriores ha sido la más clara y la más tranquila, porque creo que este nuevo modelo entre amigos y socios, no entre miembros de la UE, está funcionando (...). Es una relación de trabajo constructiva y fructífera, ya se trate de negociar los vehículos eléctricos, los servicios financieros o la reincorporación del Reino Unido al programa científico Horizonte”, ha presumido Cameron.
Nada que señalar respecto a las continuas fricciones en las aduanas, las decenas de empresas exportadoras británicas que han acabado quebrando o la pérdida de talento de empresas y servicios públicos con la espantada de los ciudadanos europeos y el fin de la libertad de movimientos.
Hasta el resurgir de la derecha populista de Nigel Farage, la persona que impulsó el Brexit y ahora resucita el discurso xenófobo y contrario a la inmigración con el partido Reform UK, es visto por Cameron como un mero inconveniente electoral: “Sospecho que las cosas a las que sus votantes aspiran —impuestos más bajos, menos inmigración y una política de defensa fuerte— son exactamente las que un Gobierno del Partido Conservador puede llevar a cabo. Así que, a no ser que quieran acabar en manos de un Gobierno laborista que no hará nada de eso, lo mejor que pueden hacer es votarnos a nosotros”, ha dicho el ministro de Exteriores, encantado de haber sido redimido por los suyos y de recuperar el primer plano en la escena política.
Su foto junto a Emmanuel Macron, Joe Biden y Olaf Scholz en las playas de Normandía la semana pasada, para conmemorar el 80º aniversario del desembarco aliado en la II Guerra Mundial, supuso un desastre para Sunak, que recibió un aluvión de críticas por ausentarse del acto. A nadie pareció sorprender que posara junto a los líderes mundiales el responsable de que el Reino Unido se hubiera convertido en los últimos años en un problema internacional más que en un aliado fiable.
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