El coordinador de la morgue en Derna: “Necesitamos psicólogos para lidiar con este trauma”
El material médico y la ayuda humanitaria empieza a llegar a Libia, donde las inundaciones han causado ya 20.000 víctimas, entre muertos y desaparecidos
El doctor Anas Bargheti, coordinador de la morgue de Derna (Libia), ha trabajado en condiciones terribles desde la madrugada del lunes. “Hemos pasado unos días muy difíciles, rodeados de muchos cuerpos, sin electricidad, sin refrigeradores, sin comunicaciones y con un olor terrible”, asegura el médico. “Era un desastre. Pero ahora la situación empieza a mejorar”. Durante casi una semana, Barghet...
El doctor Anas Bargheti, coordinador de la morgue de Derna (Libia), ha trabajado en condiciones terribles desde la madrugada del lunes. “Hemos pasado unos días muy difíciles, rodeados de muchos cuerpos, sin electricidad, sin refrigeradores, sin comunicaciones y con un olor terrible”, asegura el médico. “Era un desastre. Pero ahora la situación empieza a mejorar”. Durante casi una semana, Barghethi ha estado a cargo del lugar en que se han ido almacenando los cuerpos que se iban recuperando bajo los escombros y en la orilla del mar tras el paso por Libia de la tormenta Daniel. El pasado jueves, ante el riesgo de un pandemia de cólera, el Ministerio de Salud decidió que no se iban a conservar más cadáveres. Desde entonces, en cuanto se encuentran los restos de las víctimas, se les toma una prueba de ADN y son enterrados.
Las inundaciones han causado ya 20.000 víctimas, entre muertos y desaparecidos, según las estimaciones de las autoridades. “Mi mayor miedo era que en los próximos meses pudiéramos sufrir focos de enfermedades contagiosas. Pero la llegada de apoyos internacionales con experiencia en este tipo de escenarios nos ha tranquilizado. Estamos recibiendo material médico y medicamentos de todos los centros de salud de Libia y de otros países. Lo que nos falta ahora son vacunas”. Bargheti no puede perder un segundo. Desde hace una semana, apenas ha dormido unas pocas horas, como atestigua la sombra roja de sus ojos. Su mayor preocupación es el impacto psicológico de esta crisis humanitaria entre los supervivientes.
“En los primeros días veíamos que la gente no lloraba. Estaban en estado de choque, en estado de negación, incluidos los niños. Necesitamos psicólogos para ayudarles a lidiar con esta trauma”, concluye, antes de subirse a una ambulancia y conducirla hasta el Hospital Universitario, en el que también están atendiendo a los damnificados por la riada que arrasó una parte de Derna, después de que dos represas colapsaran por un mantenimiento deficiente y unas lluvias torrenciales.
En la entrada del centro hospitalario, dos jóvenes son atendidos en camillas. Uno de ellos ha sufrido un aplastamiento del vientre por la caída de parte de un edificio dañado por la inundación. El otro, se rompió la pierna. “Ya apenas llegan heridos. Fueron todos tratados. El mayor problema ahora es el estado psicológico de una población que lo ha perdido todo: familiares, vecinos, casa, trabajo, todo. Sabemos que la salud mental es siempre una cuenta pendiente, pero en este contexto es crucial”, expone el doctor Arkham Omer Melkauri, coordinador de la respuesta a la emergencia humanitaria en este complejo médico.
Sentados junto a sus casas
Un recorrido por el centro de Derna confirma los temores de Bargheti y de Melkauri. Hombres como Faisal permanecen sentados durante horas junto a lo que fue su casa. “Cuando comenzó la inundación, mi mujer y yo fuimos subiendo, con mi hija de dos años y nuestro bebé de dos meses, planta por planta hasta la quinta, donde se encuentra la azotea. Desde allí vimos cómo se morían muchos de nuestros vecinos”, relata, con voz queda.
“Los edificios desaparecían de nuestro alrededor. En esa casa de enfrente vivían nuestros grandes amigos. Han muerto todos. Eran una familia de siete miembros”. Faisal ha pasado dos días buscándoles entre los escombros hasta darse por vencido. Imagina que, como cientos de personas, acabaron arrastrados hasta el mar. “Tenían un bebé de dos meses. No puedo pensar en otra cosa que en ellos”. Faisal llegó a Libia hace 10 años huyendo de la guerra en Siria.
A su alrededor, otros hombres arrastran sus pies, calzados con chanclas, llenos de barro. Buscan algo que salvar de entre las ruinas. Mohammed ha conseguido encontrar un bolso con documentos de la familia. Pero lo que más le ha aliviado ha sido coger algunos bolsos de plástico y tarros de perfume de juguete de sus hijas. Hasta hace una semana, se ganaba la vida conduciendo un camión que, como casi todo en esta zona céntrica de la ciudad, también ha desaparecido. Ahora encomienda a Dios su futuro y el de su familia.
Le escucha atento Abd Al Razeq, quien ha perdido a su padre y a toda su familia paterna, con la que vivía. “Mi madre está con una conocida a las afueras de Derna. Y yo me paso el día deambulando por aquí por si puedo ayudar a alguien. Duermo en cualquier sitio, donde me invitan mis amigos y conocidos”, explica con un tono autómata. Si hay algo que tiene la necesidad de decir es esta súplica: “Siempre supimos que nuestra ciudad estaba levantada sobre el canal de las represas y que eso era muy peligroso. Ahora que se tiene que reconstruir, pido a los ingenieros que presten atención a la seguridad”. Mirando alrededor cuesta imaginar que una catástrofe de estas dimensiones pueda repetirse.
En la calle colindante, un camión avanza expulsando un humo blanco destinado a desinfectar el aire y tapar el olor a descomposición. El efecto apenas dura unos segundos. De hecho, a la entrada de la ciudad y en varios puestos de control, los militares reparten mascarillas y ordenan a los viandantes que las usen.
Búsqueda internacional
En una esquina, jóvenes voluntarios de la Cruz Roja descansan tumbados sobre una montaña de tierra cribada, mientras excavadoras recién llegadas a la ciudad retiran los escombros que bloquean los accesos a los edificios. Equipos de salvamento y rescate de numerosos países supervisan el trabajo de las máquinas por si encuentran nuevos cuerpos. Tras una semana trabajando a destajo, Derna ha empezado a dejar de ser una gran fosa común.
Decenas de vehículos tipo picap trasladan, de una parte de la ciudad a otra, a hombres y mujeres migrantes del África subsahariana empleados para realizar labores de limpieza y de recogida de basura. En las rotondas, hombres exhaustos se agolpan para conseguir comida, ropa, mantas y agua en los repartos de la ayuda humanitaria que empieza a llegar a todos los barrios de la ciudad. Apenas hay mujeres, y las pocas que se acercan a esos puntos, no pueden o no quieren hablar. Son los hombres que las acompañan los que prestan su testimonio.
En la costa, los equipos de rescate cada vez tienen más problemas para recuperar los restos de las víctimas de esta catástrofe humanitaria. Aunque helicópteros y drones del Ejército rastrean continuamente el litoral, su avanzado estado de descomposición dificulta la recogida a la vez que aumenta el riesgo de contagio de enfermedades. Una semana después de que la tormenta Daniel lo cambiase todo en esta zona de Libia, el mar de Darne sigue siendo de un color marrón oscuro, casi negro.
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