Irlanda del Norte cumple 25 años de paz y amnesia agitados por el Brexit

La generación de jóvenes surgida desde el Acuerdo de Viernes Santo ve las décadas de conflicto sangriento como algo ajeno y parte de la historia

Soldados británicos ayudan a evacuar heridos en el cuartel general del ejército inglés en Lisburn (Irlanda del Norte), tras un atentado del IRA en octubre de 1996.

En la pequeña ciudad de Armagh, cerca de la frontera que separa Irlanda del Norte de la República de Irlanda, hay dos catedrales dedicadas a San Patricio, el santo patrón de la isla, que se miran una a la otra desde sus respectivas colinas, y preservan con recelo mutuo 25 años de paz y de amnesia. Desde el centro urbano, dos señales que el visitante debe descifrar indican la dirección para llegar a una u otra: Cathedral (COI) y Cathedral (RC). Es decir, la catedral de la Iglesia de Irlanda (Church Of Ireland, anglicana) y la catedral católica romana (Roman Catholic).

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En la pequeña ciudad de Armagh, cerca de la frontera que separa Irlanda del Norte de la República de Irlanda, hay dos catedrales dedicadas a San Patricio, el santo patrón de la isla, que se miran una a la otra desde sus respectivas colinas, y preservan con recelo mutuo 25 años de paz y de amnesia. Desde el centro urbano, dos señales que el visitante debe descifrar indican la dirección para llegar a una u otra: Cathedral (COI) y Cathedral (RC). Es decir, la catedral de la Iglesia de Irlanda (Church Of Ireland, anglicana) y la catedral católica romana (Roman Catholic).

El corazón del cristianismo irlandés apenas cuenta con 16.000 almas, frente a los casi 1,9 millones de habitantes de Irlanda del Norte. Durante las tres décadas de aquel conflicto sectario y sangriento conocido con el eufemismo de The Troubles (los problemas), de las 3.488 muertes que se produjeron, Armagh sufrió 86, una proporción más que suficiente. Este lunes se celebra un cuarto de siglo del Acuerdo del Viernes Santo —Acuerdo de Belfast, como prefieren llamarlo los protestantes— que puso fin a tanta violencia en 1998.

“Todavía es necesario que cicatricen algunas heridas entre las dos comunidades. Cada familia tiene historias de alguien a quien dispararon o asesinaron los del otro bando, y ese dolor se sigue sintiendo. Es necesario curarlo en ambos lados. Pero nosotros no vivimos esa experiencia. Para mí, a veces, es como una película. No parece que fuera algo real, porque hoy no sentimos en absoluto que lo sea”, cuenta Ben, de 23 años. Ha puesto en marcha hace unos meses el Café Soujourn, un pequeño local decorado con gusto, con diferentes tipos de café y cruasanes recién hechos, no muy diferente a los cafés que pueden encontrarse en el londinense barrio chic de Chelsea.

Ben, propietario del Café Soujourn, en Armagh.Rafa De Miguel

“Es un buen lugar para vivir, con bastantes concesionarios de coches, con buenas casas que cuestan entre las 200.000 y el millón de libras esterlinas [entre 225.000 y 1,1 millones de euros] y un montón de colegios”, presume Matthew, de 22 años, mientras enseña al cliente una de las dos botellas de Vega Sicilia Unico, el legendario vino español, que tiene la tienda donde trabaja.

—¿Y ningún recuerdo de la violencia sectaria de hace 25 años?

—“No en mi caso, afortunadamente”, responde.

El padre de Matthew se alistó en el ejército del Reino Unido y le tocó patrullar la región durante los años del conflicto. En la jerga de entonces, se conocía al condado de Armagh como la “milla asesina” (Murder Mile). Los miembros del IRA se movían a sus anchas por un terreno rural, sinuoso y cercano a la frontera protectora de la república. Los soldados se desplazaban por la zona en helicóptero. Moverse por tierra era demasiado arriesgado. Había señales irónicas en la carretera que decían Sniper at Work (francotirador trabajando) y mostraban la silueta de un encapuchado con metralleta y puño en alto.

“No les queda ni el menor de los recuerdos. Les pasa a mis dos hijos. El mayor nació en 1994, el año en que el IRA anunció el alto el fuego”, se lamenta Jeffrey —como otros muchos, accede a hablar pero rechaza por instinto decir su apellido—, el administrativo del Ulster Gazzette, el periódico local de mayor circulación en el condado, con apenas cinco personas en plantilla. “Saben lo que ocurrió, claro, porque se lo han contado. Pero no tienen memoria de nada… Cuando hace unas semanas intentaron matar a ese policía en Omagh y todo el mundo se conmocionó me acordé de que ese era el día a día cuando nosotros éramos jóvenes”, reflexiona.

Jeffrey se refiere a lo ocurrido el pasado 22 de febrero, cuando el agente John Caldwell, fuera de servicio y vestido de paisano, recogía en el maletero de su coche unos balones de fútbol, después de entrenar a un grupo de niños en el polideportivo de Omagh, a 57 kilómetros de Armagh. Fue tiroteado delante de su hijo. Resultó herido de gravedad. La policía centró sus pesquisas en el llamado IRA Real, una escisión marginal de la organización terrorista que se mantiene activa.

Víctimas y sobrevivientes del conflicto de Irlanda del Norte en Killough, el 7 de abril. Liam McBurney (AP)

“Claro que hay destellos de lo fácil que resulta volver atrás, lo vimos en ese intento de asesinato”, señala Sandra Peake, la directora ejecutiva de WAVE. En su día, el acrónimo respondía a Widows Against Violence Empower (Empoderamiento de las Viudas contra la Violencia), un grupo de ocho mujeres de ambos bandos que perdieron a sus parejas durante el conflicto. Hoy es la mayor organización de apoyo a las víctimas de la violencia en Irlanda del Norte. Su sede de Armagh se esconde en una callejuela del centro, pero las actividades y eventos se extienden por todo el condado. “Es innegable que se han producido cambios positivos que han tenido un profundo efecto psicológico y han afectado al modo en que se sienten las personas. El Acuerdo de Viernes Santo fue un giro radical, porque la gran dificultad para muchas víctimas radicaba en que gran parte de lo ocurrido fue ocultado, y solo con el tiempo ha ido saliendo a la luz”, señala Peake. “Pero sigue habiendo grupos paramilitares operativos, en ambos bandos, que pueden poner en peligro todo lo conseguido”, advierte.

El “legado” y el protocolo

Un cuarto de siglo después del acuerdo, la paz parece consolidada. La reconciliación de las dos comunidades, sin embargo, nunca terminó de llegar. Y dos asuntos —uno del pasado, el otro del futuro— remueven en los últimos años el avispero norirlandés. El Gobierno conservador de Boris Johnson impulsó el proyecto de Ley para Los Problemas (Legado y Reconciliación) de Irlanda del Norte, con el que Londres pretendía atemperar la revisión judicial de 30 años de violencia, al conceder inmunidad a los acusados de ambos bandos que colaboraran con la Comisión para la Reconciliación y Recuperación de Información. Aunque el propósito claro era proteger a los exmilitares que hacían frente a procesos penales por su actuación durante los años del conflicto, el proyecto indignó a los familiares de víctimas republicanas y protestantes.

“El Acuerdo de Viernes Santo fue un logro extraordinario, pero también un compromiso en el que se debe seguir trabajando. Quedan partes fundamentales por desarrollar, como todo lo referente a derechos humanos e igualdad”, matiza, entre tanto entusiasmo por el aniversario, el profesor Colin Harvey, de la Facultad de Derecho de la Queen´s University, en Belfast. “La postura que ha adoptado el Gobierno británico en todo lo que hace referencia al legado [la memoria de los años de violencia y sus consecuencias] ha sido profundamente contraproducente. No ha ayudado en absoluto”, acusa Harvey. “El proceso de paz está asegurado, pero el discurso antiprotocolo utilizado estos últimos años ha sido profundamente irresponsable”, recuerda.

Bloqueo institucional ante la “traición”

El profesor Harvey se refiere al Protocolo de Irlanda, el tratado firmado entre Londres y Bruselas para encajar el territorio norirlandés en la era post-Brexit. Ese es el asunto del futuro —y del presente— que ha agitado la estabilidad lograda. El principal partido protestante, el Partido Unionista Demócrata (DUP, en sus siglas en inglés) consideró desde el primer momento aquel pacto, que retenía a Irlanda del Norte dentro del mercado interior de la UE, una traición del Gobierno británico (también dirigido en ese momento por Johnson). Desde entonces, mantiene bloqueadas las instituciones autónomas de Gobierno de la región y utiliza como herramienta de presión el “principio de consentimiento” establecido en el acuerdo de paz. Supone que cualquier avance político debe contar con el respaldo de las dos comunidades, aunque el voto de los últimos años ha dejado claro que hay una “tercera comunidad”, moderada y ajena al rencor, que sufre principalmente esa congelación administrativa.

“El acuerdo de paz no resolvió un problema arrastrado durante décadas, como es la existencia de dos comunidades con ideas opuestas sobre el país al que pertenece Irlanda del Norte. Se confió en que, al imponer la paz y garantizar los derechos de ambos bandos, podrían aparcarse esas cuestiones existenciales durante un par de generaciones y lograr que emergiera en ese tiempo una sociedad más normal. Y más o menos funcionó. Hasta que llegó el Brexit”, explica a EL PAÍS el escritor Fintan O’Toole, cuyo libro We Don´t Know Ourselves. A Personal History of Ireland Since 1958 (No nos conocemos. Una historia personal de Irlanda desde 1958) recuerda que la historia de la isla es común a todos sus habitantes.

“Había sectarismo y tensión, pero también un espacio compartido facilitado por el hecho de que Irlanda y el Reino Unido formaban parte de la Unión Europea”, recuerda O´Toole. “La idea de sacar de la UE a Irlanda del Norte [aunque siga dentro del espacio aduanero] en contra de la voluntad democrática de su población [un 55,8% votó a favor de la permanencia] ha reflotado a la superficie todas esas cuestiones. Ha animado a los unionistas a retomar el nacionalismo británico más crudo y a los republicanos a responder con una mayor ansia de urgencia respecto a la futura reunificación de la isla”, resume el escritor.

Él y muchos otros observadores de la situación norirlandesa confían, sin embargo, en que el globo del Brexit se desinfle y la política recupere el pragmatismo necesario para dotar de estabilidad a la región. Estados Unidos ha estado pendiente en los últimos años en todo lo referente a la tensión creada en torno al protocolo. El buen oficio del primer ministro británico, Rishi Sunak, que ha logrado, aparentemente, reconducir el conflicto con Bruselas con el llamado Acuerdo de Windsor ha acabado por convencer a Washington. Y el presidente Joe Biden, de ascendencia irlandesa, se pasará por Irlanda del Norte este martes para participar en las celebraciones.

No está previsto que Biden ponga un pie en Armagh, donde el aniversario no tendrá la misma relevancia que en Belfast. Ni parece que haya muchas ganas de recordar. En el Mercado de Shambles, colocado estratégicamente entre las dos catedrales, Kevin, un católico de 60 años, distribuye las flores que ha cultivado y quiere vender esa mañana. “Siempre va a haber gente que busca bronca y reavivar viejas tensiones. Pero en general todo ha cambiado a mejor”.

—¿Cuál es la memoria de esos años?

—Recuerdo sobre todo el camino al colegio. Controles policiales. Bombas. Tiroteos. Todo eso son ya recuerdos muy distantes.

Kevin (izquierda) ordena sus flores en el Mercado de Shambles, en Armagh. Al fondo, la catedral católica de San Patricio.Rafa De Miguel

Mientras reparte las cajas de flores por el suelo, un grupo de escolares uniformados, ruidosos y acelerados, se dirige al Colegio de San Patricio, pegado a la catedral católica. En Armagh también hay escuelas mixtas, para integrar a los alumnos, pero como ocurre en el resto de Irlanda del Norte, 25 años no han puesto todavía fin a la mentalidad del “juntos pero no revueltos”.

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