De manifestantes en Irán a guerrilleras en las montañas del Kurdistán iraquí
Kurdas iraníes exiliadas por las protestas tras la muerte de Mahsa Amini toman las armas en milicias ‘peshmergas’ para combatir al régimen de Teherán
Forman cinco filas perfectas. Algunas mujeres sostienen la bandera kurda tricolor. Todas portan un fusil AK-47 en la espalda y cuando la comandante da la orden, empiezan las maniobras mientras gritan consignas a favor de un Estado kurdo independiente. Terminada la instrucción, corren de una en una hacia la ladera de la montaña, donde se refugian cada día antes de que se ponga el sol. Cada noche, en un sitio distinto. Antes de que la Guardia Revolucionaria de Irán (CGRI) les lanzara varios misiles, como represalia por las ...
Forman cinco filas perfectas. Algunas mujeres sostienen la bandera kurda tricolor. Todas portan un fusil AK-47 en la espalda y cuando la comandante da la orden, empiezan las maniobras mientras gritan consignas a favor de un Estado kurdo independiente. Terminada la instrucción, corren de una en una hacia la ladera de la montaña, donde se refugian cada día antes de que se ponga el sol. Cada noche, en un sitio distinto. Antes de que la Guardia Revolucionaria de Irán (CGRI) les lanzara varios misiles, como represalia por las protestas desatadas en el Kurdistán iraní por la muerte de Mahsa —o Jina, el nombre kurdo con el que la llamaba su familia— Amini, vivían en una pequeña agrupación de viviendas blancas adosadas a los pies de la montaña, a 40 minutos de la carretera que conecta las ciudades de Erbil y Koya, en el Kurdistán iraquí. Pero se convirtieron en un blanco fácil, y después del ataque, abandonaron el lugar. Ahora, cambian de localización a diario para evitar ser identificadas por los drones iraníes que sobrevuelan la zona.
Cuando rompen filas se sientan en grupos de cuatro o cinco y encienden un pequeño fuego para calentarse. Es invierno y hace frío. Tienen entre 18 y veintipocos años y algunas hasta parecen menores. La oleada de represión que ejerce Teherán desde el pasado septiembre ha provocado el éxodo de decenas de mujeres kurdas que han cruzado ilegalmente la frontera y, una vez en Irak, se han sumado a las filas de alguno de los partidos kurdo-iraníes en el exilio. La influencia de estas formaciones es muy alta. Los kurdos son la única nacionalidad, dentro de la diversidad étnica que convive en Irán, que cuenta con una estructura política sólida en el exterior. Desde el otro lado de la frontera, con las sedes repartidas en distintos puntos del Kurdistán iraquí, los líderes de estos partidos movilizan a menudo y de forma eficaz a sus compatriotas para denunciar la falta de derechos y la represión histórica a la que les somete el régimen. Todos los partidos cuentan con secciones militares femeninas que aglutinan a centenares de mujeres que, recientemente o en el pasado, han abandonado Irán y se han convertido en peshmergas, como se denomina a los combatientes kurdos.
Hema Hawrami se unió a las filas del Partido de la Libertad del Kurdistán (PAK, por sus siglas en kurdo) en 2017 para luchar por los derechos de las mujeres kurdas. Ahora, es comandante y dirige un batallón de un número indeterminado de mujeres soldados. No quiere indicar cuántas peshmergas integran el brazo militar del partido “para no dar información a Irán”, afirma a EL PAÍS. Esta combatiente defiende que el hecho de que Amini fuera kurda soliviantó aún más a la policía y provocó un ensañamiento aún mayor contra ella. “Su muerte ha sido el detonante, pero desde hace décadas las kurdas luchamos para reclamar nuestros derechos, por eso me vine aquí”.
A su lado, Jilamo, con el rostro oculto con un pañuelo, explica que huyó de Irán el pasado noviembre tras ver el clima de “violencia y muerte” en las calles de su ciudad natal, Saqez, la misma población donde nació Amini y ahora reposa su cuerpo, convertido en un símbolo de la lucha por la libertad. En Irán, estudiaba segundo curso de Derecho y tenía una vida “normal, pero sin derechos”, precisa esta joven de 24 años. “Como en Rojalat ―denominación en kurdo del Kurdistán iraní― no nos dejan aprender nuestra lengua, ahora enseño kurdo a mis compañeras. Mis padres saben que estoy aquí y están muy orgullosos. Solo espero que con esta lucha podamos derrocar al régimen y algún día tener nuestro Estado. También espero que la comunidad internacional no nos abandone”, suplica.
El 23 de enero, la Unión Europea aprobó nuevas sanciones contra altos funcionarios de la Guardia Revolucionaria de Irán, pero rechazó la petición aprobada por el Parlamento Europeo de designar a este cuerpo militar de élite como organización terrorista, por el brutal historial represivo y las recientes ejecuciones de varios manifestantes. La decisión cayó como un jarro de agua fría sobre la diáspora iraní, que ha pedido reiteradamente a la comunidad internacional que rompa relaciones diplomáticas con Irán y expulse a todos los embajadores, algo que, de producirse, enterraría por completo las negociaciones entre Irán y Occidente para salvar el acuerdo nuclear que Donald Trump tiró por tierra en 2018.
El Partido Democrático del Kurdistán Iraní (PDKI) es el partido kurdo-iraní más antiguo. Al poco de su fundación, en 1945, su líder, Qazi Muhammad, estableció, con el respaldo de la URSS, la República de Mahabad, el primer y único Estado kurdo de la historia, derrocado por las fuerzas del sah Pahlavi 11 meses después de su fundación. En la ciudad de Koya, a una hora en coche desde Erbil en dirección al este, se encuentra la que hasta noviembre había sido su sede, hoy destruida después de que Teherán lanzara a partir del pasado septiembre, durante un centenar de días, 35 misiles balísticos y 72 drones cargados con bombas. Trece personas murieron y 30 quedaron heridas. En la zona quedan los restos visibles de los misiles y las paredes muestran el impacto de la metralla.
Shiva Moradian forma parte de la unidad militar de mujeres del PDKI desde 2019. Vivió muy de cerca la brutalidad del régimen cuando dos de sus tíos fueron asesinados en dependencias de la Guardia Revolucionaria. Al principio, trabajó para el partido desde Irán, gestionando las comunicaciones con Irak y reclutando nuevos miembros, pero un día la policía empezó a interrogarla, temió ser arrestada y huyó. Esta combatiente denuncia el “doble estigma” de las mujeres kurdas en un país con un Gobierno “racista”. Sostiene que los partidos kurdos defienden la separación entre religión y política y “nunca obligarían a una mujer a llevar el hiyab contra su voluntad”, asegura. Antes de los bombardeos, “vivía en el campo y trabajaba en un canal de noticias del PDKI que se emitía desde allí. Ahora, con la base destruida, realizo tareas menores y sobre todo me entreno en las montañas junto al resto de compañeras guerrilleras”.
En la ciudad de Suleimaniya, todavía más al este, se sitúa el campamento de Komala, la formación kurdo-iraní de ideología comunista que el 28 de septiembre recibió el primero de los ataques transfronterizos de Irán. La carretera secundaria que lleva a Suleimaniya desde Erbil es estrecha y peligrosa por la presencia continua de camiones cargados de mercancías con dirección a la frontera. Existe una vía principal, mucho mejor pavimentada, pero la mayoría de kurdos la evitan porque el trayecto pasa por Kirkuk, territorio controlado oficialmente desde 2017 por las fuerzas iraquíes, pero realmente bajo dominación de las milicias proiraníes de Hashd Al Shaabi. Para llegar a esta ciudad, pese a conducir por la vía alternativa, hay hasta tres puestos de control en los que varios oficiales piden el pasaporte a los ocupantes de los vehículos. Aunque todo el territorio está bajo la jurisdicción del Gobierno Regional del Kurdistán (KRG), el delicado equilibrio de fuerzas hace que los controles de seguridad sean constantes.
El refugio de las peshmergas de Komala es una madriguera de cemento construida bajo un promontorio de tierra y árboles. Desde el aire es imposible detectarlo. En su interior conviven más de una decena de mujeres que han dejado atrás hijos y maridos para sumarse a la defensa de sus ideales. Algunas llevan años y se muestran eufóricas por lo que está sucediendo en Irán. Pero otras acaban de llegar y aún están acostumbrándose al lugar.
Jina también procede de Saqez, como Mahsa Amini. Tiene 32 años y llegó aquí hace un mes. Un conocido la avisó de que la policía sabía que estaba ayudando a los heridos con primeros auxilios. “Me personé al interrogatorio, pero luego me fui. Estuve dos días en una pequeña aldea y crucé a Irak”, explica. Jina tiene un hijo adolescente con el que apenas habla: “La Guardia Revolucionaria tiene pinchados nuestros teléfonos y no puedo poner en peligro su seguridad”.
La habitación donde conviven es muy pequeña para albergar 10 camas, armarios, un espejo y varios fusiles. “Todo esto no es solo por Amini. Es por todas las mujeres que han muerto a manos del régimen por defender sus derechos”, sentencia.
Su compañera y amiga, Shala, recuerda con amargura cómo su amigo Peyman murió en las protestas, y entonces decidió huir, mientras que Bayan, natural de Tabriz, se unió a Komala unos años atrás, después de que el Gobierno cerrara su estudio de fotografía tras descubrir en sus redes sociales fotos de las protestas que estallaron en 2019 por el precio de la gasolina. Su marido, también soldado, murió el año pasado alcanzado por un dron. “La Guardia Revolucionaria ataca de forma regular las zonas próximas a la frontera para destruir posiciones de Komala y del KDPI. Lo único que podemos hacer desde aquí es una labor defensiva”, asegura.
Es de noche y la oscuridad en el campamento es total. Acaban de preparar hawla, un postre a base de azúcar, almendras y miel. Cenarán todas juntas y después, como todos los días, cambiarán de lugar para pasar la noche.
Sigue toda la información internacional en Facebook y Twitter, o en nuestra newsletter semanal.