El fantasma del enfrentamiento étnico de Kosovo se reaviva en la ciudad de Mitrovica
La minoría serbia denuncia discriminación por parte del Gobierno de Prístina. Cientos de funcionarios y autoridades locales dimiten en protesta por la obligación de llevar matrículas kosovares en los coches
Hay una oficina electoral quemada y con los cristales rotos desde hace más de tres semanas en la zona norte de la ciudad kosovar de Mitrovica. Los viejos fantasmas que esparcieron la muerte en los Balcanes durante los años noventa parecen concentrados en el inmueble, pugnando por escaparse. Unos pisos más arriba de la oficina se encuentra arrestado en su domicilio el policía serbokosovar Dajan Pantic, de 56 años. Las autoridades de Kosovo, pertenecientes en su mayoría a la etnia albanesa, le ...
Hay una oficina electoral quemada y con los cristales rotos desde hace más de tres semanas en la zona norte de la ciudad kosovar de Mitrovica. Los viejos fantasmas que esparcieron la muerte en los Balcanes durante los años noventa parecen concentrados en el inmueble, pugnando por escaparse. Unos pisos más arriba de la oficina se encuentra arrestado en su domicilio el policía serbokosovar Dajan Pantic, de 56 años. Las autoridades de Kosovo, pertenecientes en su mayoría a la etnia albanesa, le acusan de atentar el pasado 6 de diciembre contra la sede electoral. A pocos metros, varios vehículos de las fuerzas de la OTAN, con 4.000 miembros desplegados en Kosovo, vigilan un puente que une las dos partes casi irreconciliables de la ciudad: el sur de mayoría albanesa con el norte serbokosovar.
Una hora después de que Pantic fuese detenido el 10 de diciembre, cientos de serbokosovares levantaron barricadas en la parte norte de Mitrovica. La diplomacia internacional tuvo que emplearse muy a fondo para que accedieran a desbloquear las carreteras. Y solo las despejaron al cabo de tres semanas, una vez que se le concedió a Pantic el régimen de arresto domiciliario. Pero todos los factores que provocaron el ataque a la oficina y la detención del policía siguen latentes en un país de 1,8 millones de habitantes, con un 10% de minoría serbia, mayoritaria en la región norteña.
Predag Pantic, de 27 años, hijo del policía detenido, dice que su padre no tiene nada que ver con el ataque a la oficina, que simplemente paseaba por la zona minutos después de bajar a por el pan. Añade que el padre fue detenido a los cuatro días en un control rutinario de frontera, cuando regresaba de comprar medicamentos y comida en Serbia. Se queja de que Pantic estuvo 15 días incomunicado, sin recibir llamadas ni visitas. “Mi padre tiene problemas de corazón y solo después de cinco días conseguimos pasarle los medicamentos. Estuvo sentado en una silla los dos primeros días y esposado la primera semana. Al cabo de dos días le dieron un colchón”, explica.
Demasiadas heridas abiertas
Kosovo declaró su independencia de forma unilateral en 2008, pero Serbia no la reconoce, como tampoco hacen España y otros cuatro países de la Unión Europea. La ciudad de Mitrovica refleja todas las tensiones del país. En la orilla sur viven 78.000 personas y en la zona norte 25.000, según estimaciones de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE). En el sur se habla albanés, se paga en euros, predominan las mezquitas y las matrículas de los coches son kosovares. En el norte se habla serbio, se practica la religión católica ortodoxa, la moneda es el dinar serbio, las calles están adornadas con banderas serbias y hay grafitis de apoyo a Rusia.
Esa situación perdura desde que el país declaró su independencia. Entonces, ¿por qué se han tensado ahora las relaciones?, ¿cuál ha sido el detonante? Nenad Rasic, ministro de etnia serbia para las Comunidades y Retorno en el Gobierno de Prístina, cree que el problema se arrastra desde 2013. Ese año, recuerda Rasic, la UE forzó un acuerdo entre el entonces primer ministro de Serbia, Ivica Dacic, y su homólogo kosovar, Hashim Thaçi, para conceder un estatus de autonomía al norte de Kosovo, sin que los serbokosovares tuvieran ninguna representación.
Por su parte, Marko Jaksic, activista de etnia serbia, de 39 años, antiguo miembro del Parlamento kosovar, cree que el origen de las tensiones data del pasado marzo, cuando el primer ministro kosovar, Albin Kurti, quiso implementar una ley para retirar todas las matrículas serbias de Kosovo. “Lo hizo justo después del inicio de la guerra de Ucrania [que comenzó el 24 de febrero]. Porque sabía que los rusos, que siempre apoyaron a Serbia, estarían ocupados con Ucrania y no se ocuparían de Kosovo”.
La tensión fue subiendo hasta el 21 de noviembre, cuando el Gobierno de Prístina empezó a imponer multas a los coches con matrícula serbia. “Como consecuencia”, resumió entonces el alto representante de Exteriores de la UE, Josep Borrell, “los serbios de Kosovo se han retirado de las instituciones en el norte de Kosovo”. “Eso significa que alrededor de 600 policías han dejado sus uniformes. También han dimitido jueces y personal de la Administración local”, añadió. Dimitieron también los cuatro alcaldes de los municipios del norte de Kosovo de mayoría serbia: la mitad de Mitrovica que habitan, Leposavic, Zvecan y Zubin Potok.
El Gobierno de Kurti convocó entonces unas elecciones locales para el 18 de diciembre con el objetivo de reemplazar a las autoridades que dimitieron, pertenecientes al partido Lista Serbia. Esta formación boicoteó el escrutinio. La oficina electoral resultó atacada. Y Kurti, presionado por la UE, accedió a posponer los comicios hasta abril.
El activista Jaksic explica que la razón profunda por la que en el norte del país no quieren participar en esas elecciones impulsadas por el Gobierno de Kurti es la “constante discriminación” que sufren los serbios de Kosovo. “Necesitamos una solución: autonomía, escisión, lo que sea. Pero si ellos [las autoridades albanokosovares] organizan una elección donde no participen los serbios, entonces los serbios estaremos gobernados por albaneses”.
Jaksic sostiene que la mayoría de los serbios que abandonaron Kosovo después de la guerra de 1998-1999 saben que sus casas están ocupadas por albaneses. “Pero cuando los serbios las reclaman ante la justicia de Prístina, para probar sus propiedades, los acusan de crímenes de guerra y los detienen. Eso ha ocurrido en unas 20 ocasiones. Pero así se traslada un mensaje a otros serbios, para que no reclamen sus casas”.
El activista añade: “En 1999, España, junto a otros países, nos bombardeó porque no respetábamos los derechos de los albaneses. Pero ahora, las víctimas se han convertido en agresores. Y encima, Kurti nos llama ‘pequeños rusos’, pero nosotros apoyamos a Ucrania”.
—¿Por qué hay, entonces, grafitis en la zona norte de Mitrovica de apoyo a la Rusia de Putin?
—Los grafitis no los pinta precisamente la gente más intelectual. Y no representan a la mayoría de los serbios de aquí.
—¿Qué opina sobre las banderas serbias que ondean en las calles?
—Son como las banderas de Albania en Kosovo. Kosovo celebra el 28 noviembre el día nacional de Albania, otro país. Mi bandera serbia está en el corazón. No tengo necesidad de mostrarla.
“Aquí no pago ni tasas, ni agua, ni electricidad”
En la calle, las cosas son más sencillas y a la vez más complejas. Hay una zona de Mitrovica del norte plagada de comercios cuyos propietarios son de etnia albanesa. Apenas hablan serbio, pero casi todos sus clientes lo son. Algunos no querían hablar con este diario sobre el conflicto el pasado miércoles. Pero Nehat Jusufi, dueño de una tienda de muebles, de 43 años, no tuvo ningún empacho en explicar por qué se siente tan a gusto en la ciudad: “En Mitrovica Norte no pago ni tasas, ni agua, ni electricidad. Porque los serbios no quieren pagar impuestos a Kosovo. Yo llevo 15 años aquí y todo el mundo me trata bien y me invitan a beber en sus casas cuando les llevo los muebles. La gente normal de uno y otro lado no queremos problemas”.
Alice, nombre supuesto de una joven serbokosovar residente en Londres, que desea ocultar su identidad, viajó este enero al norte de Kosovo para celebrar la Navidad ortodoxa con su familia. “Ahora”, explica, “hay mucha gente desencantada. Los serbios de aquí sienten que Belgrado ya no les protege y que los están dejando de lado”. La mujer asegura que la política de Kosovo no es integradora, y que todos los no albaneses se sienten discriminados en Kosovo. “Las minorías”, afirma, “ni siquiera tienen acceso a información o documentos en su lengua materna”.
La emigrante cree que la coexistencia entre las dos etnias en Kosovo es posible, pero también piensa que, “hace falta mucho tiempo para educar sobre las diferencias y la belleza de la diversidad”. De momento, ella se plantea pasar su vida en Londres. “Las autoridades de Prístina están consiguiendo que muchos jóvenes, no solo serbios, sino también albaneses y de otras minorías, nos vayamos de nuestra tierra. Porque no hay oportunidades”.
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