El sueño hecho realidad del refugiado sirio del selfi con Merkel

Anas Modamani se reconoce un símbolo del éxito de la política de brazos abiertos que impulsó la canciller alemana durante la crisis migratoria de 2015

Anas Modamani, el pasado octubre en Lichtenberg, el barrio berlinés donde vive.Patricia Sevilla Ciordia

Han pasado más de siete años, pero Anas Modamani recuerda perfectamente aquel momento que le cambió la vida. Llevaba dos semanas viviendo en un centro de acogida en Spandau, al oeste de Berlín, cuando un día vio bajarse de un coche con las lunas tintadas a una mujer envuelta en una nube de fotógrafos con pinta de ser importante. “No, no sabía quién era”, recuerda entre risas. Consiguió acercarse y por señas le pidió un selfi. La imagen de una sonriente Angela Merkel levantando el pulgar en señal de...

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Han pasado más de siete años, pero Anas Modamani recuerda perfectamente aquel momento que le cambió la vida. Llevaba dos semanas viviendo en un centro de acogida en Spandau, al oeste de Berlín, cuando un día vio bajarse de un coche con las lunas tintadas a una mujer envuelta en una nube de fotógrafos con pinta de ser importante. “No, no sabía quién era”, recuerda entre risas. Consiguió acercarse y por señas le pidió un selfi. La imagen de una sonriente Angela Merkel levantando el pulgar en señal de victoria al lado de un refugiado sirio de 18 años dio la vuelta al mundo y se convirtió en un símbolo de la política de puertas abiertas de Alemania.

Modamani, que hoy tiene 25 años, supo que se había hecho una foto con la canciller alemana aquella misma noche, cuando la subió a las redes sociales. Era un 10 de septiembre de 2015, en plena crisis migratoria, y solo habían pasado unos días desde la célebre frase de Merkel “lo conseguiremos”. Después de anunciar que los refugiados que se agolpaban a las puertas de la Unión Europea huyendo de la guerra en Siria podían entrar en Alemania, la canciller invitaba así a sus compatriotas a sumarse al esfuerzo colectivo de acoger e integrar a centenares de miles de personas. Y lo consiguieron, o eso cree Modamani, perfectamente consciente de ser, él mismo, un símbolo del éxito de aquella decisión.

La imagen del selfi de Anas Modamani con Angela Merkel en un centro de acogida de Berlín que se hizo viral en todo el mundo en septiembre de 2015. Fabrizio Bensch (REUTERS)

El joven, que se sienta a contar su historia en una acogedora cafetería de Lichtenberg, un barrio del este de Berlín, está especialmente contento: ya es ciudadano alemán. Recoger su pasaporte en las oficinas municipales, acompañado de su novia, la estudiante ucrania Anna Yarysh, fue tan emocionante para él que quiso grabarlo. El momento se emitió en la cadena de televisión pública de Berlín y Brandeburgo, RBB, en la que él estaba haciendo unas prácticas. A punto de terminar Comunicación Empresarial, Modamani sigue compaginando los estudios con trabajos por horas o de fin de semana. Cuenta que pasó por un McDonald’s, vendió currywurst (salchichas a la plancha o a la brasa con curri) en la cancha del Alba Berlín, fue cajero en un supermercado Edeka… Ganar algo de dinero, y no depender exclusivamente de las ayudas sociales, siempre fue una prioridad para él.

“Aquí me siento como en casa”, dice en un alemán sin apenas acento. Y se corrige: “Berlín es mi casa”. Vive con Anna en un piso de alquiler de la avenida Landsberger, donde los vecinos le saludan al pasar mientras posa para las fotos. El selfi con Merkel le hizo famoso, para lo bueno y para lo malo. Al día siguiente, periodistas de medio mundo aparecieron por el centro de refugiados para entrevistarle. “La gente me escribía al centro para darme la bienvenida a Alemania”, recuerda. Le mandaban ropa de abrigo, le invitaban a tomar café y a charlar para ayudarle a aprender alemán. La fama le sirvió también para contactar con una familia berlinesa que le acogió en su casa los primeros años.

Pero el selfi también le convirtió en el blanco de calumnias y bulos racistas de publicaciones de extrema derecha que atacaban la política migratoria de Alemania. Cada vez que ocurría algo relacionado con refugiados aparecían noticias falsas que le llamaban terrorista o asesino. Ocurrió, por ejemplo, con los atentados terroristas en Bruselas en marzo de 2016, con el ataque al mercado navideño de Berlín en diciembre de ese año, o con el asesinato de un hombre sin hogar en una estación de metro de la capital alemana: “Hacían un montaje de Photoshop con mi foto y ponían: ha sido el refugiado del selfi con Merkel”.

Anas Modamani posa en Lichtenberg, el barrio del este de Berlín donde vive con su novia, la ucrania Anna Yarysh. Patricia Sevilla Ciordia (Foto: Patricia Sevilla Ciordia)

Cuando subió el tono de los insultos y las amenazas, la familia de acogida le puso en contacto con un abogado y demandó a Facebook por difundir calumnias. El caso generó un enorme interés en todo el mundo, porque cuestionaba el modelo de negocio de todas las plataformas que publican supuestas noticias sin verificarlas. En 2017, el tribunal alemán le dio la razón a la tecnológica, que argumentaba que no podía rastrear y borrar por defecto todo el contenido calumnioso, pero que sí lo hacía cuando los usuarios lo denunciaban. Modamani no se vio con ánimo de recurrir, pero cree que el caso sirvió para concienciar sobre el problema.

“Solo en mi universidad conozco a otros 10 sirios que están haciendo la carrera y sé de varios casos de empresarios que han montado negocios”, responde Modamani cuando se le pregunta si su caso es excepcional o solo el más mediático de entre muchos miles. Reconoce que a él le ayudó el selfi, pero sobre todo que tenía “objetivos, sueños y motivación”.

Siete años después de aquella llegada masiva de refugiados, el balance es, en general, positivo. Los académicos que estudian el fenómeno suelen decir que no es una carrera de velocidad, sino una maratón, es decir, que la integración tendrá que evaluarse a lo largo del tiempo y se asentará con las próximas generaciones.

Las cifras de la Oficina Federal de Migraciones y Refugiados reflejan la inaudita oleada de refugiados que llegaron a Alemania en 2015. Entre ese año y el siguiente, más de 1,2 millones de personas pidieron asilo en un país que en la década anterior apenas recibía, de media, 30.000 solicitudes al año. Eran principalmente de Siria, Afganistán e Irak.

Voluntarios distribuyen comida a los refugiados llegados de Budapest en la estación central del Múnich, en Alemania, el 1 de septiembre de 2015. Matthias Schrader (AP)

“Para lo poco preparado que estaba el sistema de acogida, en general se puede decir que la integración ha funcionado, pero no ha sido del todo exitosa”, apunta Adriana Cardozo, investigadora del Instituto Alemán de Investigación Económica (DIW). Los últimos estudios muestran que más de la mitad de los refugiados en edad de trabajar están integrados en el mercado laboral.

Un trabajo reciente de Herbert Brücker, también del DIW, destaca de hecho que esta cohorte se ha integrado más rápido que los refugiados que llegaron en los años noventa del siglo pasado. Sus ingresos, sin embargo, son más bajos que los de otros inmigrantes y que los de los alemanes nativos.

Todavía hay obstáculos que impiden la mejora. Cardozo participa en la gran encuesta longitudinal del panel socioeconómico (SOEP) que estudia justamente cómo evoluciona la vida en Alemania de quienes llegaron en 2015. En su opinión, las tres principales dificultades son los procesos burocráticos —por ejemplo, para obtener permisos de trabajo—, el reconocimiento de los títulos obtenidos en el país de origen y, sobre todo, el idioma. “Aprender alemán es la llave para el mercado de trabajo”, recuerda. Es muy difícil conseguir un contrato sin un buen nivel de alemán, algo que el país empieza a replantearse ante la acuciante escasez de trabajadores cualificados.

Los centros que imparten los llamados “cursos de integración”, que enseñan el idioma desde cero y hasta un nivel intermedio, también fueron testigos de la llegada masiva de nuevos ciudadanos. En 2016 las plazas se multiplicaron por cinco. El conocimiento del alemán ha ido mejorando con los años, asegura Cardozo. Si en 2016 solo el 16% de los hombres calificaba su nivel como “alto”, ahora lo considera así el 52%. Y es importante puntualizar que son los refugiados hombres los que han hecho esa evolución; en el caso de las mujeres los investigadores han encontrado “una brecha”, tanto en competencia lingüística como en acceso al mercado laboral.

Un refugiado muestra una foto de la canciller alemana, Angela Merkel, al llegar a Múnich, en septiembre de 2015.Michael Probst (AP)

Modamani cuenta que él solo quería vivir en un país donde no hubiera guerra. Escogió Alemania porque tenía un amigo en Múnich que le podía echar una mano: “Había gente que me decía que en Turquía la integración sería más fácil porque tenemos una cultura similar, pero ahora me alegro tanto de haber tomado esta decisión”. Su agradecimiento a Merkel, a la que llama “heroína”, es infinito. Dice que le salvó la vida. “Fue ella la que abrió la frontera. Lo sé perfectamente; estaba allí. Dijo que se abría y pudimos entrar”.

El joven sirio hizo la llamada ruta de los Balcanes después de cruzar el Mediterráneo hasta Grecia. Sus padres le entregaron todos sus ahorros para que emprendiera el viaje: 3.000 euros. De Damasco voló a Esmirna, en la costa turca. Y allí pagó a los traficantes de personas para asegurarse una plaza en una embarcación. Lo consiguió al tercer intento. En el primero falló el motor; en el segundo, los guardacostas les hicieron retroceder. Finalmente zarparon pero la barca se hundió cerca de la isla de Kos. Él alcanzó la playa a nado. “Era de noche. Otros no lo consiguieron”, relata.

Modamani se ha implicado con la otra ola migratoria reciente hacia Alemania, la de los ucranios que han huido de los bombardeos rusos. Ahora es él el que está en disposición de ayudar a los que lo necesitan: “Cuando llegué soñaba con tener mi propia casa. Y la tengo. Con tener un pasaporte alemán. Aquí está. Quería estudiar una carrera, y casi he terminado”.

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