Cómo Kiev ha logrado la victoria que abre paso a un cambio en el curso de la guerra en Ucrania

El buen uso de las armas y el asesoramiento occidental junto a la escasez de efectivos y medios rusos han propiciado un éxito que altera la dinámica del conflicto

Soldados ucranios desplegados en la contraofensiva en la zona noreste del país, cerca de Izium, el viernes.JUAN BARRETO (AFP)

Las Fuerzas Armadas de Ucrania han ejecutado en los últimos días una exitosa contraofensiva en el noreste del país que, según Kiev, ha permitido la liberación de unos 8.000 kilómetros cuadrados de territorio, una superficie similar a la de Chipre o de la Comunidad de Madrid. Se trata de la mayor victoria ucrania en el conflicto desde la exitosa defensa de la capital al principio de la invasión rusa. El episodio tiene importantes implicaciones militar...

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Las Fuerzas Armadas de Ucrania han ejecutado en los últimos días una exitosa contraofensiva en el noreste del país que, según Kiev, ha permitido la liberación de unos 8.000 kilómetros cuadrados de territorio, una superficie similar a la de Chipre o de la Comunidad de Madrid. Se trata de la mayor victoria ucrania en el conflicto desde la exitosa defensa de la capital al principio de la invasión rusa. El episodio tiene importantes implicaciones militares, pero posiblemente su mayor valor reside en el plano político. El fuerte avance ucranio envía mensajes con muchas consecuencias en distintas direcciones. En conjunto, tiene el potencial para desatar un cambio de marea en la guerra.

Ante los socios occidentales de Kiev, el éxito demuestra que la estrategia de entrenamiento, asesoramiento y entrega de armas con mayor alcance funciona y debilita los argumentos de quienes, especialmente en la UE, sienten la tentación de intentar apaciguar el conflicto, de aflojar un apoyo a Ucrania que conlleva graves repercusiones económicas.

En clave interna ucrania, el desarrollo galvaniza la moral de las tropas y de los civiles en la zona libre del país. A la vez, reduce los riesgos de colaboracionismo en la parte todavía ocupada.

En el escenario ruso, propaga enormes dudas que, de alguna manera, empiezan a aflorar. Se detectan episodios inusitados. La semana pasada, cinco políticos locales de San Petersburgo exhortaron al Parlamento nacional a presentar cargos de traición contra el presidente ruso, Vladímir Putin, y despojarle del poder; esta semana, alrededor de otros 70 representantes locales firmaron una carta de apoyo a la iniciativa. La Duma Estatal, por su parte, se plantea formar un comité que ofrezca explicaciones a la población sobre la situación actual. La Cámara baja rusa decidirá el lunes si convoca al ministro de Defensa, Serguéi Shoigú, a una sesión a puerta cerrada, una medida muy llamativa en el contexto ruso.

En el espacio pos-soviético, probablemente no es casual que justo en estos días se hayan producido dos sacudidas, con renovadas hostilidades entre Azerbaiyán y Armenia y choques entre guardias fronterizos tayikos y kirguizos.

A escala mundial, el reciente episodio bélico debilita la posición del Kremlin, como ha podido comprobar Putin en la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái celebrada esta semana en Uzbekistán, en la cual el presidente chino, Xi Jinping, se mostró más distante de Moscú con respecto a la declaración de relación “sin límites” entre China y Rusia que suscribió en febrero, mientras que el primer ministro indio, Narendra Modi, directamente le dijo al mandatario ruso que consideraba que esta “no es época de guerras”. Nueva Delhi, que se abstuvo en la resolución de condena de la invasión en la ONU, esta semana ha votado a favor de modificar las normas para que el presidente ucranio, Volodímir Zelenski, pueda dirigirse por vídeo a la Asamblea General, en un gesto sin peso sustancial pero con valor simbólico. China e India son dos puntales fundamentales para Rusia ante la presión occidental. En un plano genérico, la derrota de esta semana deja más patente aún, ante la mirada de la comunidad internacional, que las fuerzas rusas no son la superpotencia militar que muchos pensaban.

Fuentes consultadas para esta información y las declaraciones públicas de líderes políticos y militares occidentales coinciden en llamar a la cautela, señalando que no es de esperar un colapso militar o político ruso y que quedan por delante batallas muy duras. “No es razonable pensar que a Rusia le vaya mucho peor”, señala una alta fuente comunitaria. “Sería un error subestimar a los rusos”, indica Witold Waszczykowski, ex ministro de Exteriores polaco y ahora eurodiputado por el ultraconservador PiS. “Creo que queda por delante un largo recorrido”, dijo el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, esta semana, en la misma línea que el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg: “Tenemos que entender que no se trata del inicio del fin de la guerra, y tenemos que estar listos para un largo camino”.

La expectativa mayoritaria, pues, es que una penetración relámpago ucrania como la ocurrida en estos días, con una retirada muy desordenada rusa, difícilmente se repetirá en otros sectores. Con esas cautelas, es evidente que la contraofensiva ha alterado la dinámica en la que la guerra se había instalado en los últimos meses, abriendo escenarios prometedores para Kiev. A continuación, una radiografía de cómo las Fuerzas Armadas ucranias han podido lograr este importante éxito.

Las armas occidentales

“No cabe duda de que el soporte de la comunidad internacional en material militar ―especialmente por parte de Estados Unidos, en primer lugar, y de países como Reino Unido y Polonia― está siendo fundamental”, comenta Waszczykowski, quien preside la delegación europea en el comité de asociación parlamentario UE/Ucrania. Solo Estados Unidos ha suministrado a Kiev material militar por un valor de 15.000 millones de dólares (cifra similar en euros) desde el inicio de la invasión. En los últimos meses, Washington ha incrementado de forma crucial el nivel de las entregas, sobre todo, con los sistemas lanzamisiles HIMARS, de los cuales ha entregado ya 16 según el Pentágono, dotados con cohetes modelo GMLRS, capaces de alcanzar objetivos a 80 kilómetros de distancia.

La entrada en el campo de batalla de estos sistemas de armas ha supuesto un cambio decisivo. El general Mark Milley, presidente del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, ha afirmado recientemente que “los ucranios han golpeado más de 400 objetivos con los HIMARS y han tenido un efecto devastador”. Sobre todo, han logrado debilitar a Rusia en términos de almacenes de armas y logística en la retaguardia, gracias a un alcance y una precisión de la que no disponían antes. Los expertos coinciden en señalar que las fuerzas rusas contaban con una distribución poco sofisticada de sus materiales, lo que los ha expuesto mucho a los golpes.

Sobre la mesa está ahora la entrega de misiles ATACMS, con un alcance mayor que los GMLRS, de 300 kilómetros, y que también pueden dispararse desde las lanzaderas HIMARS. No hay pronunciamiento público y claro por parte del Pentágono al respecto. Pero la preocupación en Moscú es máxima, como demuestran las declaraciones del Ministerio de Exteriores ruso esta semana según las cuales si Estados Unidos decidiera entregar a Kiev misiles de mayor alcance, eso representaría cruzar una “línea roja” y la convertiría en “parte del conflicto”. Ucrania tampoco se pronuncia con claridad al respecto de los ATACMS. No hay una explicación plena acerca de un ataque que el 9 de agosto golpeó la base aérea rusa de Saky, en la península de Crimea, a unos 200 kilómetros de los puntos más cercanos controlados por Kiev.

No solo EE UU ha elevado el nivel de suministros. Si en la fase inicial se enviaban por lo general armas antitanque o antiaéreas portables de corto alcance, varios países envían ahora productos más sofisticados. Francia también ha suministrado potentes sistemas de artillería Caesar, y esta misma semana Berlín ha anunciado la entrega de dos nuevas lanzaderas múltiples de cohetes MARS II.

Ante el debate público acerca de si facilitar a Ucrania otro tipo de armamento aún más sofisticado y pesado, la alta fuente comunitaria se muestra reticente, señalando la importancia ahora de ayudar a Kiev a sostener la logística en los escenarios de barro ―en otoño― y hielo y nieve ―en invierno―, asegurando la mejor operatividad posible de su infantería y artillería.

En cualquier caso, el conjunto de estos suministros y la capacidad demostrada por los ucranios de usarlos tras recibir entrenamiento en los últimos meses ha sido un factor clave de los desarrollos de los últimos días.

El asesoramiento de EE UU

El factor táctico también ha sido muy relevante para el éxito de la operación. Rusia no vio venir el ataque en la zona noreste alrededor de Járkov en la que se produjo la contraofensiva. Al contrario, fue progresivamente desplazando fuerzas ―y en concreto algunas de sus mejores unidades― al sector sur, en la zona de Jersón, donde, en la narrativa oficial del Gobierno de Kiev, se iba a producir el mayor esfuerzo ucranio. El completo cortocircuito de inteligencia ruso en este episodio se suma a una larga serie de deficiencias bélicas que erosionan su prestigio a escala global. Ni lo vieron venir, ni reaccionaron con brillantez, con una retirada precipitada que dejó atrás ingentes materiales bélicos y con sabor casi a estampida. “Estuvieron a un paso de quedar con unos 10.000 efectivos rodeados”, apunta la fuente europea. Muchos huyeron directamente a territorio ruso.

EE UU ha tenido sin duda un papel significativo en esta táctica que ha cogido por sorpresa a los rusos. Preguntado en una reciente conferencia de prensa si Estados Unidos había llevado a cabo junto con Ucrania simulaciones de esta contraofensiva, el general Ryder, portavoz militar estadounidense, respondió: “Acerca de esa pregunta, lo que puedo decir es que sí que colaboramos con los ucranios en muchos niveles militares. Les facilitamos información para permitirles llevar a cabo operaciones. No entraré en los detalles de cómo funciona eso”. “El asesoramiento estadounidense está siendo muy efectivo”, apunta Waszczykowski.

Otros países contribuyen a la capacitación al combate de los ucranios, especialmente el Reino Unido, que desde hace tiempo desarrolla tareas de entrenamiento.

La escasez de tropas rusas

Los ucranios han logrado penetrar en un flanco descubierto que evidencia la escasez de efectivos que sufre el despliegue ruso. Estados Unidos ha indicado recientemente que cree que Rusia ha sufrido entre 70.000 y 80.000 bajas, entre muertos y heridos. La alta fuente comunitaria eleva esta cifra ligeramente, apuntando que considera que Moscú “ha perdido una mitad de la fuerza desplegada para invasión”, que se estimaba al principio alrededor de 180.000 efectivos. El Kremlin solo ha ofrecido su versión de bajas en dos ocasiones. La última, el 26 de marzo, mencionaba apenas 1.351 muertos.

“Esta situación los obliga a desplegar en muchos casos soldados de baja calidad. No son tropas de élite, sino gente reclutada de prisa prometiendo mucho dinero, criminales, personas procedentes de repúblicas periféricas. No están bien preparados, no tienen motivación para luchar”, dice Waszczykowski.

Ante esta situación, crecen las voces que en Rusia abogan por una movilización general, como planteó el líder del Partido Comunista en pleno Parlamento. El Kremlin negó esta semana y por enésima vez que vaya a decretarla. El problema, según las encuestas, es que si bien aún tiene el beneplácito de la población en su campaña militar, un considerable número de ciudadanos no quiere que esta le afecte directamente.

Al no haberse decretado formalmente una guerra, solo pueden combatir legalmente en Ucrania los militares profesionales. Por ello, y ante la impopularidad de la movilización, a medida que han avanzado los meses, la ofensiva rusa ha ido nutriéndose más y más con mercenarios de compañías privadas como Wagner, pese a estar prohibidas legalmente en el país, y con batallones de reclutas forzosos de los territorios ucranios controlados por Moscú. Las autoridades impuestas en las regiones de Lugansk y Donetsk prohibieron el 19 de febrero, una semana antes de comenzar la guerra, que los varones de entre 18 y 55 años pudieran abandonar su territorio. Sobre estas milicias sin entrenamiento ni medios han recaído las críticas de Moscú.

“No solo están nuestras Fuerzas Armadas allí, sino también las movilizadas por la [autoproclamada] República Popular de Donetsk”, arrancó a decir en un programa de máxima audiencia el general y diputado de la Duma Estatal Andréi Guruliov antes de señalar a las milicias. “Lamentablemente, no resistieron la embestida”, añadió seriamente ante el asentimiento del presentador, uno de los máximos responsables de la propaganda estatal. “Podrían haberla resistido por lo menos en algún sector hasta que el resto de las tropas estuvieran agrupadas”, añadió el militar tras subrayar que aquel era “el sector más débil” y ni siquiera habían protegido bien sus posiciones.

Las autoridades han impulsado el reclutamiento desde el verano a través de todo tipo de iniciativas: cambios legales para admitir cualquier edad, promesas de salarios altos y carteles que apelan a la patria. Para cazar voluntarios, se ha llegado desde a enviar cartas en los buzones a realizar visitas a los lugares más insospechados. Hace un par de semanas, una ONG de San Petersburgo vetó la entrada a unos funcionarios que querían repartir folletos entre las personas sin hogar que acogía.

En su búsqueda de soldados, la contratista PMC Wagner también ha tenido que recurrir a los centros penitenciarios para encontrar voluntarios. Esta semana se difundió un vídeo donde su jefe, Yevgeny Prigozhin, alentaba a los reos en el patio de una prisión a alistarse seis meses a cambio del indulto. Su filtración fue respondida con sordidez por una de las empresas del conocido como chef de Putin, el hombre que le resuelve problemas: “Aquellos que no quieran que luchen presos con PMC, que envíen a sus hijos al frente. Prisioneros de PMC o sus hijos, decida”, recogía el comunicado publicado por la firma.

La movilización de reclusos ha sido criticada por Ígor Girkin Strelkov, uno de los paramilitares rusos que provocaron la guerra de Donbás en 2014 y que más ha defendido la movilización. Aunque considera que los reos pueden aumentar la eficacia de combate, advierte de que sin una ley marcial que incluya la pena de muerte en el acto, “la anarquía aumentará gradualmente y los comandantes perderán el control sobre cientos de delincuentes”.

La escasez de medios rusos

Las dificultades rusas no solo residen en la falta de efectivos, sino también de medios. Ingentes han sido las pérdidas durante un semestre largo de guerra, y Moscú afronta claros problemas para reponer existencias, con un complejo militar-industrial duramente golpeado por las sanciones occidentales que le impiden el acceso a tecnologías fundamentales.

“Rusia ha agotado munición de precisión”, apunta la alta fuente europea. “Sigue disparando con artillería ordinaria. Eso provoca mucha destrucción, pero es mucho menos eficaz”. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, afirmó lo siguiente durante su discurso sobre el estado de la Unión pronunciado esta semana: “Ante la falta de semiconductores, el ejército ruso está extrayendo chips de los lavavajillas y los refrigeradores para reparar el material militar. La industria rusa está en ruinas”.

Ante esta situación, Moscú está buscando ayuda de países socios, pidiendo drones a Irán ―Ucrania ha afirmado por primera vez esta semana haber derribado un dron de fabricación iraní― o munición a Corea del Norte. El general Ryder afirmó recientemente que el Pentágono “tiene indicaciones de que Rusia ha pedido material a Corea del Norte”.

La moral y los objetivos

Este es un asunto subyacente a toda la contienda. “Los ucranios saben por qué combaten. Por su libertad, por su tierra, por sus vidas”, dice Waszczykowski. Su valentía es una clave de interpretación fundamental de toda la contienda. “Muchos de los efectivos rusos, en cambio, ni siquiera saben bien por qué luchan”, prosigue el político polaco. Y esto no es solo un problema de soldados rasos.

A diferencia de los ucranios, cuyo objetivo se reduce a defender su país, los militares rusos no tienen claro cuáles son sus metas reales. Putin anunció el 24 de febrero que sus objetivos eran “desmilitarizar” y “desnazificar” Ucrania. La ofensiva arrancó diseñada para lograr una subyugación total de Ucrania. Un mes después, tras la retirada del frente de Kiev, el alto mando aseguraba que se limitaría a Donbás. En verano, el ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, afirmó que extenderían su frontera según el alcance de los misiles que reciba Zelenski de Estados Unidos, y esta semana, tras perder una enorme extensión de terreno, el vicepresidente del Consejo de Seguridad, Dmitri Medvédev, afirmó que todos los ultimátums dados hasta ahora “son solo un calentamiento” porque su objetivo final es “la capitulación total del régimen de Kiev”.

Perspectivas

Cómo señalan a menudo los militares, los campos de batalla suelen ser escenarios cambiantes, y es difícil prever los desarrollos futuros.

La prioridad para Rusia es estabilizar el frente donde ha sufrido la penetración. No parece muy probable que esté en condiciones de lanzar ahí una contraofensiva. Más razonable es pensar que el Kremlin trate de aprovechar la estación fría que se acerca ―y en la que los movimientos de infantería resultan mucho más complicados― para reorganizar sus filas mientras las turbulencias en los mercados energéticos afectan a la Europa democrática.

Hay en cambio señales de que Moscú opte por intensificar bombardeos a infraestructuras, como redes eléctricas, en una política que hace daño a los civiles y es, en cierto sentido, un reconocimiento de frustrada impotencia.

El tiempo dirá. De momento, la exitosa contraofensiva ucrania ha alterado la dinámica del conflicto en favor de Ucrania.

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