Beto O’Rourke: la esperanza demócrata en la carrera más reñida por Texas
El carismático político recorta distancias con Gregg Abbott, gobernador de un Estado republicano desde hace casi 30 años
Dice el demócrata Beto O’Rourke que los conciertos de punk siempre fueron mágicos para él. “Era liberador para un chico raro y fuera de lugar en el instituto estar con gente que no sentía que debía seguir las modas, que había logrado escapar de la presión por encajar”, escribe el político tejano en su prólogo a ELPASO, una crónica del español Benjamín Villegas sobre el movimiento musical en la ciudad fronteriza de los años ochenta y noventa. O’Rourke, que opta a gobernador de Texas en los comicios del pró...
Dice el demócrata Beto O’Rourke que los conciertos de punk siempre fueron mágicos para él. “Era liberador para un chico raro y fuera de lugar en el instituto estar con gente que no sentía que debía seguir las modas, que había logrado escapar de la presión por encajar”, escribe el político tejano en su prólogo a ELPASO, una crónica del español Benjamín Villegas sobre el movimiento musical en la ciudad fronteriza de los años ochenta y noventa. O’Rourke, que opta a gobernador de Texas en los comicios del próximo noviembre, tocó la guitarra en varios grupos de la escena durante su juventud. Entre ellos, uno llamado Foss, donde coincidió con Cedric Bixler-Zavala. Tiempo después, mientras Bixler-Zavala marcaba época del indie-rock norteamericano con los influyentes At the Drive In, O’Rourke, hijo de una familia acomodada, se lanzaba sin éxito en 2020 a por la presidencia de Estados Unidos.
Hay aún algo punk en uno de los demócratas más reconocidos del país. Ha recortado distancias en la carrera electoral en la que se halla embarcado y está a seis puntos del gobernador Greg Abbott, según el promedio de sondeos de Real Clear Politics. Texas no ha tenido un gobernador demócrata en casi tres décadas, y cunde la impresión de que si alguien puede lograrlo es el rebelde O’Rourke, de 49 años.
Uno de sus momentos estelares fue en mayo, cuando interrumpió una conferencia de prensa que Abbott daba en Uvalde apenas unas horas después de que un chico de 18 años matara en una escuela con un rifle de asalto a 19 niños y dos maestras. “Esto es tu culpa, es el momento de evitar la próxima matanza y no estás haciendo nada”, le dijo al gobernador O’Rourke, excongresista que estuvo en Washington durante seis años y está a favor de la regulación de las armas. En su breve campaña presidencial, en 2020, sugirió que el Gobierno debía prohibir y sacar de las calles los rifles de asalto. Las palabras en Uvalde provocaron la ira entre la plana mayor de los republicanos, quienes el año pasado eliminaron la necesidad de tener un permiso para portar un arma. “Eres un enfermo hijo de puta”, le dijo el alcalde conservador de una ciudad manchada por la tragedia.
“Esa conferencia de prensa fue un momento catártico”, asegura César Martínez, un consultor de publicidad, medios y marketing político con 25 años de experiencia. “El tiempo le ha dado la razón, porque ahora se ha desmontado la idea de los republicanos de que no hay nada mejor contra un tipo malo con un arma que un tipo bueno con un arma. Ahí hubo docenas y docenas de tipos buenos que no pudieron contra el tirador”, opina Martínez, quien participó en las campañas de Rick Perry y George W. Bush en Texas.
Martínez cree que la buena estrella de Abbott, que lleva siete años en el cargo y busca su tercer mandato, ha comenzado a declinar. Su aprobación pasó de un 56% en abril de 2020 a 43% en junio pasado. La idea de renovación comienza a estar en la cabeza de los votantes en un Estado de 30 millones de habitantes cuya dinámica electoral ha cambiado mucho. Las grandes ciudades como Houston, San Antonio, Dallas, la capital, Austin, y El Paso, son bastiones demócratas. El Texas rural sigue siendo profundamente conservador.
O’Rourke parece llamado a capitalizar el descontento. Y no solo por el malestar generalizado provocado por la derogación del aborto, cuya prohibición en Texas fue impulsada por Abbott y su fiscal general mucho antes de la decisión del Tribunal Supremo. También por el tema local de mayor impacto: los fallos en la red eléctrica. Estos dejaron en febrero de 2021 a cuatro millones de hogares sin energía y causaron 246 muertes durante la peor tormenta invernal de la historia del Estado. O’Rourke ha admitido que aquello lo convenció a entrar en la contienda tras dos intentos fallidos: cuando quiso quitarle el asiento en el Senado al polémico Ted Cruz en 2019, una elección que perdió por 215.000 votos (2,6%), y cuando luchó en las primarias por la carrera a la presidencia.
“El tema de la red eléctrica reúne varios problemas en uno: la corrupción de la política estatal y los líderes republicanos, quienes han recibido millones de dólares en donativos de compañías energéticas y petroleras, regulando el sistema y beneficiándose de un modelo que permite elevar los precios si sube la demanda, creando un incentivo para reducir la oferta”, explica Mike Siegel, un excandidato demócrata al Congreso en 2020 y director político de Ground Game, organización que abandera causas progresistas, como la legalización de la marihuana, otra de las promesas que ha hecho O’Rourke si llega a gobernador.
La vida de O’Rourke ha estado marcada por su vuelta a casa. Hijo de un juez del condado demócrata que después cambió de bando y de la dueña de una tienda de antigüedades, Robert Francis O’Rourke dejó por primera vez El Paso para estudiar en un internado para varones en Virginia, cerca de Washington. El joven dio luego el salto a la universidad de Columbia, en Nueva York, donde estuvo cuatro años en los que tuvo varios empleos y acabó sufriendo una depresión. Trabajó cuidando niños, en una empresa de mudanzas de obras de arte y en una página de Internet de su tío, Brooks Williams, una de sus grandes influencias por su vida bohemia y por su gusto musical. Un día, su madre recibió una llamada. “Necesito irme de aquí”, confesó O’Rourke, entonces de 23 años. Su familia le prestó dinero y montó en casa una agencia digital de diseño.
“Pensé que jamás volvería”, dijo en 2019 a la agencia AP. A su regreso, en 1998, encontró “una razón de ser” que no tenía en el Este. También encontró el amor en una cita a ciegas. Amy Sanders había llegado a la ciudad recientemente, y O’Rourke la llevó a Juárez (Chihuahua), del lado mexicano, para que conociera la mitad de El Paso oculta tras el muro fronterizo. William, el padre de Sanders, es empresario y uno de los hombres más ricos de la región gracias a la empresa de bienes raíces que fundó, Jones Lang La Salle. Su suegro ha sido fundamental para atraer donativos a sus campañas políticas, que comenzaron en 2005, cuando entró en el concejo del Estado.
El dinero es vital para ganar Texas, una de las joyas del tablero electoral estadounidense. En cuatro meses, O’Rourke ha recaudado 27, 6 millones de dólares (unos 26,9 millones de euros), un récord. El demócrata ha superado en donativos recibidos a su rival, aunque este afirma tener más dinero en las arcas, 45,7 millones frente a 23,8 millones, según el más reciente informe presentado en la comisión ética local.
Los fondos, explica Siegel, son necesarios para construir la infraestructura del voto en las ciudades demócratas. “Si en cinco o seis ciudades incrementamos la participación un 7% podemos obtener unos 30.000 votos más en cada ciudad, lo que podría darnos una buena oportunidad de que gane Beto”, asegura. La betomanía vivida durante su campaña al Senado hizo que 200.000 personas se afiliaran al partido demócrata.
La clave estará en los votantes latinos, una población que representa el 40% de Texas. “Sobre todo en la zona del Valle del Río Grande (río Bravo). Mucho de ese voto en la elección presidencial pasada fue para Donald Trump, así que Beto, quien habla muy bien español, debe ir a hacer campaña allí”, afirma el consultor César Martínez, que cree que los debates (aún sin fecha) serán el gran momento para que O’Rourke logre el sorpasso.
Aunque el carismático político está haciendo soñar a los demócratas con acariciar lo imposible, Siegel prefiere ser precavido. Asegura que los expertos en Washington calculan que Texas no cambiará de timón hasta 2026 o después, en parte porque el control de los republicanos les ha permitido cambiar los distritos electorales y dificultar el voto de las minorías. “El partido republicano ha invertido en Texas desde hace 40 años y los demócratas no. Si ves lo que ha pasado en Georgia y Arizona (Estados que cambiaron del rojo republicano al azul demócrata recientemente), son procesos de 15 años. ¿Cuándo ha comenzado a andar el reloj para nosotros? Probablemente en la campaña de Beto al Senado en 2018. Con ese punto de vista, no es realista esperar una victoria antes de 2027″.
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