La cuña de Putin es afilada

La crisis del Gobierno italiano atestigua la capacidad del Kremlin de convertir sus chantajes energéticos en mazmorras políticas

Draghi, durante una conferencia de prensa en Roma, el pasado martes.Mondadori Portfolio (Mondadori Portfolio via Getty Im)

La cuña de Vladímir Putin es afilada. Lo que aparentaba ser otro lío endogámico de la siempre sofisticada política doméstica italiana va mucho más allá.

Mucho más. La crisis del Gobierno italiano atestigua la capacidad del Kremlin de convertir sus chantajes energéticos en mazmorras políticas. Subraya su insi...

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La cuña de Vladímir Putin es afilada. Lo que aparentaba ser otro lío endogámico de la siempre sofisticada política doméstica italiana va mucho más allá.

Mucho más. La crisis del Gobierno italiano atestigua la capacidad del Kremlin de convertir sus chantajes energéticos en mazmorras políticas. Subraya su insidiosa habilidad para quebrar gobiernos de delicada factura plural. Y revela que su brutal criminalidad en el campo de batalla no anula un cálculo diplomático y estratégico de la relación de fuerzas en el escenario europeo, clave próxima de su pulso en Ucrania.

No olvidemos el origen de la actual tormenta italiana. Viene de la negativa de una parte del Movimiento 5 Estrellas —populista y centroizquierdista, fundado por el cómico Beppe Grillo—, a apoyar el envío de armas a Ucrania y a respaldar las sanciones económicas a la Rusia autocrática.

Esta reviviscencia 2.0 de un nostálgico Pacto de Varsovia es del todo esotérica, pues Varsovia (y por extensión, los socios de Visegrado) es hoy pilar clave de la Alianza Atlántica. Pero al tiempo, Roma constituye su pieza más vulnerable y más cotizada.

No hay, en efecto, presidente de Gobierno en la UE que goce ahora de más prestigio acumulado, y que funcione como rótula más imprescindible de la estabilidad interna que el italiano Mario Draghi. Trastabillarlo es una noticia de primera.

Aunque el venerable presidente de la República, el democristiano Sergio Mattarella, haya descartado la dimisión del antiguo gobernador del BCE, esta pesa encima de la mesa y las conciencias.

Si bien Draghi ganó la moción de confianza en el Senado, el movimiento estrellado (pues su ministro de Exteriores Luigi di Maio rompió el partido en clave benévola hacia Putin) le ha retirado la confianza, denigrando el decreto de respuesta a la inflación y la crisis venida del frío. Y el professore, racional, metódico y responsable, se ha negado a continuar si no se restablece la unidad nacional que originó la formación de su Ejecutivo.

El economista romano de empaque y presencia florentina ha sido inequívoco en defender “la necesidad de eliminar para siempre la dependencia energética de Rusia” y de “reducir” la financiación al Kremlin a cuenta de las importaciones energéticas.

Las dificultades de Draghi, cuya sola presencia en el Palazzo Chigui cauterizaba cualquier incógnita sobre la ultraendeudada y declinantemente innovadora economía italiana (y sus vecinas), parecen confirmar la secuencia de deseo, ascensión y capotaje de los primeros ministros independientes o técnicos.

Son esos a quienes se los reclama como indispensables para arbitrar crisis y disensiones partidarias; y se los vitupera cuando el abismo resulta insoslayable.

Inauguró la lista reciente en los primerísimos noventa el también exgobernador del Banco de Italia Carlo Azeglio Ciampi, heredero del profesor de Hacienda Luigi Eiunaudi, quien ilustró a tantos sobre los Mitos y paradojas de la justicia fiscal.

Le siguió el bienintencionado y taciturno liberal Lamberto Dini tras uno de los reiterados fiascos de Silvio Berlusconi. Y también le precedió el pulcro profesor de la Bocconi y excomisario europeo de la Competencia, Mario Monti. ¿Recursos humanos indispensables, pero al cabo de usar y tirar? ¿Se resignará Draghi a ese triste destino?

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