Putin, el reflejo distorsionado de Hitler

La justificación del presidente ruso para invadir Ucrania es completamente incoherente, con una visión de la historia distorsionada

Vladímir Putin firmaba el lunes el decreto en el que se reconoce la independencia de Donetsk y Lugansk.Kremlin (Europa Press)

Parece que Vladímir Putin ha perdido el juicio. Asegura que el objetivo de esta invasión no provocada es la “desmilitarización y desnazificación” de Ucrania, cuando es él quien se comporta como una especie de reflejo distorsionado de Hitler.

En primer lugar, debemos entender la mentalidad de Putin y por qué ahora ha decidido jugárselo todo en esta temeraria aventura en la que, cons...

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Parece que Vladímir Putin ha perdido el juicio. Asegura que el objetivo de esta invasión no provocada es la “desmilitarización y desnazificación” de Ucrania, cuando es él quien se comporta como una especie de reflejo distorsionado de Hitler.

En primer lugar, debemos entender la mentalidad de Putin y por qué ahora ha decidido jugárselo todo en esta temeraria aventura en la que, consiga o no su objetivo, es probable que destroce, como mínimo, la economía rusa. Putin se sintió profundamente sacudido por la ambición imprudente de Estados Unidos, la OTAN y la UE en la primera década del milenio, cuando la idea de promover la democracia en todas partes se convirtió en una cruzada peligrosamente ingenua. Pensó que una Ucrania democrática, incluso corrupta, se convertiría en una amenaza para su propio régimen cleptocrático y cada vez más dictatorial.

En abril de 2008, se escandalizó y se indignó por el comunicado triunfalista emitido tras la Cumbre de Bucarest. En él se decía: “La OTAN acoge con satisfacción las aspiraciones euroatlánticas de Ucrania y Georgia de ingresar en la OTAN. Hoy hemos acordado que estos países se convertirán en miembros de la OTAN”. Poco después, en agosto, Rusia invadió Georgia de forma caótica. Y a principios de 2014, las protestas del Maidán en Kiev revelaron un rechazo a los lazos con Rusia que llevaron al presidente Yanukovich a huir a Moscú para salvar su vida.

Ocho años más tarde, esta invasión descarada revela repentinamente hasta qué punto ha crecido la ira de Putin a lo largo de los años dentro de la burbuja aislada de su camarilla del Kremlin. El infierno no tiene tanta furia como un dictador cuyos oponentes no le toman en serio. El intento de Putin de intelectualizar su justificación para esta invasión es incoherente. Se trata de alguien que declaró alegremente que la mayor tragedia geopolítica del siglo XX fue la desintegración de la Unión Soviética, y al mismo tiempo culpa a Lenin de permitir que la idea de autodeterminación se afianzara en 1917, lo que permitió esa misma desintegración en 1991.

En su incoherente discurso a la nación, su versión de la historia de Ucrania está completamente distorsionada. Habla del genocidio contra los rusos en el este de Ucrania, un montaje ridículo que nadie cree, pero nunca menciona el Holodomor, la verdadera hambruna genocida lanzada por Stalin en 1932 contra Ucrania, que provocó cuatro millones y medio de muertos. Todo lo que concede son algunos “errores cometidos en distintos periodos de tiempo”.

Putin trata de convencerse de que una identidad ucrania separada es totalmente artificial por motivos etnonacionalistas porque Ucrania forma parte del “mismo espacio histórico y espiritual” que Rusia. Somos un “pueblo único”, declara. Lo que implica que ninguna población tiene derecho a seguir su propio camino. Vive en un mundo de fantasía enloquecida del pasado imperial cuando declara que “se está creando una anti-Rusia hostil en nuestras tierras históricas”.

De hecho, el propio Putin sigue la política estalinista del siglo pasado. “No tenemos intención de ocupar Ucrania”, afirmó al declarar la guerra. Esto presumiblemente significa que tiene la intención de instalar su propio Gobierno títere allí. Uno puede estar seguro de que las fuerzas especiales rusas y la inteligencia militar GRU tienen listas de aquellos ucranios que desean eliminar de una forma u otra para poder así convertir el país en un Estado satélite, al igual que los Estados de Europa Central en 1945. La historia no se repite, pero los líderes rusos tienden a atrapar a su país en un círculo trágicamente repetitivo.

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