Unas atípicas elecciones que aportan normalidad a Venezuela
Los venezolanos votarán el próximo domingo entre una leve mejoría por la dolarización y el intento de la oposición de ganar espacio político
Venezuela vive estos días de espaldas a las elecciones regionales y municipales que se celebrarán el próximo domingo en todo el país. No hay apenas propaganda electoral en las calles de Caracas ni mítines que atraigan a las masas. No se respira ningún entusiasmo por unos comicios en los que poca gente cree, a veces ni los propios candidatos, que no consideran que estos sean justos. Los políticos visitan los barrios a toda velocidad,...
Venezuela vive estos días de espaldas a las elecciones regionales y municipales que se celebrarán el próximo domingo en todo el país. No hay apenas propaganda electoral en las calles de Caracas ni mítines que atraigan a las masas. No se respira ningún entusiasmo por unos comicios en los que poca gente cree, a veces ni los propios candidatos, que no consideran que estos sean justos. Los políticos visitan los barrios a toda velocidad, seguidos de sus camionetas y equipos en campaña, y se van como máximo en una hora, después de saludar y estrechar la mano de gente que arquea las cejas cuando el aspirante se da la vuelta y ya nos lo ve. Tras 22 años de revolución bolivariana, los venezolanos parecen tener pocos incentivos para acudir a las urnas.
La novedad más sorprendente, por la que la gente se frota últimamente los ojos, es que vuelve a haber atascos en Caracas, una ciudad que durante un tiempo parecía desierta. Los conductores lo celebran, en lugar de maldecirlo. La dolarización ha creado burbujas de gasto en determinados puntos como hoteles de cinco estrellas, donde hay fiestas a diario, o ha hecho resurgir el taxi por aplicación como método de transporte, cuando este parecía un empleo extinguido con la hiperinflación. En el barrio de Las Mercedes, uno de los más exclusivos, se levantan edificios de cristal que no se sabe muy bien quién los ocupará. Los precios se han disparado en las cafeterías, donde un café puede llegar a costar cuatro dólares.
Todo eso transmite una extraña sensación de normalidad. Tras ocho años de desastre económico, en los que el PIB cayó el 75%, los expertos creen que se está produciendo un efecto rebote tras tocar fondo. En 2021, la producción petrolera ha mejorado levemente y el Gobierno ha abierto la mano a la inversión extranjera, lo que ha producido una ligera mejoría. No hay estanterías vacías en los supermercados. Las calles parecen algo más seguras. La teoría de muchos es que los malandros se han cansado de robar carteras vacías. El homicidio ha disminuido, pero ha mutado el crimen. Hace meses fue noticia el asalto a un camión blindado que transportaba dólares a un banco. Nadie recordaba un robo de ese tipo.
Las elecciones no han alterado el día a día sin mucho horizonte de un país cuyo régimen se tambaleó en 2018 y perdió crédito con el surgimiento de Juan Guaidó como presidente alternativo al oficial, Nicolás Maduro. El chavismo solventó esa crisis y se mantiene en el poder. Estos comicios se interpretan como el paso intermedio para celebrar unas generales con observadores internacionales y garantías de imparcialidad. La oposición ha discutido ampliamente si debería presentarse a estos comicios. La mayoría ha decidido concurrir con la idea de construir una base electoral y tener presencia en los barrios de cara al futuro. En los anteriores, las de 2018, la oposición llevó a cabo un boicot y Maduro barrió. Los que se oponen consideran que por el solo hecho de participar se legitima al chavismo, que controla todas las instituciones, y le da aire a Maduro, ahogado por las sanciones y desterrado de gran parte la comunidad internacional.
La sensación de que se trata de un trámite no electriza a la gente. Ni a los propios chavistas. A los pies del cerro de El Valle, bajo una estatua de Simón Bolívar, el partido del Gobierno, el PSUV, ha montado una carpa en la que se reparten folletos electorales. “Selecciona los ojos de Chávez”, se lee en un explicativo sobre cómo elegir al candidato chavista. La mirada del comandante es el logo de la campaña. El encargado del punto de información, Orlando Suárez, saluda con un enérgico “¡camarada!” a los viandantes. “No tenemos el triunfo asegurado, pero sí a la mano, por la manera en la que se ha comportado la extrema oposición. Ellos no son sólidos, nosotros sí”, cuenta. En un folio apunta nombre, número de teléfono y problema de todos los que se acercan por ahí. Les tramita el bono social y el clap, el sistema de distribución de alimentos. Chávez se hizo muy popular en las zonas más pobres, las empotradas en los cerros que rodean Caracas, por las ayudas sociales, un mecanismo que después sirvió para controlar el voto.
Cerca de ahí, en una casa se venden las bolsas del Clap, que traen cuatro paquetes de arroz, azúcar, una lata de sardinas, 100 gramos de café y 400 gramos de leche en polvo. Un cartel informa de que cada una de esas bolsas cuesta 2,3 bolívares. Carmen Borges, profesora de escuela, pasa por ahí en ese momento y no puede evitar ser didáctica: “Ahí dice eso, pero en realidad son 2.300 trillones. Le han quitado 13 ceros. De ese nivel es la devaluación. Yo antes con mi sueldo me podía ir de viaje a otros países. Ahora peleo por sobrevivir”.
El político opositor Stalin González aguarda en una esquina a que comience la rueda de prensa de Carlos Ocariz, que va a renunciar a su candidatura a la gobernatura de Miranda para no dispersar el voto de la oposición y favorecer al chavismo. Lleva una camisa azul con sus iniciales grabadas, S. G. Participa en la negociación que el Gobierno y la oposición mantienen en México para buscar una salida a la crisis con la mediación de Noruega. González es un fiel defensor de que la oposición se implique y gane espacio político dentro del país. “Este elefante no se puede comer de un solo bocado”, dice refiriéndose al chavismo. “El Gobierno ha dejado que la elección sea más o menos competitiva”, explica, “pero intenta que haya abstención y la gente no salga a votar. Le favorece. Nosotros tenemos que incentivarla. No te digo que vayamos a ganar en muchos sitios, pero es una forma de reorganizarse y tomar contacto con la gente”.
Tomás Guanipa se lo ha tomado al pie de la letra. El opositor compite por la alcaldía de Caracas. Esta tarde visita el Valle, un barrio chavista subido a una loma. Maduro vivió en este lugar su adolescencia. Chávez era aquí Dios. Guanipa, un visitante. Aunque después de años de escasear el agua y la electricidad algunos empiezan a cuestionar la revolución bolivariana que arrancó hace dos décadas. Guanipa, saluda a mecánicos, comerciantes, niños y ancianos. Unos pocos salen a recibirlo al quicio de la puerta, otros se asoman a saludarle a través de ventanas enrejadas. Unos jóvenes en moto aceleran cuando llegan a su altura para fastidiarle. “Cuento con ese voto, brother”, le dice a un vendedor de naranjas al que ha pillado por sorpresa. “Salga a votar, mi hermano, llevamos 22 años con los mismos”, anima a otro un poco más entusiasta. Le toca la cabeza a un recién nacido: “Tiene que crecer en un país distinto”. Por fin, llega a un muchacho rezongón, que lleva esquivándole un rato: “‘¡Pon la cara contenta!”. Pero no hay manera, las elecciones regionales no parecen inflamar los corazones.
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