La UE y el seto de Giacomo Leopardi

El virus es como una barrera que limita la movilidad en el espacio presente y la mirada hacia el tiempo futuro

Una frase del poema 'El infinito' de Leopardi, en un cerro de la localidad italiana de Recanati, en una imagen de archivo.DEA / G. SOSIO (De Agostini via Getty Images)

Hay un poema de Giacomo Leopardi escrito hace dos siglos y empapado de misteriosa belleza que parece cobrar especial viveza en este tiempo de limitaciones e incertidumbres. Se titula L’infinito (El infinito). El poeta describe en sus versos las emociones y reflexiones que brotan en su espíritu al hallarse sentado en un cerro cerca de un seto que impide contemplar las grandes extensiones que se abren detrás de él. La imposibilidad desata la imaginación.

Y un poco así estamos en esta triste época pandémica, limitados por setos que dificultan la movilidad —en el espacio— y la mirada...

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Hay un poema de Giacomo Leopardi escrito hace dos siglos y empapado de misteriosa belleza que parece cobrar especial viveza en este tiempo de limitaciones e incertidumbres. Se titula L’infinito (El infinito). El poeta describe en sus versos las emociones y reflexiones que brotan en su espíritu al hallarse sentado en un cerro cerca de un seto que impide contemplar las grandes extensiones que se abren detrás de él. La imposibilidad desata la imaginación.

Y un poco así estamos en esta triste época pandémica, limitados por setos que dificultan la movilidad —en el espacio— y la mirada —en el tiempo—. No podemos movernos y relacionarnos físicamente con normalidad por la amenaza del virus; a la vez, también se hace más difícil que nunca entender y descifrar cómo será un futuro alterado por la pandemia y, por tanto, adoptar decisiones adecuadas. La disrupción es grande, y por cada cosa que parece certera, hay muchas más en un estado de ebullición altamente imprevisible. Esto es así en las cuestiones privadas; y en las públicas.

Cómo no: para la Unión Europea es este un desafío especialmente complicado. Los Estados que la componen han cedido muchas competencias al proyecto común; la Unión es el espacio natural de decisión para muchas de las cuestiones más relevantes; y si bien es un paraguas amplio y grávido de ventajas para sus protegidos, también es una entidad mucho menos ágil para actuar. Esto, que siempre es una desventaja con respecto a los Estados, lo es más aún en esta fase de extraordinaria volatilidad e imprevisibilidad.

La cumbre de esta semana ofrece dos pequeñas muestras de ello. Los Veintisiete han debatido un pasaporte de vacunación común. Se trata precisamente de la clase de iniciativas en las que hay que divisar el futuro, hacer apuestas. Es difícil, y mucho más entre tantos, con intereses distintos, que complican no solo el proceder, sino incluso la mirada común. Se ha dado una tibia luz verde, pero está por ver cuándo y cómo se materializará.

Otro de los aspectos sobre la mesa, la autonomía estratégica, en materia de seguridad e incluso más allá, ya era antes objeto de discrepancias y dudas; el actual entorno cambiante de economías golpeadas, de intereses sanitarios novedosos, de variación en los equilibrios de fuerza mundiales nubla aún más la vista. Estar juntos nos favorece, pero ir juntos es más difícil —sobre todo en la oscuridad—.

El futuro es de quien sabe imaginarlo bien antes que de nadie. Toca pues, a la vez, buscar el mejor rincón posible en el espacio delimitado por el seto aquí y ahora; y proyectarse con la imaginación hacia el otro lado. Esto último hay que hacerlo tanto con racionalidad como con valentía. Serán necesarias decisiones atrevidas y difíciles. A veces da la sensación de que el viejo continente tiene mucha sabiduría pero menos valentía y disposición a sufrir que otros. El pensamiento se hunde en la inmensidad de soluciones que hay que imaginar; ojalá el naufragio en ese mar nos acabe resultando, como a Leopardi, dulce.

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
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