LA BRÚJULA EUROPEA

La locura del Erasmus (un retrato del Brexit)

La renuncia británica a permanecer en el programa educativo revela el escaso valor que otorga a la presencia de estudiantes extranjeros y un optimismo que roza la fe sobre las ventajas de ir solos

Graduación de estudiantes en la universidad británica de Oxford, en Reino Unido.OXFORD UNIVERSITY (Europa Press)

Pequeños detalles a menudo permiten ver con nitidez grandes verdades. También en política. En medio del cataclismo geopolítico y comercial del Brexit, la retirada del Reino Unido del programa Erasmus —al que podría haber retenido acceso pese a su salida de la UE— no es un asunto de relevancia central. Sin embargo, ob...

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Pequeños detalles a menudo permiten ver con nitidez grandes verdades. También en política. En medio del cataclismo geopolítico y comercial del Brexit, la retirada del Reino Unido del programa Erasmus —al que podría haber retenido acceso pese a su salida de la UE— no es un asunto de relevancia central. Sin embargo, observado detenidamente, dice cosas que trascienden su perímetro.

El programa, que ha facilitado la movilidad de millones de estudiantes entre universidades europeas en las últimas décadas, es generalmente considerado un enorme éxito. Por supuesto tiene límites o aspectos mejorables, pero es una engrasada maquinaria que ha abierto las mentes de tantos jóvenes a través del estímulo del contacto con la diferencia. Muchos de los participantes consideran el Erasmus una experiencia que cambió su vida.

El Gobierno de Boris Johnson optó por renunciar a este esquema. El proprio Johnson calificó de “dura” la decisión, y alegó que el programa era “muy caro”, asociándolo a la idea general de que el Reino Unido era un contribuyente neto de la UE: ponía más de lo que recibía. En el curso 2018/2019 unos 30.000 estudiantes del resto de la UE se beneficiaron del programa para formarse en el Reino Unido, y unos 18.000 británicos lo hicieron en Europa.

En un informe publicado en 2019, la Cámara de los Lores llegó a la conclusión de que estaba en el interés mutuo del Reino Unido y la UE mantener el programa, y señalaba que esta era la opinión unánime de los expertos consultados. Pero Londres ha optado por salir e impulsar un nuevo programa nacional, el Turing, con la intención de apoyar la salida de unos 35.000 estudiantes británicos al año en universidades de todo el mundo. Es, este, un programa básicamente unilateral, solo de salida.

La decisión es obviamente legítima, y la apreciación de los beneficios de ambas opciones subjetiva, pero la voladura del Erasmus, un esquema ya rodado, para reemplazarlo con un nuevo proyecto que, señalan los expertos, afronta serios obstáculos, es una decisión sumamente llamativa. Por un lado se aprecia en ella el escaso valor otorgado a lo que la presencia de estudiantes extranjeros en el país aporta a las instituciones educativas y sociedad en las que se integran. Por otro, y ahí reside el espíritu del tiempo, la disposición a la destrucción de lo existente y un optimismo que roza la fe sobre las ventajas de ir solos.

Esta semana, otro episodio relacionado con el Brexit —la resistencia del Reino Unido a conceder estatus diplomático al representante de la UE, algo insólito en el panorama mundial— causa perplejidad. Quizá sea otro ejemplo de que ciertas corrientes políticas, una vez desatadas, lo arrastran todo. ¿Gobierna todavía Britannia las olas con su tradicional pragmatismo, o está a la merced de ellas? ¿Consideraría Erasmo de Róterdam una locura estos extremos del Brexit? ¿Una locura elogiable?

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