Alexandr Lukashenko, el líder autoritario anclado en la era soviética

El presidente de Bielorrusia, que dirigió un ‘koljoz’ soviético, logra hacerse con un sexto mandato, pero sale debilitado de las elecciones por la contestación social en las calles

Aleksandr Lukashenko, con camisa blanca, en una visita a una empresa agrícola en el distrito de Nesvizh, el 27 de julio. En vídeo, Lukashenko responde a las protestas contra él en Minsk.Vídeo: ANDREI STASEVICH (AP) / REUTERS

A Aleksandr Lukashenko no le tembló el pulso el año pasado cuando, delante de las cámaras de la televisión bielorrusa y de decenas de funcionarios, reprendió duramente a los administradores de una granja estatal. Al presidente, antiguo director de varios koljoz (granjas colectivas), las instalaciones no le parecieron suficientemente limpias. “¿Estáis enfermos?, [Las vacas] se están defecando unas encima de otras. Están todas cubiertas de mierd...

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A Aleksandr Lukashenko no le tembló el pulso el año pasado cuando, delante de las cámaras de la televisión bielorrusa y de decenas de funcionarios, reprendió duramente a los administradores de una granja estatal. Al presidente, antiguo director de varios koljoz (granjas colectivas), las instalaciones no le parecieron suficientemente limpias. “¿Estáis enfermos?, [Las vacas] se están defecando unas encima de otras. Están todas cubiertas de mierda”, gritó. “Quiero los nombres de todos los responsables. Van a rodar cabezas”, bramó. Y así fue. Varios funcionarios fueron expulsados y cayó hasta el gobernador. Lo ocurrido bajo los focos en aquella granja de la región norteña de Mogilev es la dinámica de puño de hierro con la que ha dirigido Bielorrusia durante más de un cuarto de siglo.

Lukashenko, de 65 años, a quien en Occidente se conoce como el “último dictador de Europa”, se enfrenta estos días a su mayor desafío tras las elecciones presidenciales en las que, por primera vez en décadas, se ha medido a una oposición real, y ante un descontento ciudadano que no sabe cómo manejar. El líder autoritario se ha garantizado los comicios, pero las crecientes denuncias de fraude y manipulación de la oposición, que no reconoce la aplastante victoria oficial de Lukashenko (la comisión electoral le da un 80% de los votos) y las protestas en las calles de ciudades de todo el país, duramente reprimidas por el aparato de seguridad del Estado, pueden desembocar en un periodo de inestabilidad para el pequeño país de 9,4 millones de habitantes, de importancia geoestratégica entre Moscú y la OTAN.

Lukashenko, hijo de una campesina soltera, se labró una carrera política con alegatos vehementes contra la corrupción. Y alarmados por las turbulencias históricas y la visión de las experiencias en los países de su entorno, su discurso de hombre fuerte le catapultó al poder. En 1994, en las primeras elecciones presidenciales, arrasó con más del 80% de los votos. Fueron, según los observadores, los últimos comicios verdaderamente competitivos.

Desde entonces, Lukashenko, que en ese momento ya lucía su característico bigote de corte estalinista, se ha mantenido en el sillón presidencial y ha construido un Estado autoritario, eliminando los límites de mandato, y ha consolidado el control del país apoyándose en las palancas de la Administración y en un aparato de seguridad poderoso y previamente purgado. El hombre que en sus inicios formó un grupo dentro del Partido Comunista llamado Comunistas por la Democracia se ha hecho fuerte en la represión, la intimidación, la marginación de las voces críticas y el control de los medios de comunicación.

Lukashenko durante las celebraciones del día de la independencia de Bielorrusia, el 3 de julio en Minsk. VASILY FEDOSENKO (Reuters)

Pero en su modelo de Bielorrusia han aparecido grietas. Primero solo se hicieron visibles para quien mirase de cerca. Ahora, las multitudinarias protestas en las calles, con la consiguiente furibunda represión por parte de la policía, son ya abrumadoras. Y Lukashenko, que fue el único miembro del Parlamento de Bielorrusia que votó en contra del tratado de 1991 que disolvió la Unión Soviética y que ha tratado de conservar, al menos en parte, elementos de la URSS en el país, como una intensa economía estatal o un sistema político controlado, está perdiendo los nervios. Anclado en la retórica de que Bielorrusia es una “isla de tranquilidad y seguridad” en un mundo turbulento, ya no puede mantener en casa esa balsa sin olas.

Lukashenko está casado, pero no se le ha visto junto a su esposa desde hace décadas. Galina Rodionovna, que estudió pedagogía y trabajó unos años como maestra, vive recluida en el campo. Juntos tienen dos hijos, que el líder ha colocado en el aparato estatal. Lukashenko tiene, además, otro vástago con quien fue la médica presidencial, que también ha desaparecido de la luz pública. El más joven de sus hijos, que hoy tiene casi 16 años, se llama Nikolai (Kolia) y el líder bielorruso ha bromeado alguna vez con que el joven rubio sería su sucesor. Pero hoy, el pequeño Kolia “se opone a las autoridades en general”, ha dicho estos días Lukashenko en una entrevista con un conocido periodista ucranio.

El adolescente ha acompañado muchas veces a su padre en sus viajes al extranjero. También en sus vacaciones junto a su homólogo ruso, Vladímir Putin, con quien el bielorruso tiene un intenso vínculo. Son tradicionales sus fotos anuales en sus villas de la ciudad balneario de Sochi, esquiando o jugando al hockey sobre hielo, una afición que ambos comparten. Sin embargo, tras esas demostraciones públicas, los analistas y personas cercanas de ambos lados señalan que hay una relación de poder complicada, que en los últimos tiempos, con Moscú tirando de la cuerda y poniendo a Minsk en aprietos económicos, se ha tensado aún más.

Lukashenko (izquierda) y Putin en el descanso de un partido de hockey sobre hielo el pasado febrero en Sochi.ALEXANDER ZEMLIANICHENKO (AFP)

Pocos dudaban de que Lukashenko revalidaría su puesto. La OSCE, que este año no ha enviado observadores y ha asegurado que las autoridades bielorrusas no cursaron la invitación a tiempo, ha denunciado constantemente fraude y suele criticar la falta de candidatos opositores reales. Pero este año, esa receta aplicada casi por sistema no se ha cumplido.

Hoy parece claro, sin embargo, que la participación de Svetlana Tijanóvskaya, una exprofesora de inglés de 38 años, en los comicios ha sido un error de cálculo. Lukashenko, que nunca se ha caracterizado precisamente por un discurso feminista, puede haber subestimado la fuerza de esta mujer, que concurre después de que las autoridades arrestaran y vetaran a su esposo, un conocido bloguero. Tampoco anticipó que se unirían a ella las jefas de campaña de los otros dos candidatos fuertes vetados. Y, sobre todo, no pareció prestar atención al descontento de la ciudadanía. Por eso, la cuestión clave en estas elecciones no parecen ser tanto los resultados sino cómo serán las protestas que ya han sucedido a los comicios.

En estos últimos meses, el líder bielorruso se ha mostrado todavía más como un dirigente atávico. Ha ridiculizado la pandemia de coronavirus como “psicosis masiva” y ha llegado a sugerir que labrar la tierra con tractor, el vodka, la sauna y jugar al hockey sobre el hielo protegerían a las personas. La semana pasada afirmó que había estado infectado, pero “asintomático”, y que “había sobrevivido de pie” al virus. Aunque los observadores han resaltado que estos días se le ha visto pálido y sudoroso. Ahora, está empleando a fondo todos sus recursos para “sobrevivir de pie” también a los comicios de este domingo.

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