LA BRÚJULA EUROPEA

Señales de vida desde el planeta UE

La propuesta francoalemana para el fondo de reconstrucción derriba tabúes históricos y abre paso a una nueva metamorfosis del club

Angela Merkel habla con Emmanuel Macron por videoconferencia desde la sede de la Cancillería, en Berlín, el pasado lunes.Sandra Steins (Reuters)
Madrid -

Tras haber entrado en un preocupante coma en los primeros compases de la pandemia —con reacciones nacionalistas descarnadas, cierres desordenados de fronteras, distorsiones del mercado único y subterráneas odas al sálvese quien pueda— la Unión Europea emite señales de vida cada vez más consistentes. Vida y metamorfosis.

Puede no compartirse la estrategia, pueden considerarse insuficientes y lentas las medidas, pero la respuesta común avanza y su rumbo se despeja. El engranaje europeo se mueve. Muestra haber aprendido errores del pasado y disposición a adentrarse en territorios inexplora...

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Tras haber entrado en un preocupante coma en los primeros compases de la pandemia —con reacciones nacionalistas descarnadas, cierres desordenados de fronteras, distorsiones del mercado único y subterráneas odas al sálvese quien pueda— la Unión Europea emite señales de vida cada vez más consistentes. Vida y metamorfosis.

Puede no compartirse la estrategia, pueden considerarse insuficientes y lentas las medidas, pero la respuesta común avanza y su rumbo se despeja. El engranaje europeo se mueve. Muestra haber aprendido errores del pasado y disposición a adentrarse en territorios inexplorados, en la enésima evolución de este cuerpo político sin iguales.

El último movimiento, esta misma semana, siembra semillas de una auténtica revolución. Una iniciativa francoalemana para relanzar Europa tras el tsunami de la pandemia barre de un plumazo dos históricos tabúes alemanes. Ante la gravedad de la situación, la canciller Merkel acepta: a) endeudamiento de gran calado de una institución comunitaria y b) subsidios económicos fuera del esquema habitual del presupuesto comunitario. Es un enorme cambio político de Berlín, que deja aislados a los frugales—Austria, Holanda, Suecia y Dinamarca— y permite reactivar el motor francoalemán que llevaba años completamente atascado. Con la salida de Reino Unido, este motor recupera una mayor fuerza proporcional en la Unión.

A continuación, una retrospectiva de cómo la maquinaria de la UE ha ido activándose ante el mayor desafío en décadas.

Marzo. La respuesta monetaria. En primer lugar reaccionó el Banco Central Europeo. Lo que en la anterior crisis costó años, se materializó en esta en cuestión de semanas: un amplio programa de compra de títulos para evitar el colapso de los mercados de deuda, lo que contribuyó a estabilizar la situación financiera. La reacción ha sido inferior en tamaño a la de la Fed estadounidense o en heterodoxia con respecto a la del Banco Central de Inglaterra. Pero ha sido rápida y vigorosa. Además, posteriormente, el BCE ha respondido “sin inmutarse” a la sentencia del Tribunal Constitucional que cuestiona su actuación en ese tipo de programas, en otro signo de vigor vital.

Abril. Las líneas de crédito de emergencia. En segundo lugar, los países miembros pactaron un paquete de líneas de crédito por valor de 540.000 millones. Una negociación por momentos brutal logró cerrarse con cierta rapidez: 240.000 de créditos disponibles para los Estados a tipos blandos en la que se enterraron las tradicionales condiciones vinculadas a los préstamos —¿recuerdan la troika?—. Solo se estableció una finalidad de gasto, que debe ser dirigido a la lucha contra la parte sanitaria de la crisis; otros 200.000 disponibles para las empresas a través del Banco Europeo de Inversiones; y 100.000, de soporte a los Estados para los programas de apoyo al empleo financiados con deuda emitida por la Comisión.

Mayo. Semillas de una revolución fiscal. En tercer lugar, esta semana, irrumpió en escena la iniciativa francoalemana para impulsar la recuperación, un trascendental movimiento político que rompe un complicado impasse. La propuesta incluye varias ideas en materia de soberanía sanitaria, de transiciones ecológicas y medioambientales o regulación del mercado único. Pero el aspecto revolucionario es la propuesta de un fondo de reconstrucción dotado con 500.000 millones que deberían cosecharse con una emisión de deuda en nombre de la Comisión y posteriormente repartidos en forma de subsidios —no créditos— a las regiones y sectores más afectados por la pandemia.

Puede objetarse que el tamaño quizá sea insuficiente ante el descalabro en acto; que la ambigua cláusula de la propuesta por la que el apoyo financiero va vinculado al “claro compromiso de los estados miembros a aplicar políticas económicas sanas y ambiciosos planes de reforma” (una formulación que da pie a perspicacias sobre posible intervencionismo en las gestiones nacionales) plantea problemas; puede señalarse que, según la propuesta es una tantum, limitada en el tiempo, que cada Estado responde solo por su parte relativa en el PIB común del endeudamiento común emitido por la Comisión; y que está por ver que los denominados países frugales den su brazo a torcer.

Pero la extraña criatura europea se mueve. Como en una imagen de Ovidio, asistimos ahora mismo a una nueva fase de transformación en el largo proceso de integración. Un nuevo grado y forma de compenetración de los cuerpos europeos que encierra riesgo y esperanza a la vez.


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