Caos y tensión entre refugiados y policías en Lesbos

Las autoridades griegas alojan en un buque a 500 migrantes y dispersan a cientos que intentan llegar a Atenas

Decenas de migrantes se agolpan ayer en el puerto de Mitilene (Lesbos). ÁLVARO GARCÍA
Lesbos (Enviada especial) -

Padres corriendo con maletas y niños pequeños de la mano delante de policías que avanzaban a gritos con casco y porras. Madres con carritos tratando de averiguar hacia dónde correr mientras se acercaban los agentes. Decenas de personas arremolinadas en los alrededores del acceso al ferri que va a Atenas sin saber adónde dirigirse ni a quién mostrar sus documentos. El rugido de la multitud cada vez que se acercaban los agentes que intentaban dispersarlos y meterlos en autobuses de línea hac...

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Padres corriendo con maletas y niños pequeños de la mano delante de policías que avanzaban a gritos con casco y porras. Madres con carritos tratando de averiguar hacia dónde correr mientras se acercaban los agentes. Decenas de personas arremolinadas en los alrededores del acceso al ferri que va a Atenas sin saber adónde dirigirse ni a quién mostrar sus documentos. El rugido de la multitud cada vez que se acercaban los agentes que intentaban dispersarlos y meterlos en autobuses de línea hacia el campo de refugiados de Moria. El puerto de Mitilene se ha convertido en la tarde de este miércoles en una caótica y violenta muestra de la tensión que vive la isla griega de Lesbos en las últimas semanas y, sobre todo, en los últimos cuatro días, desde que Atenas decidió dejar en suspenso la posibilidad de solicitar asilo a quienes lleguen desde Turquía desde el 1 de marzo como respuesta a la actitud de Ankara de abrir paso hacia Europa a los refugiados.

Nilofar, una niña afgana de nueve años, se ha echado a llorar después de correr con su familia hasta una esquina que parecía segura. Iba con sus padres y sus dos hermanos, de 12 y cuatro años. El pequeño miraba inmóvil la escena sentado en uno de los cuatro gigantescos bultos negros que, junto a una bolsa de supermercado llena de ropa, son todo lo que tienen. Los padres, asustados y nerviosos, sin comprender inglés o griego, enseñaban los papeles que dicen que tienen autorización para salir de la isla, para abandonar el infierno de Moria, el mayor campo de refugiados de Europa, donde malviven hacinadas unas 20.000 personas.

Esta familia llevaba un año y cinco meses allí, haciendo colas de horas para comer, para ir al baño, para ducharse. Despertándose en medio de la noche por los gritos y agresiones que hay a menudo en el campo. El miércoles, alentados por el ejemplo de algunos que han logrado coger ese barco a Atenas para seguir con su procedimiento de asilo, acudieron al puerto como otras decenas de personas y fueron dispersados por la fuerza, a gritos de la policía que empujaba con escudos: “¡fuera, fuera!”. En medio del tumulto trató de mediar por la familia con los agentes, que iban con escudos y protecciones, la portavoz del BNG en el Parlamento europeo, Ana Miranda, que había acudido a la isla con el eurodiputado de Podemos Miguel Urbán para pedir un “plan de ayuda humanitaria urgente” que palíe las condiciones extremas del campo de Moria y denunciar los recientes ataques a ONG y refugiados que se han producido en Lesbos por parte de grupos violentos que patrullan por la isla, cuya población ha protestado en las últimas semanas contra la creación de campos cerrados de detención para refugiados.

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La confusión sobre quién podía entrar en el puerto a tomar el ferri y quién no duró un par de horas. Primero dijeron que no podía entrar nadie, luego algunos lo lograron, en una muestra del nerviosismo y arbitrariedad de las autoridades ante la creciente tensión en las islas del Egeo, la frontera marítima con Turquía. A última hora, Nilofar y su familia tuvieron que regresar a Moria, preocupados por si otra familia habría ocupado su lugar en el barracón que habitaban.

Poco antes, dentro del puerto, aguardaban cercados por vallas unas 500 personas de distintas nacionalidades. Les esperaba un enorme buque de la Armada griega, donde quedarán alojados unos días para enviarlos a otra zona del país de la que no se ha informado. Son los que han llegado en barcazas a la isla en los últimos cuatro días, cuando entró en vigor la criticada decisión del Gobierno griego de suspender durante un mes el derecho a que se registren las peticiones de asilo de quienes llegaran a partir del 1 de marzo. Esa medida forma parte de la política de mano dura para proteger la frontera exterior de la UE ejecutada por Grecia frente a la vecina Turquía, que presiona a Los Veintisiete evitando el control de los flujos migratorios.

La agencia de la ONU para los refugiados, y otras organizaciones internacionales han criticado la decisión, que carece de “fundamentos jurídicos”, según Acnur, ya que “ni la Convención sobre el Estatuto de los refugiados de 1951 ni la legislación de la UE en materia de refugiados” dan bases para “la suspensión de la recepción de solicitudes de asilo”.

En medio de esa explanada del puerto han dormido decenas de personas al raso estos días, privadas de la posibilidad de solicitar asilo. Entre ellos estaba Jonathan, de ocho años, un chaval congoleño que, junto a su familia, esperaba a que le dieran algo de comida como al resto. El niño es el único del grupo que habla algo de inglés, y explica que llegaron el domingo. En el grupo hay una mujer embarazada y un bebé. Un policía interrumpe la conversación. Nadie se puede acercar a hablar con estas personas. Solo se puede tomar fotografías desde unos diez metros de distancia, mientras unos operarios con mascarilla les dan comida. Jonathan traduce lo que dice su familia: que no tienen ni idea de adónde les llevarán en ese barco militar, pero que ya están en Europa y que esperan quedarse.

Un policía griego escolta a una familia, ayer en Mitilene. / A. GARCÍA


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