‘Impasse’ político en Líbano en el día 41 de protestas

El dimitido primer ministro, Saad Hariri, anunció este martes que no se presentará de nuevo al cargo después de que el país viviera una noche de violencia

Líbano se ha instalado en el bloqueo político ante las protestas ciudadanas, que duran ya 41 días. El ex primer ministro libanés Saad Hariri, que dimitió a finales de octubre, ha retirado su candidatura para regresar al cargo. Y ha instado al presidente, Michel Aoun, a llamar “inmediatamente a consultas parlamentarias vinculantes para nombrar un nuevo primer ministro”. Sus declaraciones llegaron el martes tras la noche más violenta desde el inicio de las protestas, que cuestionan a la clase política libanesa en bloque.

Seguidores de los partidos chiíes de Amal y Hezbolá este lunes en Dahie, arrabales sur de Beirut/NATALIASANCHA

Una tasa de 20 céntimos de euro sobre WhatsApp fue la chispa que el pasado 17 de octubre desató la ira popular con miles de manifestantes ocupando las principales plazas del país. El descontento se ha ido labrando durante más de 18 meses de deterioro económico sin que el Ejecutivo tomara medidas de contención, lo que ha llevado al país al borde del colapso financiero. Los expertos acusan a la clase política de ha...

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Una tasa de 20 céntimos de euro sobre WhatsApp fue la chispa que el pasado 17 de octubre desató la ira popular con miles de manifestantes ocupando las principales plazas del país. El descontento se ha ido labrando durante más de 18 meses de deterioro económico sin que el Ejecutivo tomara medidas de contención, lo que ha llevado al país al borde del colapso financiero. Los expertos acusan a la clase política de haber acaparado los recursos estatales durante las tres últimas décadas desde que el fin de la guerra civil libanesa (1975-1990) estableciera el reparto del poder político y económico en base a cuotas confesionales —y no en base a sus capacidades profesionales— con un presidente cristiano, un primer ministro musulmán suní, y un portavoz del parlamento musulmán chií.

Sin un liderazgo claro entre las filas del descontento, es la generación de veinteañeros nacidos en la posguerra quien lidera las protestas e, irónicamente, se organiza a través de grupos de WhatsApp coordinados a nivel nacional. Rechazan de pleno el sistema sectario y por primera vez se manifiestan de norte a sur del país bajo unas mismas consignas aconfesionales ondeando la bandera nacional y al grito de “revolución” y “abajo todos los líderes políticos”. Mientras, grupos ligados a algunos partidos revientan manifestaciones y libran batallas campales contra otras formaciones, como ocurrió el lunes, cuando solo el Ejército logró frenar los enfrentamientos entre seguidores de los chiíes Amal y Hezbolá y suníes partidarios del partido El Futuro —del dimitido Hariri—, que se liaron a pedradas e incluso tiros, y dejaron tras de sí un reguero de coches y contenedores quemados.

Hasta la fecha, han logrado tumbar al Gobierno de unidad tras la dimisión del primer ministro, Saad Hariri, el pasado 29 de octubre. También han conseguido boicotear en dos ocasiones una sesión parlamentaria en la que los diputados tenían previsto votar una controvertida ley de amnistía general que los manifestantes interpretan como una carta de inmunidad de cara a una futura rendición de cuentas de casos de corrupción. Sin embargo, en su segundo mes de movilizaciones no han logrado demandas clave como el nombramiento de un nuevo primer ministro ni la formación de un Gabinete de tecnócratas.

El impasse político agrava unos indicadores cada día más alarmantes: los precios de productos básicos han subido entre un 15% y un 20% en un mes. Según el Banco Mundial, el 30% de los 4,5 millones de habitantes del país vive bajo el umbral de la pobreza. Líbano acumula una deuda externa de las más altas del mundo que representa el 150% del PIB (76.000 millones de euros).

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“El mayor riesgo actual es la falta de confianza de la ciudadanía no solo en sus dirigentes, sino también en el sistema bancario”, afirma en Beirut el economista Jad Chahban. De no aplicar las recetas económicas apropiadas, advierte, una hiperinflación puede sumir de la noche a la mañana a la mitad de la población en la pobreza. Además, 300.000 funcionarios reciben sus salarios en moneda local, que por primera vez en 20 años ha sufrido una devaluación del 25% frente al dólar. Los bancos han cerrado sus puertas más de tres semanas y han impuesto un tope en la retirada de dólares para paliar la falta de liquidez. Tanto los hospitales como las empresas importadoras han advertido que pronto empezaran a escasear medicamentos y alimentos por no poder hacer frente al pago en divisas.

El Gobierno parece dar palos de ciego incendiando el ánimo en las calles con cada nuevo discurso oficial al tiempo que llama a los manifestantes a dejar las calles enarbolando el temor de una guerra civil. En su última intervención, Aoun se dirigió a los manifestantes para advertirles de que “si no veían gente decente en el Estado, podían emigrar”. Y ello en un país donde la mayoría de universitarios ha buscado mejor futuro en el extranjero por falta de opciones en su tierra. “La clase política piensa en un juego de suma cero y creen que, aunque hay muchos manifestantes en las calles, son más los ciudadanos que han decidido no sumarse [a las protestas]”, explica en una entrevista a través de correo electrónico Mona Sukkarieh, analista política y cofundadora del centro Middle East Strategic Perspectives. “Piensan que los resultados de las últimas elecciones [parlamentarias] de hace año y medio siguen reflejando la voluntad del pueblo y por ende les legitima”, acota.

El Gobierno de unidad actual necesitó de nueve meses de arduas negociaciones entre los dos bloques políticos para ver la luz. La entente en vigor desde entonces entre el grupo mayoritario liderado por el tándem chií Amal-Hezbolá y el partido cristiano Movimiento Patriótico Libre —que encabeza el yerno del presidente Aoun, Yibran Basil— y el bloque liderado por el depuesto Hariri junto con los partidos Socialista Progresista, del druso Walid Yumblat, y Fuerzas Libanesas, del cristiano Samir Geagea, se resquebraja. Los primeros defienden sus intereses en el statu quo actual y han llamado a los manifestantes a dejar de bloquear las calles. Los segundos, a excepción de Hariri que se dice neutral, apoyan a los manifestantes buscando un nuevo acuerdo más beneficioso. En paralelo, crece la tensión en las calles entre sus seguidores partidistas y los manifestantes anticorrupción, haciendo temer que Líbano vuelva a convertirse en el tablero de pullas regionales que fue antes de que Siria le tomara el relevo con el estallido de la guerra en marzo de 2011.

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